Para allá íbamos y estamos llegando. Quienes mirábamos con espanto la candidatura Petro, y está visto que no fuimos los más, comentábamos que la elección presidencial que se aproximaba sería entre un candidato a la presidencia y otro a la dictadura. Así, pues, si la elección de Rodolfo hubiera sido fatal, la de Petro fue un abismo democrático.

Aquel, un desatinado candidato al que se llegó a nombre de los desorientados, debido a propuestas tan impares como antagónicas, hubiera sido desbancado a las primeras de cambio por crasos errores. El candidato electo, sin embargo –hoy presidente aproximándose a los dos años–, ha abierto las compuertas del odio, de la lucha irrefrenable de clases y de la revuelta en marcha sin atajos de congreso ni controles políticos. Es la dictadura, ficticiamente respaldada por el pueblo, término genérico no comprobable, y en cabeza de un ambicioso vocero irremovible.

Es lo que se observa en distintos lugares del mundo y no se diga del entorno cercano. El día electoral viene precedido de consultas que definen y que nunca tienen un control parecido al que se maneja en las urnas. Putin, reelecto para una quinta oportunidad en Rusia, vino antecedido por un rating favorable del 80 %. Se queda uno pensando: allá tal vez opera la fuerza de la nacionalidad, que es poderoso motor de identificación, o se trata de una costumbre inveterada de padecer absolutismos no discutibles en el diario y monótono vivir del día a día.

No pasa lo mismo en todas partes. Donde la costumbre es democrática y de alternación periódica del mando político, el poder de la costumbre a lo que obliga es la remoción de los que han sido elegidos por un tiempo determinado. Algo distinto es que irrumpan los amnistiados y falsos arrepentidos de facciones revolucionarias, y sean ahora mismo profetas de la democracia representativa. Se les ve raros, portando los símbolos históricos de la vieja nación que buscaron derrocar con las armas y prácticamente han derrocado en las urnas. Se llega al cumplimiento de las falsas promesas de campaña y al instante pérfido de los juramentos. Muestran orgullosos a un Bolívar, a quien le debemos ser república –como otras cuatro– y exhiben su fierro rebelde, olvidando que el Libertador no fue el dirigente anárquico que ellos creen.

Cuando se llega al mando supremo por el estrecho camino de la democracia han de respetarse sus condiciones. Nunca un elegido puede llegar a proclamar: “estaré en el poder hasta cuando el pueblo decida”, en invocación a la autoridad primaria indiscutible, pero induciendo a un tropel de rebeldes a desconocer lo establecido.

Si era en serio, Petro se habría declarado dictador en ese momento, en un instante de acaloramiento que lo hizo sentirse encarnado en el pueblo en su totalidad, por fuera de toda regla.

QOSHE - Hacia un Petro ‘de facto’ - Lorenzo Madrigal
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Hacia un Petro ‘de facto’

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25.03.2024

Para allá íbamos y estamos llegando. Quienes mirábamos con espanto la candidatura Petro, y está visto que no fuimos los más, comentábamos que la elección presidencial que se aproximaba sería entre un candidato a la presidencia y otro a la dictadura. Así, pues, si la elección de Rodolfo hubiera sido fatal, la de Petro fue un abismo democrático.

Aquel, un desatinado candidato al que se llegó a nombre de los desorientados, debido a propuestas tan impares como antagónicas, hubiera sido desbancado a las primeras de cambio por crasos errores. El candidato electo, sin embargo –hoy presidente aproximándose a los dos años–, ha abierto las compuertas del odio, de la lucha irrefrenable de clases........

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