Unas soldadas israelíes, seguro pispitas ellas, quizás con capas sutiles o puede que revoques muy llamativos de maquillaje, quién sabe si hasta con pestañina y rouge, o por qué no, carilavadas, porque están en guerra y no hay tiempo para los afeites, se ven posando con un telón de fondo de infamia y otras ignominias: las ruinas de edificaciones en la frontera con Gaza. Se aprecia, en la profundidad del campo, la macabra destrucción de lo que ya ha sido calificado por una parte del mundo como un genocidio contra Palestina.

Al fondo, el arrasamiento de lo que antes tuvo vida. Adelante, según lo muestra otra fotografía, una de las soldadas hace miñocos, con sus brazos en la cintura y actitud de dichoso triunfo. Y, claro, no podía faltar la celebérrima selfi, la muy posmoderna que muestra en este caso toda una actitud banal e indiferente de unas militares, que puede parecerse a la que exhibe a unos esnobistas en cualquier restorán con viandas rebuscada. Estas que digo, impresionantes, las captó un reportero de la agencia de noticias AP, como un testimonio del asolamiento de un pueblo.

Si se pudiera oler a través de esas reveladoras fotografías, que denotan en toda su dimensión de horror aquello que, en otros tiempos, el escritor alemán W. G. Sebald nos muestra en su libro La historia natural de la destrucción, olfatearíamos el olor a muerte. Tal vez nos llegarían ecos cada vez menos resonantes de los niños muertos, de las madres muertas, de los ancianos muertos. De los que ya no están o tuvieron que irse, en un exilio que ya carga una larga historia desde 1948. De los que recibieron las bombas, los disparos, los gases; mejor dicho, de todos los palestinos muertos.

Las militares israelíes, en las fotos tomadas por el reportero gráfico Tsafrir Abayov, sonríen, parecen contonearse, ponen cara de contentura, de celebración. En el fondo, hay muerte, silencios forzosos, ninguna señal de vida. Ha habido un raid de Israel, una barredora, una demostración de cómo se puede exterminar a un pueblo. Y eso es lo que celebran las militares en una representación de lo que podría interpretarse como la “banalización del mal”. Nuestro ejército ya arrasó (o dirían por ahí, cumplió órdenes, como para disminuir el grado de culpabilidad y abominación) y hay que dejar constancia en nuestras selfis.

A fines de 1944 y comienzos del 45, Estados Unidos e Inglaterra, en una expedición de horrores, bombardeó decenas de ciudades y pueblos de una Alemania nazi ya casi en ruinas, derrotada y que estaba a punto de ser tomada y sometida por el ejército rojo soviético. Era una especie de festín de la destrucción y, en particular, del arrasamiento de civiles, tal vez como una inhóspita constancia de que los ganadores tendrían el dudoso derecho de repartirse el mundo. La otra cara de espanto de esos mismos tiempos de zozobras fueron los campos de concentración y exterminio.

Israel, avanzada de los Estados Unidos en el Medio Oriente, perpetra hoy crímenes de guerra contra Palestina, ante la complacencia no solo de Washington, sino de buena parte de Europa; viola los principios de coexistencia pacífica, el derecho a la autonomía y autodeterminación palestinas; ocupa de manera ilegal su territorio; y, como lo señaló hace poco el presidente de Brasil Lula da Silva, “lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza no es una guerra, es un genocidio”. Además, comparó las acciones de Israel con las de la campaña de Hitler para exterminar judíos.

Gaza es hoy una zona de muerte y otras desolaciones. Voces médicas, como la del cirujano estadounidense Irfan Galaria, han dicho que lo que está aconteciendo en la Franja de Gaza no es una guerra, sino una aniquilación de la población. “El sistema de salud de Gaza ha colapsado. Los hospitales han sido atacados. Ya no tienen capacidad física ni espacio para atender a sus pacientes. Están matando a miembros del personal médico y sanitario. Los están atacando. Los están encarcelando”, escribió Galaria en Los Ángeles Times. Es claro que atacar hospitales, como lo está haciendo Israel en Gaza, es un crimen de guerra.

Hace unos días, en una valiente declaración, el pensador francés, de origen judío, Edgar Morin, señaló que “Israel está perpetrando una masiva matanza contra la población de Gaza, niños y mujeres. Y ver el silencio del mundo (…) es una tragedia horrible”. En efecto, en buena parte de occidente, en especial en Estados Unidos y Europa, hay un silencio mediático, una complicidad degradante con los crímenes de Israel contra el pueblo palestino.

Entre tanto, las fotografías del principio nos siguen mostrando una actitud frívola, cínica, de unas militares israelíes, en una posición mezcla de infamia y burla. Qué importa que allá, en Gaza, la vida se extinga por nuestras bombas y otras armas muy letales. Aquí estamos, triunfantes, tomándonos unas selfis. Muéranse, palestinos de mierda. Nosotras seguiremos viviendo. Eso parecen denotar las muy majas soldadas de Israel.

QOSHE - Las selfis y un genocidio - Reinaldo Spitaletta
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Las selfis y un genocidio

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27.02.2024

Unas soldadas israelíes, seguro pispitas ellas, quizás con capas sutiles o puede que revoques muy llamativos de maquillaje, quién sabe si hasta con pestañina y rouge, o por qué no, carilavadas, porque están en guerra y no hay tiempo para los afeites, se ven posando con un telón de fondo de infamia y otras ignominias: las ruinas de edificaciones en la frontera con Gaza. Se aprecia, en la profundidad del campo, la macabra destrucción de lo que ya ha sido calificado por una parte del mundo como un genocidio contra Palestina.

Al fondo, el arrasamiento de lo que antes tuvo vida. Adelante, según lo muestra otra fotografía, una de las soldadas hace miñocos, con sus brazos en la cintura y actitud de dichoso triunfo. Y, claro, no podía faltar la celebérrima selfi, la muy posmoderna que muestra en este caso toda una actitud banal e indiferente de unas militares, que puede parecerse a la que exhibe a unos esnobistas en cualquier restorán con viandas rebuscada. Estas que digo, impresionantes, las captó un reportero de la agencia de noticias AP, como un testimonio del asolamiento de un pueblo.

Si se pudiera oler a través de esas reveladoras fotografías, que denotan en toda su dimensión de horror aquello que, en otros tiempos, el escritor........

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