Llega a cansar la inconclusión. La revolución frustrada, que se quedó regada en el camino, por razones mil, porque no resultó correcto el análisis de la historia, ni de la táctica ni de la estrategia, porque ganó el reformismo, porque se abandonaron las luchas contra el enemigo mayor (en estas tierras sometidas y atascadas en el subdesarrollo, el enemigo principal era y sigue siendo el imperialismo yanqui), por mil factores más que pueden cabalgar sobre el caballo de Bolívar, incluida la creencia de que una reforma agraria se puede hacer con oraciones, rogativas y buenos modales. Ese proceso de revolución profunda de la sociedad colombiana, por ejemplo, sigue inconcluso.

Y quién sabe hasta cuándo, porque la inconclusión, esa que deja un gusto amargo y pastoso, tiene, además de una extraña perversión, una estampa de derrota. El sistema aúpa ciertas ilusiones perdidas, que resurjan de vez en cuando, para que, a la larga, los oprimidos desistan de un triunfo total, demoledor, que destruya todo lo anterior, inservible. Una de las astucias de quienes detentan el poder, cualquiera que este sea, es la de hacer creer que es posible, mediante espejismos de cambio, dar al traste con un régimen, con un modo de explotación del hombre por el hombre, y así hasta el infinito. O hasta la náusea.

Sin embargo, hay inconclusiones que cultivan la imaginación, proponen finales insólitos, como puede pasar, digamos, en una obra literaria que se ha quedado sin final. Hace años leí Las aventuras del buen soldado Svejk, de Jaroslav Hasek, que es una hermosa sátira, humor agudo contra la guerra, contra el poder, como una especie de manifiesto antibélico, que hace de la risa un arma contra el despotismo y la absurdez de una conflagración como la llamada Gran Guerra.

El escritor praguense echa mano del humor, a veces doloroso, para tornar lo trágico, risible; lo odioso, simpático; la bobada del patrioterismo, en una crítica demoledora contra un sistema que solo le importa llevar al matadero a miles, millones de personas, a fin de mantenerse incólume. Son los tiempos del imperio austrohúngaro, y en medio de chauvinismos tontos, el buen soldado aparece como una conciencia que echa mano a la farsa, y si se quiere a la astucia, para sobrevivir y mostrar las miserias de la guerra.

Así es posible ver, por ejemplo, como un mutilado con muletas es trasladado por su anciana madre en “un cochecito para enfermos” al frente de batalla. Se muestra cómo un inválido sacrifica su vida y otros bienes en beneficio de su emperador. El buen soldado Svejk va contando las pendejadas, por ejemplo, de un soldado bobo que una vez se encontró seiscientas coronas en las calles y las entregó a la policía (corrupta, como en todo el mundo), y que perdió así, por tontarrón (y no por honrado), a su novia y amigos de bar.

La novela, que alcanzó más de setecientas páginas, se quedó inconclusa, porque el autor, ya enfermo, no pudo seguir dictándola y se murió, antes de acabarla, el 3 de enero de 1923. Y uno, después de todo, dice que con lo contado ya era más que suficiente para mostrar las desgracias y gracias de un soldado como Svejk en la guerra, con evocaciones de la picaresca y, en particular, con características quijotescas y sanchopancescas.

En este particular caso, pudiera decirse que esta es una novela felizmente inconclusa. Lo dicho estuvo bien dicho. En lo escrito se pudo constatar cómo la risa puede ser un remedio (no sé si infalible) contra las atrocidades de la guerra y los cuestionamientos al poder. A propósito de praguenses, otra novela que se quedó sin terminar fue El proceso, de Kafka, que es una especie de pesadilla y una constancia contra los abusos del poder.

Sí, la inconclusión puede llegar a cansar. O dejar un mal sabor. Pero en literatura no tanto. Otro ejemplo, de varios, es la obra Alabardas, de José Saramago, una exaltación del espíritu de lucha y, a su vez, un alegato contra la violencia y los fusilamientos de trabajadores, como pasó en la guerra civil española. Se quedó a mitad de camino esta reflexión que partió de una pregunta: ¿por qué no ha habido una huelga en una fábrica de armas? Ah, según el mismo autor, el libro lo iba a terminar con esta frase contundente: “Vete a la mierda”.

Una sensación de inconclusión, pese a esfuerzos notorios, para nosotros los de esta parcela llamada Colombia ha sido la de la guerra. En ella (recordar aquí que un presidente guerrerista y mesiánico dijo que aquí no había un conflicto armado) nos hemos debatido desde casi siempre en nuestra historia tragicómica. Y, como se sabe, no hemos podido terminar (o tal vez ni empezar) la conquista de reivindicaciones democrático-burguesas, siempre aplazadas.

Así que ese malestar que causan los procesos truncos podría cortarse, al modo del viejo Mao, con una revolución de “nueva democracia”. Pero, más bien, dejemos esta hipótesis inconclusa y, como en ciertas novelas, a la libre imaginación del lector.

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Novelas y revoluciones inconclusas

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09.04.2024

Llega a cansar la inconclusión. La revolución frustrada, que se quedó regada en el camino, por razones mil, porque no resultó correcto el análisis de la historia, ni de la táctica ni de la estrategia, porque ganó el reformismo, porque se abandonaron las luchas contra el enemigo mayor (en estas tierras sometidas y atascadas en el subdesarrollo, el enemigo principal era y sigue siendo el imperialismo yanqui), por mil factores más que pueden cabalgar sobre el caballo de Bolívar, incluida la creencia de que una reforma agraria se puede hacer con oraciones, rogativas y buenos modales. Ese proceso de revolución profunda de la sociedad colombiana, por ejemplo, sigue inconcluso.

Y quién sabe hasta cuándo, porque la inconclusión, esa que deja un gusto amargo y pastoso, tiene, además de una extraña perversión, una estampa de derrota. El sistema aúpa ciertas ilusiones perdidas, que resurjan de vez en cuando, para que, a la larga, los oprimidos desistan de un triunfo total, demoledor, que destruya todo lo anterior, inservible. Una de las astucias de quienes detentan el poder, cualquiera que este sea, es la de hacer creer que es posible, mediante espejismos de cambio, dar al traste con un régimen, con un modo de explotación del hombre por el........

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