La semana pasada tuvo lugar en Sevilla, España, una reunión de algunos de los más preclaros expertos, practicantes y pensadores de la justicia, la política, la ética y el derecho internacional. Durante su apertura, el juez Baltasar Garzón, reconocido mundialmente por su uso pionero de la jurisdicción universal para solicitar el arresto del dictador y entonces presidente chileno, Augusto Pinochet Ugarte, nos recordó lo que está en juego en el momento presente. “[Pinochet] afirmaba que él era representante de lo que llamaba ‘democracia autoritaria’ … eso me hizo pensar que aquello de lo que hablemos aquí… se encuentra rodeado por una gran manipulación del lenguaje”.

En efecto, tanto la guerra lingüística como la guerra jurídica (lawfare) constituyen el elemento que, como el agua a los peces, permite a los ultraderechistas, los terroristas y aquellos que esconderían su intención genocida tras la máscara de la lucha del “Norte Global” contra el “radicalismo” de “los otros” (léase, el llamado “Sur Global”), nadar y camuflarse entre los arrecifes y las tormentas de las crisis internacionales.

Entre estos incluyo a Hamás sin reservas. La masacre cometida contra civiles israelíes el 7 de octubre pasado constituye un acto terrorista. No puede confundírsela con un acto de resistencia o de lucha anticolonial. Hamás fantasea con una Palestina sin judíos. Dicha fantasía encuentra su reflejo en la ilusión de quienes se asientan de manera ilegal en el banco occidental y otros lugares de Palestina apelando al espejismo de un tiempo pasado en el que dicho territorio pertenecía a los judíos y a nadie más. Eso es la fantasía de un mundo sin otros, que nunca ocurrió y jamás va a ocurrir.

Se trata entonces de proyectos de eliminación “decididos a parir desastres totales para el otro lado,” dice el filósofo Lewis Gordon. Es lo que tienen en común las diversas representaciones belicistas del pensamiento conservador y ultraderechista. De manera similar, Milei sueña con un mundo sin “zurdos,” carajo, como lo hacen Vox y cierto conservatismo en España y Colombia. Pero también se equivocan por ello quienes desde la izquierda generalizan o comparan sin más.

Cuando pregunté al joven escritor palestino Mohammed el-Kurd en su casa de Jerusalén oriental (ocupada en parte por “colonos” ilegales) acerca del uso del término “apartheid” el diálogo me enseñó que existen similitudes, pero también diferencias importantes. Por ejemplo, apuntó en aquella ocasión una escritora sudafricana, “mientras que en nuestro caso la minoría blanca necesitaba los servicios y mano de obra de la mayoría negra, en este caso las vidas palestinas parecen ser aún más disponibles”. Valdría la pena debatir con mayor profundidad esa observación. Puede tener algo que ver con lo que significa “valor” para el capitalismo financiero actual. Pero también el valor de la vida en general y, entonces, también con el significado de términos como el “nunca jamás” de la identidad política alemana de posguerra o la Argentina postransicional.

El debate sobre dicho término ha enfrentado en días pasados a figuras de la literatura y el pensamiento internacional influenciados por la teoría crítica en contra de su más prominente representante vivo, Jürgen Habermas. Este último ha dicho en un comunicado firmado también por Rainer Forst y Nicole Deitelhoff, entre otros, que “nunca jamás” implica ante todo el compromiso alemán a proteger las vidas judías y el derecho de Israel y existir. Concluye que la retaliación militar del gobierno israelí por los actos de Hamás “se justifica en principio” y que “a pesar de la preocupación por la suerte de la población Palestina… los estándares de juicio se hacen resbaladizos cuando se atribuyen intenciones genocidas a las acciones de Israel”.

¿Y las vidas palestinas? Se preguntan sus críticos, ¿acaso importan menos? Tras hacer eco a la condena a Hamás en una carta publicada la semana pasada en The Guardian, se preguntan acerca del “límite aparente en la solidaridad expresada” por el filósofo alemán y sus cosignatarios.

“La preocupación que expresan por la dignidad humana no se extiende de manera adecuada a los civiles palestinos que en Gaza enfrentan la muerte y la destrucción”. Algunos van más allá, como el profesor Hamid Dabashi de la Universidad de Columbia en Nueva York. Acusa a Habermas y los otros de “bancarrota moral” e hipocresía. “Quienes quedamos fuera de la esfera de la imaginación moral europea no existimos en su universo filosófico, excepto como una amenaza metafísica”.

Esté uno de acuerdo o no con Dabashi, lo cierto es que este debate contra la hipocresía es urgente. Como dijo en estos días la directora de Chatham House Bronwen Maddox, citada a propósito del riesgo que corren Alemania, Gran Bretaña o los EE. UU. al ignorar el juicio de la Corte Internacional de Justicia que parece corregir a Habermas y a quienes piensan como él, “si se rechaza simplemente esta acusación de asumir dobles estándares, podemos dar a los países que buscan desestabilizar a occidente un arma inmejorable aún si la hipocresía de tales países nos parece evidente”.

Más allá del realismo político, lo cierto es que la mayoría global (un término mejor que “Sur Global”) ya no acepta el falso sentido de universalidad que procede del manejo de la centralidad geopolítica euroamericana, del que hace parte una cierta administración de las reglas y el lenguaje con las que se enjuicia a otros mientras se asume como propia una posición de excepcionalidad. Tanto la sentencia de la Corte Internacional como los reunidos en Sevilla nos recuerdan que dicha hipocresía es hoy inaceptable y muy peligrosa.

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Contra la hipocresía

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31.01.2024

La semana pasada tuvo lugar en Sevilla, España, una reunión de algunos de los más preclaros expertos, practicantes y pensadores de la justicia, la política, la ética y el derecho internacional. Durante su apertura, el juez Baltasar Garzón, reconocido mundialmente por su uso pionero de la jurisdicción universal para solicitar el arresto del dictador y entonces presidente chileno, Augusto Pinochet Ugarte, nos recordó lo que está en juego en el momento presente. “[Pinochet] afirmaba que él era representante de lo que llamaba ‘democracia autoritaria’ … eso me hizo pensar que aquello de lo que hablemos aquí… se encuentra rodeado por una gran manipulación del lenguaje”.

En efecto, tanto la guerra lingüística como la guerra jurídica (lawfare) constituyen el elemento que, como el agua a los peces, permite a los ultraderechistas, los terroristas y aquellos que esconderían su intención genocida tras la máscara de la lucha del “Norte Global” contra el “radicalismo” de “los otros” (léase, el llamado “Sur Global”), nadar y camuflarse entre los arrecifes y las tormentas de las crisis internacionales.

Entre estos incluyo a Hamás sin reservas. La masacre cometida contra civiles israelíes el 7 de octubre pasado constituye un acto terrorista. No puede confundírsela con un acto de resistencia o de lucha anticolonial. Hamás fantasea con una Palestina sin judíos. Dicha fantasía encuentra su reflejo en la ilusión de quienes se asientan de manera ilegal en el banco occidental y otros lugares de........

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