Todo parece indicar que asistimos a un proceso de amaestramiento masivo, o, por qué no, de domesticación universal, en el sentido no solo de estar obedeciendo, sino, peor aún, consintiendo al verdugo, al domador, al que nos quiere enseñar a amar las cadenas, ni siquiera el punto-cadeneta-punto, solo los grilletes y los eslabones. Y para llegar a estos estados deplorables de consentimiento de la opresión y de la desaparición de la crítica, o asuntos similares, nos han intervenido el cerebro y hasta los intestinos.

Uno de los múltiples mecanismos usados para estos efectos es el del “seguidismo”. El creer a ciegas, o a tontas y locas, al elegido, al “mesías”, a una autoridad que utiliza tramposos disfraces. Lo que diga el maestro, o el presidente, o el dictador, es “palabra de dios”. Y ahora, la divulgación de órdenes, y otros llamados a la genuflexión y a la adoración, se transmiten con facilidad y alta velocidad, por redes sociales, porque, como se puede notar aquí y allá y acullá, más se gobierna a través de la virtualidad que desde la consulta popular.

Hay un catecismo, unas palabras divinizadas, una falsa sensación referida al “patriarca”, a quien hay que seguir, sin vacilaciones y sin cuestionamientos. Bueno, esa es una de las numerosas maneras contemporáneas en las que esa nebulosa denominada el poder nos ha hundido en la aquiescencia. Nos amputaron la facultad de preguntar por esto y por aquello, por todo, como lo sugirió hace años un poeta y dramaturgo alemán. Es mejor el dejar pasar, sin inquietarse por lo que puede haber detrás de un discurso, de un decreto, de una propuesta que puede ir contra nuestros intereses, que ya ni sabemos cuáles son.

Nos sumergieron en los espectáculos que hacen gritar a la galería, diseñada precisamente para dar sentido de aprobación, o de aceptación a lo que se mueve en la platea y en el proscenio. Para estas abyecciones se reduce el lenguaje, se crea una “neolengua” (por qué no un empobrecido parlache, una jerga) y hay que ir haciendo desaparecer a los clásicos (en unos casos, del marxismo; en otros, de la literatura, las artes, la historia…), como lo sugiere Michel Onfray.

Entonces, además del sentido crítico (suponiendo que haya existido alguna vez), nos empobrecen el lenguaje, que se reduce a unos cuantos vocablos, y se crea una sensación de bienestar en lo efímero, en lo fugaz y deleznable. Así son, en general, los mensajes de redes sociales. Como lo que alguien, quizás también por alguna de esas redes, decía sobre los esnobismos y las modas, que nos avasallan y nos hacen creer que hay un barrio muy “cool”, y que ya no se dice “tinto” (en el sentido de un café negro), sino un “americano”. Y hasta nos avergonzamos, por estos breñales montañeros, de la arepa y otras comidas típicas.

Sucede igual, o peor, con los conceptos de arte, belleza, estética. Se ha reducido a emoticones, al sensacionalismo, a la calificación rápida de una canción sin fondo y sin forma, o un bodrio cualquiera, en decir “¡qué chimba!”, y así evitamos cualquier análisis o profundización, nos salimos por la tangente, y esa forma escapista nos salva de pensar en propuestas elaboradas, en filósofos, en tratadistas, “eso pa’qué”, se escucha decir. “Pa’qué putas” Kant y Hegel y Nietzsche, o Gutiérrez-Girardot, o los baldomeros sanines, o un viejito tacaño como Fernando González, y menos aún un escritor “costumbrista”, “montañero”, pero eso sí “desnudador”, como don Tomasito Carrasquilla. Cosas así se han visto. Cosas de nuestro tiempo, se dirá.

Me parece que era el “filósofo de moda” Byung Chul-Han, cuando hablaba de la estética de lo pulido y lo terso, la que no hiere ni causa aprensiones, y que solo puede producir miles de “me gusta”, quien advertía acerca de la “cultura del Wow!”, o “¡guau!” (recordar que por estos lados ya no decimos ¡huy!, ¡ahhh!, ¡oh!, ¡caray! …). Uno de los artistas (habría que cuestionar esta palabra) contemporáneos más cotizados del mundo, Jeff Koons, dice que “lo único que tiene que hacer el observador de su obra es emitir un simple ‘Wow!”, y todo bien, papá. No hay que preocuparse por interpretar, pensar, cuestionar la banalidad.

En efecto, este empresario-artista, calificado como minimalista, neo-pop, conceptualista, kitsch, etc., vendió en subasta, en 2019, un conejito de acero inoxidable por 91 millones de dólares. Su “arte” no debe despertar en el espectador ninguna reflexión, juicio, pensamiento, meditación…, solo con el gritito de “Wow!” basta para cotizarse. Dice Chul-Han que ante esas obritas surge un “imperativo táctil” de palparlas, “e incluso el placer de lamerlas”. Así vamos.

Lamer y dar “me gusta” es el imperativo categórico de hoy. O exclamar Wow ante una letra insulsa y vulgar de una cancioncita, por lo demás mal cantada. O ante unos conejitos que hoy son como una gallina de los huevos de oro. Y mientras más torpe y vacía sea una composición, estará más cerca del “éxito”. Fuera de “domados”, nos volvieron bobos. Y lambones.

QOSHE - Bobos, lambones y esnobistas - Reinaldo Spitaletta
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Bobos, lambones y esnobistas

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16.04.2024

Todo parece indicar que asistimos a un proceso de amaestramiento masivo, o, por qué no, de domesticación universal, en el sentido no solo de estar obedeciendo, sino, peor aún, consintiendo al verdugo, al domador, al que nos quiere enseñar a amar las cadenas, ni siquiera el punto-cadeneta-punto, solo los grilletes y los eslabones. Y para llegar a estos estados deplorables de consentimiento de la opresión y de la desaparición de la crítica, o asuntos similares, nos han intervenido el cerebro y hasta los intestinos.

Uno de los múltiples mecanismos usados para estos efectos es el del “seguidismo”. El creer a ciegas, o a tontas y locas, al elegido, al “mesías”, a una autoridad que utiliza tramposos disfraces. Lo que diga el maestro, o el presidente, o el dictador, es “palabra de dios”. Y ahora, la divulgación de órdenes, y otros llamados a la genuflexión y a la adoración, se transmiten con facilidad y alta velocidad, por redes sociales, porque, como se puede notar aquí y allá y acullá, más se gobierna a través de la virtualidad que desde la consulta popular.

Hay un catecismo, unas palabras divinizadas, una falsa sensación referida al “patriarca”, a quien hay que seguir, sin vacilaciones y sin cuestionamientos. Bueno, esa es una de las........

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