En mi columna anterior, comentando el libro de Sandro Romero Rey sobre el teatro en Colombia, rememoré esa época de principios de los 80, cuando cursaba los últimos años en el Colegio Refous y los primeros de Literatura en la Javeriana, en que el teatro estuvo en el centro de mi vida. En el Refous la actriz Carlota Llano, del Teatro Libre, era nuestra profesora de literatura. Con ella hice el papel de Crispín, personaje de Los intereses creados, de Jacinto Benavente, y tuve un discreto éxito, aunque lo que más impresionó al público no fue mi talento actoral, sino que supiera de memoria los largos parlamentos. Por esos días era asiduo del Teatro La Candelaria, del TPB y, por supuesto, del Libre, fascinado por obras como El rey Lear, Las brujas de Salem y, sobre todo, La balada del café triste. En mi casa coleccionaba las obras de Tennessee Williams: La noche de la iguana, que he leído, visto en cine y en teatro; una de mis preferidas, Advertencias para barcos pequeños, y por supuesto el gran clásico: Un tranvía llamado deseo, con el inquietante personaje de Blanche DuBois, que, en mi opinión, debe ser el objetivo de toda actriz moderna. Por los estudios literarios leía a Shakespeare y los trágicos griegos. También, el teatro francés del absurdo. A puerta cerrada, de Sartre; La cantante calva, de Ionesco, y las obras de Camus. Y por supuesto, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, montada por el TPB, y las obras de Bertolt Brecht, sobre todo Galileo Galilei y El círculo de tiza caucasiano. Para rematar mi obsesión me puse a estudiar el método Stanislavski y aún tengo un par de libros de Augusto Boal sobre la “estética del oprimido”.

En la Javeriana, con mi viejo amigo Mario Mendoza, nos inscribimos al grupo de teatro que dirigía una actriz que provenía del Teatro Libre: Olga Lucía Lozano. Montamos La sal de la tierra, de Michael Wilson, la historia de una huelga en una mina de zinc, en Nuevo México. Ahí nos acostumbramos a lo que era una verdadera disciplina teatral de ensayos diarios y funciones. El actor Humberto Dorado, uno de los fundadores del Libre, venía a colaborar con Olga Lucía y nos convertimos en una familia. La hoy famosa actriz Carmenza González, alias Capacho, que en esa época estudiaba Psicología, era la protagonista, y Mario, su marido. Yo hacía el papel de un sindicalista venido de Nueva York llamado Frank Barnes. Hicimos funciones durante un año, más o menos, y la presentamos en varios festivales de teatro universitario. Luego comenzamos a montar El inspector, de Gogol, pero coincidió con el año en que me fui de Colombia.

Cuento esto para subrayar la emoción al ver que el Teatro Libre, hoy, estrena una adaptación de mi novela Colombian Psycho, hecha por Diego Barragán, con actores geniales como Ricardo Caro, Katheryn Martínez, Juan Sebastián Rincón y Omar Romero, entre otros. Todos geniales. Y la vieja casona del Libre, en La Candelaria. Regresar a ese lugar donde se formó mi gusto teatral es un milagro. Y más, pues Ricardo Camacho tuvo la asombrosa idea, que acepté sintiéndome valiente, de que yo mismo actúe en el papel del escritor Santiago Gamboa, que hace estupendamente el actor Omar Romero, pero que está dispuesto a cederme por una noche. Vuelve el teatro. Que viva el teatro.

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El teatro en la vida

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11.11.2023

En mi columna anterior, comentando el libro de Sandro Romero Rey sobre el teatro en Colombia, rememoré esa época de principios de los 80, cuando cursaba los últimos años en el Colegio Refous y los primeros de Literatura en la Javeriana, en que el teatro estuvo en el centro de mi vida. En el Refous la actriz Carlota Llano, del Teatro Libre, era nuestra profesora de literatura. Con ella hice el papel de Crispín, personaje de Los intereses creados, de Jacinto Benavente, y tuve un discreto éxito, aunque lo que más impresionó al público no fue mi talento actoral, sino que supiera de memoria los largos parlamentos. Por esos días era asiduo del Teatro La Candelaria, del TPB y, por supuesto, del Libre, fascinado por obras como El rey Lear, Las brujas de Salem y, sobre todo, La balada del café triste. En........

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