“Eso tan largo, no”, decían algunos estudiantes de secundaria cuando un profesor, en clase de filosofía, les ponía a leer un fragmento de Aristóteles o ¿Qué es la Ilustración?, de Kant. “Qué tienen contra lo largo”, les preguntaba él. “Así no vamos a salir nunca de la minoría de edad”, declaraba con cierto desánimo y luego hacía algún chiste. Estamos en un tiempo sin tiempo, en el que para lo importante no hay posibilidades, solo estamos atentos a las superficies (incluidos las de supermercados y centros comerciales), las ligerezas, la corrección política, aquello que no atente contra el establecimiento y contra quienes nos quieren mantener en la bobada y la sumisión.

Son tiempos curiosos estos en los que el denominado progresismo no quiere saber nada de imperialismos, de sometimientos de una nación por otra, y vienen las simulaciones. Y se impone aquello de que hay que cambiarlo todo, para que todo siga igual (o, en muchos casos, peor que antes). No hay que estudiar, solo posar. Son los días del enamoramiento de sí mismo, de ignorar a los clásicos (no solo por largos, sino porque no pueden reducirse a un mensajito de ocasión), de mandar al fuego lo que se puede considerar como atentatorio contra asuntos de género. Tiempos de liberaciones de pacotilla.

Hoy nos formatean la mente con objetivos inquisitoriales, de control absoluto, de negación del pensamiento. Esa función —o lo que sea— de pensar ya no nos viene. No queda bien. Cuidadito con ponerse en tales faenas críticas, de saber dónde están las cámaras que nos vigilan, dónde los radares y las maquinarias que nos controlan, dónde quedan las novísimas metrópolis imperiales que dictan cómo debe ser el orbe. Mejor dicho, hoy no se requiere saber, eso para qué. Por si acaso, con sentir basta. Redúzcase a ciento cuarenta caracteres, a unas frases anodinas, al vacío existencial, y así viviremos tranquilitos. Qué cuentos de vastos discursos. Hoy todo viene en moldecitos.

Como decían algunas señoras de antes: hasta razón tendrán. ¿Quiénes? Pues aquellos novelistas locos, que anticiparon tantas calamidades, los que vaticinaron que la pendejada se extendería a todos (menos a los controladores), que había que quemar libros, o inyectar una droga para que no hubiera más preocupaciones ni lugar para la rebeldía. Recordad lo que dijo un filósofo (qué es eso): quien más piensa es quien más sufre. Así que no vinimos a sufrir. Que piensen otros. Nosotros nos esclavizamos, obedecemos y nos dejamos llevar.

Sí, hasta razón tendrían loquitos como Huxley, o como ese avizorador de rebeliones en la granja, que se puso a escribir sobre la abolición de la verdad, la extinción de la historia, el empobrecimiento del lenguaje… Mientras menos posibilidades haya de pensar y cuestionar, más fácil se preserva el sistema.

Todos esos escritos visionarios se han ido cumpliendo. “Patenticos”, decía una de aquellas señoras. El viejo George Orwell no se descachó. El lenguaje, que es una posibilidad de libertad, de imaginación, de ir más allá de lo aparente, se vino a pique. Es suficiente un empobrecido “parlachito”, una neolengua con disfraces de progresismo. Y si hay que rendir culto a la personalidad, pues bienvenido. El que piensa es ese señor y nosotros nos prosternamos. Obedecer es nuestro deber y esencia.

Estamos en tiempos de la estandarización, como bien lo señala Michel Onfray en la Teoría de la dictadura. De la regulación. Hay que poner la ciencia no al servicio de la libertad y el humanismo, sino, al contrario, como un mecanismo para esclavizar la masa a nombre de presuntos progresismos. Todo es plano, en apariencia. Así se metamorfosearon los periódicos, los otros medios, que en algún momento pudieron ser canales para la crítica y la defensa de las libertades, y se plegaron al poder, cualquiera sea su catadura. La era de las noticias falsas y la producción de una “realidad” adecuada a la “ideologización” del mundo está en boga.

Es la dictadura de los dispositivos (la del móvil, incluida). El Gran Hermano es omnipresente, ubicuo, calculador. La palabra, que según el muy antiquísimo Filón de Alejandría era la creadora de las cosas, es un fósil. Ha habido un crimen contra la imaginación y la libertad. Volviendo a Kant, y al profesor del principio, con su ¿Qué es la Ilustración?, es bueno recordar que es muy cómodo ser menor de edad, tener un “guía espiritual” (un político, una representación del padre, etcétera), así nos libramos de pensar. Que otros asuman por uno esa tarea, parece que es la consigna contemporánea.

Hoy no hay que razonar, basta con creer en el guía, en el portador de la verdad, en el profeta. O el elegido. Así se construyen los mesianismos. Y se crean las condiciones para la nueva esclavitud, sobre todo mental. Claro que también pasa, como lo avizoró Kant en 1784: “¡Razonad lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!”. Si el “líder” nos quita las ganas de pensar, a él sus pies besamos.

QOSHE - ¿Qué tienen contra lo largo? - Reinaldo Spitaletta
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¿Qué tienen contra lo largo?

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09.01.2024

“Eso tan largo, no”, decían algunos estudiantes de secundaria cuando un profesor, en clase de filosofía, les ponía a leer un fragmento de Aristóteles o ¿Qué es la Ilustración?, de Kant. “Qué tienen contra lo largo”, les preguntaba él. “Así no vamos a salir nunca de la minoría de edad”, declaraba con cierto desánimo y luego hacía algún chiste. Estamos en un tiempo sin tiempo, en el que para lo importante no hay posibilidades, solo estamos atentos a las superficies (incluidos las de supermercados y centros comerciales), las ligerezas, la corrección política, aquello que no atente contra el establecimiento y contra quienes nos quieren mantener en la bobada y la sumisión.

Son tiempos curiosos estos en los que el denominado progresismo no quiere saber nada de imperialismos, de sometimientos de una nación por otra, y vienen las simulaciones. Y se impone aquello de que hay que cambiarlo todo, para que todo siga igual (o, en muchos casos, peor que antes). No hay que estudiar, solo posar. Son los días del enamoramiento de sí mismo, de ignorar a los clásicos (no solo por largos, sino porque no pueden reducirse a un mensajito de ocasión), de mandar al fuego lo que se puede considerar como atentatorio contra asuntos de género.........

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