Fueron varias las ocasiones en las que mi vocación docente me llevó a conocer Quibdó y, en particular, a gentes del sector de justicia, con quienes alterné en foros académicos. Visité, pero no conocí esa región misteriosa y maravillosa del Chocó, poblada por personas cálidas y sencillas, hasta ahora que el ecoturismo me permitió disfrutar de la naturaleza y de sus lugareños.

El departamento más pobre de Colombia, sin duda el Chocó, es tal vez de los más bellos cuando se consigue adentrarse en esa selva profunda donde convive desde el silencio o el ruido y hasta las fuerzas oscuras de la inseguridad y la violencia de grupos insurgentes o el narcotráfico.

Hablar con los chocoanos raizales es entrevistar la tristeza y también la esperanza. No hay quien eluda referirse a la pobreza a la que los tienen condenados desde Bogotá, privándolos de las urgencias y necesidades que, por ejemplo, se dispensan con generosidad y prontitud a su vecino la poderosa Antioquia y al no menos próspero de Risaralda. Todos hoy tienen sus miradas puestas en esa carretera de Medellín a Quibdó que por fin se está construyendo, pero que sigue siendo una peligrosa trocha con precipicios que llevan años transitando. Ahora parece que ya hay trechos largos pavimentados y todo hace pensar que podrá recorrerse en cinco o seis horas. Lo cierto es que, a esa vía de comunicación, que le cambiaría para siempre el rumbo a esta zona empobrecida, le restan muchos meses de trabajo para verla completa y para que haya desplazamiento digno y seguro de un departamento a otro.

Todos le hemos fallado al Chocó, no solo sus dirigentes regionales, en su mayoría señalados por deshonestos, sino todos los que desde Bogotá condenaron al naufragio a esa tierra de promisión. Un recorrido por las calles desordenadas de Quibdó, repletas de desempleados que, a pesar de la adversidad, no han perdido el humor ni el placer inmenso de disfrutar de la ironía, desconcierta. En pleno centro de esa bulliciosa villa, cuyo malecón ve correr el rio Atrato y donde se juega dominó, se ha construido una casa ostentosa que en el espectro de esa pobreza lacerante tiene visos de mansión a la que socarronamente las gentes han bautizado como la “casa de los mil millones”. Se trata de una edificación de color sombrío que todo el mundo sabe que fue construida con frutos de la corrupción que es, a no dudarlo, el más grande mal que aqueja al Chocó. Quien haga un recorrido por la capital chocoana muy pronto alguien le hablará de la casa de marras, levantada delante de los ojos de todas las autoridades con recursos estatales, pero para uso privado de un delincuente de cuello blanco, de los muchos que viven allá en la impunidad protegidos por la conspiración del silencio.

Pero son más los buenos, como esos sencillos nativos que se aproximan siempre a hablar de su región con orgullo y fe, como James Rodríguez –sí señor, tocayo del futbolista–, quien pasa sus días liderando empresas quijotescas que ojalá se hagan realidad.

Y luego Nuquí y la selva, con toda su exuberante belleza y también su apabullante penuria que, sin embargo, suscita la atención de miles de turistas venidos principalmente desde el exterior. Pero algo sorprendente: en esa ciudad, que se recorre en no más de diez minutos, un grupo de jóvenes sintió que les había llegado la hora de interesarse por el destino ingrato y casi harapiento de su terruño, y tomaron en serio su futuro y optaron por participar de la contienda política y llevaron a la alcaldía y concejo a sus voceros. Por cuenta de esa revolución silenciosa de la que ellos mismos son protagonistas, porque se decidieron a enfrentar al cáncer de la corruptela, han empezado a ver asfaltadas las pocas calles de su villorrio y aspiran a que queden en el olvido sus avenidas polvorientas o inundadas por la carencia de alcantarillados, para que los niños gocen del mínimo privilegio de caminar vías decorosas.

Pero, no hay remedio, somos un país de contrastes. A la pujante Barranquilla le han quitado la sede de los Juegos Panamericanos por desidia del gobierno nacional, y, con razón, Colombia se indigna. No obstante, frente al Chocó, que solo es sede de la desolación por cuenta del racismo estructural, lo condenamos a un pasado ignominioso que no es diferente de su presente y futuro. Hay que llorar por ambos ojos.

Adenda: Fortuna, de Hernán Díaz, el escritor argentino, imperdible novela.

notasdebuhardilla@hotmail.com

QOSHE - Chocó vive - Ramiro Bejarano Guzmán
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Chocó vive

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07.01.2024

Fueron varias las ocasiones en las que mi vocación docente me llevó a conocer Quibdó y, en particular, a gentes del sector de justicia, con quienes alterné en foros académicos. Visité, pero no conocí esa región misteriosa y maravillosa del Chocó, poblada por personas cálidas y sencillas, hasta ahora que el ecoturismo me permitió disfrutar de la naturaleza y de sus lugareños.

El departamento más pobre de Colombia, sin duda el Chocó, es tal vez de los más bellos cuando se consigue adentrarse en esa selva profunda donde convive desde el silencio o el ruido y hasta las fuerzas oscuras de la inseguridad y la violencia de grupos insurgentes o el narcotráfico.

Hablar con los chocoanos raizales es entrevistar la tristeza y también la esperanza. No hay quien eluda referirse a la pobreza a la que los tienen condenados desde Bogotá, privándolos de las urgencias y necesidades que, por ejemplo, se dispensan con generosidad y prontitud a su vecino la poderosa Antioquia y al no menos próspero de Risaralda. Todos hoy tienen sus miradas puestas en esa carretera de Medellín a Quibdó que por fin se está........

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