No solo es triste y trágico ser palestino. Es horrible. Un pueblo víctima de los que antes fueron víctimas, como lo dijo Edward Said, despojado de su territorio, de su cultura, de su hábitat desde 1948 (con amagos de depredación desde mucho antes), cuando para ellos comenzó la catástrofe, la Nakba. Un pueblo violado, invadido, que no puede representarse a sí mismo, o que solo puede hacerlo “a través del filtro de la negación israelí y la complicidad de Estados Unidos”. Sí, es horrible quedarse sin aldeas, cuando en 1948 fueron barridas más de seiscientas de ellas. Víctimas de un colonialismo único, diferente a los anteriores colonialismos. “Nos quieren muertos o exiliados”, dijo Said, autor, entre otros libros, de La cuestión palestina.

El 15 de mayo de 1948, el inicio del infierno, el prólogo de todas las pestes, incluida la del olvido, una comunidad, un pueblo entero fue arrojado “a la intemperie del exilio de la historia”. Lo cercenaron. Les quitaron la voz, pese a que continuaron gritando y luchando por la memoria, por el derecho inalienable al territorio, a la vivienda, a la lengua, a tener un lugar en el mundo.

“La guerra de 1948, que condujo a la implantación del Estado de Israel, tuvo como consecuencia también la devastación de Palestina”, se dice en el libro Nakba, Palestina, 1948, y los reclamos de la memoria, editado por los intelectuales palestinos Ahmad H. Saadi y Lila Abu-Lughod, que incluye ensayos sobre la violación de Qula, una aldea palestina destruida (y sobre la violación de parte del ejército israelí de mujeres palestinas), recuerdos de aldeas palestinas antes de 1948, las mujeres y las historias de la Nakba, entre otros temas. En todos ellos se busca un lugar en “el banco mundial de la memoria”, del cual el pueblo palestino ha sido excluido por el imperialismo y sus secuaces.

Sobre Palestina también se ha abatido un colonialismo intelectual, en razón del cual solo se aprecia la perspectiva de los colonizadores, la mirada soslayada de los que antes fueron víctimas y ahora son victimarios. Para Israel, Palestina es “un pueblo descartable”, sobre el cual hay que hacer, como lo han hecho desde 1948, limpieza étnica, represión permanente, ocupación, masacres de refugiados, aniquilación de la memoria… Como lo dijo, en 2002, José Saramago: “Israel es rentista del holocausto”.

Después de la Nakba, de la catástrofe, Palestina fue expoliada, dividida en distintos compartimentos por los colonizadores israelíes, que tuvieron desde aquellos días la intención de borrarla, expropiarla, no dejar ninguna huella de la cultura y la memoria de los que allí habitaron hasta esa fecha de la desgracia. A muchos de aquellos palestinos solo les quedaba el mar. Algunos siempre pensaron en la “awda”, el retorno. Cuando volvieron no había aldeas, no estaban sus perros ni gatos, quizá uno que otro olivo, un árbol de la memoria palestina. Se dice que gran parte de la cultura palestina sobrevivió al ataque de Israel, “debido a los poderosos esfuerzos de los que permanecieron en la tierra, ya sea los de 1948 o los de la Ribera Occidental y Gaza”, dice Lila Abu-Lughod.

La Nakba no ha finalizado aún. La memoria de la catástrofe no ha muerto. “Es la piedra de toque de la esperanza” que mueve a cada palestino a ejercer el derecho de retornar a su hogar y el derecho a ser ciudadano. Recordemos que más del ochenta por ciento de los palestinos que vivían en la parte más grande de Palestina sobre la cual se estableció Israel (más del 77 % del territorio palestino) pasaron a ser refugiados, con todas las desventuras que esa condición implica.

En la estupenda novela Judas, del israelí Amos Oz, se lee en una consigna pintada en un muro del barrio Mekor Baruch, en Jerusalén: “Los sionistas continúan las acciones de Hitler, desaparezca su nombre de la faz de la tierra”. En esa misma obra se dice que árabes y judíos han sido víctimas de la Europa cristiana, “¿acaso no existe una profunda base histórica para que haya una relación de empatía y de entendimiento entre ellos?”, se pregunta el personaje Shaltiel Abravanel.

Lo de la empatía y el entendimiento no ha sido así, lamentablemente. El imperialismo estadounidense ha sido uno de los causantes de ese alejamiento y de tener en Israel una avanzada de sus intereses políticos y económicos en Medio Oriente. La historia contemporánea de los palestinos cambia en 1948, cuando “un país y su pueblo desaparecieron de los mapas y los diccionarios… El pueblo palestino no existe, dijo uno de sus nuevos dueños (también lo repitió Golda Meir”), según escribió el historiador palestino Elías Sanbar.

La resistencia palestina continúa. La Intifada (la insurrección) es uno de los modos necesarios de la rebeldía. Desde hace años, los palestinos son bombardeados, asediados, baleados, arrestados, perseguidos, encarcelados, torturados, humillados, masacrados por el ejército israelí. El Estado de Israel, que ha copiado a Hitler, hoy mata niños, mujeres y ancianos en Gaza. Los olivos siguen de luto.

QOSHE - Palestina, luto en los olivos - Reinaldo Spitaletta
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Palestina, luto en los olivos

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12.12.2023

No solo es triste y trágico ser palestino. Es horrible. Un pueblo víctima de los que antes fueron víctimas, como lo dijo Edward Said, despojado de su territorio, de su cultura, de su hábitat desde 1948 (con amagos de depredación desde mucho antes), cuando para ellos comenzó la catástrofe, la Nakba. Un pueblo violado, invadido, que no puede representarse a sí mismo, o que solo puede hacerlo “a través del filtro de la negación israelí y la complicidad de Estados Unidos”. Sí, es horrible quedarse sin aldeas, cuando en 1948 fueron barridas más de seiscientas de ellas. Víctimas de un colonialismo único, diferente a los anteriores colonialismos. “Nos quieren muertos o exiliados”, dijo Said, autor, entre otros libros, de La cuestión palestina.

El 15 de mayo de 1948, el inicio del infierno, el prólogo de todas las pestes, incluida la del olvido, una comunidad, un pueblo entero fue arrojado “a la intemperie del exilio de la historia”. Lo cercenaron. Les quitaron la voz, pese a que continuaron gritando y luchando por la memoria, por el derecho inalienable al territorio, a la vivienda, a la lengua, a tener un lugar en el mundo.

“La guerra de 1948, que condujo a la implantación del Estado de Israel, tuvo como consecuencia también la........

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