La arremetida de Israel en Gaza, sin la más mínima piedad con la población civil, es aterradora y merece la condena de la humanidad. No olvidamos, por supuesto, la barbarie igualmente atroz de Hamás (y por eso no firmo cartas de apoyo a Palestina que no condenen expresamente su acción), pero no podemos olvidar que el aplastamiento de Israel a los habitantes de Gaza no solo tiene antecedentes igualmente brutales, sino que se ha manifestado desde siempre en el desprecio por la dignidad de sus habitantes. No en vano se dice que la Franja es “la prisión al aire libre más grande del mundo”, ya que sus habitantes viven coartados de mil maneras, con controles por tierra, mar y aire que los hostigan y asfixian su cotidianidad.

El mundo observa conmovido la masacre —que incluye más de 100 trabajadores de la ONU—, sobre todo la de los niños: la de los ejecutados por Hamás y la de los palestinos, que sobrepasan ya los 4.000. Como decía alguien, habría que ponerles rostro para comprender la magnitud de la tragedia. Y es lo que hace el periodismo, cuando cuenta, por ejemplo, que a los niños de la familia Netthel, aplastada bajo los escombros de su casa, sus parientes les escribieron sus nombres en la planta de los pies para que pudieran ser reconocidos; o que una familia salía del hospital con banderines blancos en sus manos, pero la madre y la niña fueron asesinadas por las balas de los israelíes, mientras el padre y el niño quedaron malheridos.

También les puso rostro Hernán Zin, un reportero de guerra y escritor, en Nacidos en Gaza, un documental que puede verse en Netflix, sobre cómo era la vida de 10 niños en la Franja después del asedio de Israel entre julio y agosto de 2014. Zin no pretende explicar la guerra, sino la forma en que la sienten estos niños, todos menores de 14 años, cuyas vidas están condenadas por el sólo hecho de haber nacido en Gaza, de donde difícilmente se puede salir: el par de amigos que estaban jugando en la playa y vieron morir a sus tres primitos bajo el fuego de un misil; la chica de ocho años, con la cabeza vendada, que perdió a sus padres y a su hermanito y que no vuelve a hablar; la que cuenta que la herida le hizo “salir las tripas” y se retuerce de dolor con las curaciones; el que recoge plástico en el basurero y del que depende la familia porque es el único que tiene un trabajo. Y otros más. Casi todos se expresan con una madurez que sólo puede otorgar el dolor. De sus labios van saliendo frases aterradoras: “Pienso mucho en nuestra situación y no veo una salida”, “Quisiera vivir como otros niños del mundo. No sentir miedo”, “No tenemos ni para comer. No me quedan amigos ni nadie. Me quedo en casa, no juego ni hago nada”, “La vida aquí es una mierda”, “Todos los días le digo a mi madre que quiero morir”. Su salud mental está destrozada. Uno dice: “¿Qué harán con nosotros cuando seamos mayores?”. La respuesta puede ser la frase de otro de ellos, que ahora, cuando todos son ya unos jóvenes (si es que no han muerto ya), puede haberse vuelto realidad: “Me gustaría entrar a la Resistencia y vengar a mis primos”.

¿Que “incomoda” ver el sufrimiento infantil, como dijo una crítica al documental? Habría que recordarle que una de las funciones del arte es, precisamente, incomodarnos.

QOSHE - Los niños - Piedad Bonnett
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Los niños

4 1
19.11.2023

La arremetida de Israel en Gaza, sin la más mínima piedad con la población civil, es aterradora y merece la condena de la humanidad. No olvidamos, por supuesto, la barbarie igualmente atroz de Hamás (y por eso no firmo cartas de apoyo a Palestina que no condenen expresamente su acción), pero no podemos olvidar que el aplastamiento de Israel a los habitantes de Gaza no solo tiene antecedentes igualmente brutales, sino que se ha manifestado desde siempre en el desprecio por la dignidad de sus habitantes. No en vano se dice que la Franja es “la prisión al aire libre más grande del mundo”, ya que sus habitantes viven coartados de mil maneras, con controles por tierra, mar y aire que los hostigan y asfixian su cotidianidad.

El mundo observa conmovido la masacre —que incluye más de 100 trabajadores de la ONU—,........

© El Espectador


Get it on Google Play