En La supersticiosa ética del lector, Borges dice: “Los que adolecen de esta superstición entienden por estilo no la eficacia o la ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis”. ¿No es Borges el primero que “adolece” de esa superstición? Y en este sentido, ¿estaría determinada la eficacia del estilo exclusivamente por el lenguaje? Comparaciones, acústica, puntuación, sintaxis. ¿Qué aprecia Borges en Quevedo o Whitman o qué desprecia en Góngora o Joyce? Lenguaje, siempre el lenguaje: a eso se reducen en la mayor parte de los casos sus aprobaciones o desaprobaciones.

¿Y quién oyó esa alabanza a la concisión? Borges, desde luego. De lo contrario su antológica traducción de Las palmeras salvajes de William Faulkner quedaría en medio de una encrucijada ya que ahí entra en pugna, como bien comenta Ricardo Piglia, el estilo de dos escritores. Por eso el oscuro primer párrafo de la novela de Faulkner se aclara de golpe con un punto aparte en la traducción de Borges; poco dado a las conciliaciones, en esta guerra de estilos Borges le impone a Faulkner “su” estilo. Y con eso clausura de paso cualquier tentativa de reconciliación (Piglia ha localizado hacia la mitad de la traducción de Las palmeras salvajes una frase literal de “El jardín de los senderos que se bifurcan”, como para que no queden dudas de los alcances impositivos del traductor).

Pero la cita de La supersticiosa ética del lector no solo esboza un concepto de estilo sino también un viraje con respecto a una postura estilística previa. Tanto en Fervor de Buenos Aires como en Luna de enfrente es evidente el influjo del ultraísmo, del expresionismo alemán, de Leopoldo Lugones. Lectores, críticos, escritores han señalado estas primeras influencias tal vez porque el propio Borges ha tenido el buen gusto de reconocerlas. En el prólogo de Fervor de Buenos Aires confiesa: “No he reescrito el libro. He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y vaguedades y, en el decurso de esta labor a veces grata y otras veces incómoda, he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente —¿qué significa esencialmente?— el señor que ahora se resigna o corrige”. Y en el prólogo de Luna de enfrente leemos: “Olvidadizo de que ya lo era, quise también ser argentino”. Se puede deducir entonces que las palabras del prólogo de El otro, el mismo aluden a los “defectos” de esos libros iniciales de poesía: “Es curiosa la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, si no la modesta y secreta complejidad”.

Hay otras pruebas a lo largo de su obra sobre ese rechazo hacia el estilo de esos libros iniciales; y en todas parece estar cifrado el objetivo de diluir aquellas pasiones de debutante. Pudorosa recapacitación digna de la madurez, Borges advierte una incompatibilidad entre el primer Borges y los otros Borges. Y eso genera en el fondo una imposibilidad aún mayor: agrupar el conjunto de su obra como un “todo” coherente e indiferenciado.

QOSHE - El estilo à la Borges - Luis Fernando Charry
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El estilo à la Borges

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20.04.2024

En La supersticiosa ética del lector, Borges dice: “Los que adolecen de esta superstición entienden por estilo no la eficacia o la ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis”. ¿No es Borges el primero que “adolece” de esa superstición? Y en este sentido, ¿estaría determinada la eficacia del estilo exclusivamente por el lenguaje? Comparaciones, acústica, puntuación, sintaxis. ¿Qué aprecia Borges en Quevedo o Whitman o qué desprecia en Góngora o Joyce? Lenguaje, siempre el lenguaje: a eso se reducen en la mayor parte de los casos sus aprobaciones o desaprobaciones.

¿Y quién oyó esa alabanza a la concisión? Borges, desde luego. De lo contrario su antológica traducción de Las........

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