Con la muerte de Henry Kissinger, un criminal de guerra jamás juzgado, se probó que sí hay mal que dure cien años. El exsecretario de Estado de los Estados Unidos, el que promovió operaciones conspirativas como el derrocamiento de Salvador Allende, murió la semana pasada, en medio de los elogios de potentados, del sistema imperialista que defendió y del pesar de algunos lacayos en distintas partes del orbe. El centenario truhan de la política que desprestigió a más no poder el ya también muy deteriorado Nobel de Paz (se lo otorgaron en 1973) fue llamado “la nodriza mental de Nixon”, en tiempos de la guerra de Vietnam y del caso Watergate.

El que también fue consejero de seguridad nacional del imperio no era ninguna pera en almíbar, aunque la farándula gringa lo pusiera en sus tiempos como un “seductor”, una suerte de playboy, con una imagen publicitaria que ocultaba lo “demoníaco” de sus posiciones en contra de la independencia y autodeterminación de muchos pueblos del mundo. “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”, dijo en 1970 con respecto a Chile y Allende. Tres años después puso a arder La Moneda y abrió el camino a la dictadura de Pinochet.

Mucho que ver tuvo con el napalm, el agente naranja, la masacre de civiles en Vietnam, aquel que sería calificado, en una muestra de la vacuidad de buena parte de la prensa estadounidense, como el “símbolo sexual de la administración Nixon”. Y mientras las páginas de cotilleo y otras mariconadas le daban espacios de sociedad y coctelería, el funcionario se encargaba de organizar bombardeos a Laos y Camboya a fin de cortar suministros a los “Vietcong”. Miles de civiles eran las victimas de esta juguetería del hombre que tenía en la guerra uno de sus pasatiempos.

Miles de civiles cayeron por estas intervenciones mortíferas del imperialismo yanqui, del cual Kissinger era una de sus más activas fichas. Su injerencia en América Latina es uno de los factores causantes de regímenes dictatoriales impuestos por los Estados Unidos en el Cono Sur. No solo intervino en Chile, como lo demuestran decenas de documentos desclasificados de la CIA, sino, tres años después del golpe a Allende, en Argentina. El llamado “proceso de reorganización nacional” contó con la injerencia del entonces secretario de Estado, auspiciador del golpe de estado que puso a Videla a presidir la junta militar desde 1976.

Antes de ese oscurantismo represivo impuesto en Argentina, ya los gringos, con fichas como Kissinger, habían entrenado con el Plan Cóndor, cuyos fines tenían relación con el sacar del camino a opositores izquierdistas. Horrible el calentamiento que luego puso en juego una de las más sangrientas dictaduras, como la de Argentina, que causó, en menos de seis años, treinta mil desaparecidos. Al carnicero de Washington, de origen hebreo-alemán, se le atribuye buena parte de esa barbarie.

Era un as de la “guerra sucia” y de la interposición de recursos, nada democráticos, en el poder. Si había que bombardear, se bombardeaba; si había que deponer a algún presidente incómodo para los intereses de la metrópoli, había que sacarlo del camino. Y listo. “Si van a matar, maten rápido”, se dice que les dijo a sus consentidos milicos de Chile y Argentina. En cualquier caso, su apoyo no les faltó a la “gorilada” castrense del Cono Sur.

Al señor que decía que “la inteligencia no sirve para ser jefe de Estado”, porque, según él, lo que contaba para ese cargo eran “la astucia y la fuerza”, le correspondió el rol de mantener vivos a toda costa los intereses del imperialismo en el mundo, en momentos en que había una gran resistencia popular, movimientos de liberación nacional y de luchas por la soberanía y la autodeterminación de los pueblos. Por eso, apeló a la “guerra sucia”, a la matanza masiva con bombardeos, en los que, como suele ocurrir, los civiles son la carne predilecta.

En su país, como en otros lugares, banqueros y magnates lo vieron siempre como un coloso de la “democracia”, y ni hablar de sus peones en las colonias (neocolonias) gringas. Lo aplaudían. Se prosternaban ante sus “hazañas”. También, en su propia tierra, o en la que adoptó como tal, hubo voces en su contra, como la del escritor Gore Vidal: “Kissinger es el más grande criminal del planeta”. Era un siniestro personaje. Un monstruo.

Era un genocida cuyos crímenes quedaron impunes. Fue uno de los responsables de tantas ignominias cometidas en América Latina por los títeres del imperio, como Pinochet, Videla y compañía, y de las atrocidades en Indochina. Era un alfil del capitalismo mundial y un inquisidor de los movimientos que se opusieran a la extensión, colonización y domesticación del imperio.

Kissinger se acaba de morir a los cien años. Sí hay muerto malo. Era un promotor de guerras. Un bandido. Que la tierra no le sea leve.

QOSHE - Un mal que duró cien años - Reinaldo Spitaletta
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Un mal que duró cien años

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05.12.2023

Con la muerte de Henry Kissinger, un criminal de guerra jamás juzgado, se probó que sí hay mal que dure cien años. El exsecretario de Estado de los Estados Unidos, el que promovió operaciones conspirativas como el derrocamiento de Salvador Allende, murió la semana pasada, en medio de los elogios de potentados, del sistema imperialista que defendió y del pesar de algunos lacayos en distintas partes del orbe. El centenario truhan de la política que desprestigió a más no poder el ya también muy deteriorado Nobel de Paz (se lo otorgaron en 1973) fue llamado “la nodriza mental de Nixon”, en tiempos de la guerra de Vietnam y del caso Watergate.

El que también fue consejero de seguridad nacional del imperio no era ninguna pera en almíbar, aunque la farándula gringa lo pusiera en sus tiempos como un “seductor”, una suerte de playboy, con una imagen publicitaria que ocultaba lo “demoníaco” de sus posiciones en contra de la independencia y autodeterminación de muchos pueblos del mundo. “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”, dijo en 1970 con respecto a Chile y Allende. Tres años después puso a arder La Moneda y abrió el........

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