Más allá de filigranas políticas, de hermenéuticas electorales, yo veo en la elección aplastante de Carlos Fernando Galán a la Alcaldía de Bogotá unos simbolismos muy poderosos, de cierre de cicatrices y de sanación hacia el pasado, pero también de apuestas y de llamados a la esperanza, hacia el futuro. Todo, en el entramado de un momento histórico de perplejidad y gran confusión.

Las generaciones que vivimos los años aterradores en los que en Colombia hicieron conjunción todas las guerras, las de las guerrillas contra el establecimiento, las del narcotráfico por sojuzgar a ese establecimiento, las intestinas del narcotráfico contra el narcotráfico, las de los paramilitares contra las izquierdas, todo con ese potencializador exponencial de violencia y horror que era Pablo Escobar, para esas generaciones la desaparición de dirigencias, por magnicidio, y de proyectos políticos, por exterminio, fue la gran impronta de nuestros miedos, y la raíz de nuestro fatalismo y desilusión estructurales. El triunfo de la muerte y del pesimismo.

Y allí, en la confusión, en el desconcierto, terminamos dando tumbos en los últimos 25 años entre las opciones extremas, las construidas más sobre la división y los discursos vindicativos, sobre refundaciones y creacionismos de cero, que sobre la sumatoria y balance de aprendizajes, sobre la resignificación de la verdad, y las correcciones históricas. Desde los “buenos muchachos” de Uribe hasta los “blanquitos ricos” de Petro.

Por eso, en primer lugar, el triunfo sin atenuantes de Carlos F. Galán el domingo pasado es la resurrección de una lucha; sí, la de un hombre, porque casi desde su niñez Luis Carlos Galán se embarcó en la aventura de cambiar el país, pero también la lucha de un grupo, del que se suele olvidar que puso altas cuotas de sangre y atentados contra sus dirigentes, pero también entre sus militantes de base. Es muy potente ese mensaje de que 34 años después, el sueño truncado de Galán, sus ideas, sus visiones, vuelvan a la vida y tengan una nueva oportunidad en la ciudad donde se inició su proyecto.

El enorme simbolismo histórico tiene que mirarse en la complejidad de sus diversas circunstancias y significaciones, y mucho más allá del simplismo de que un connotado delfín vaya a gobernar Bogotá. Además de delfín, no se puede olvidar que Carlos F. Galán también es una víctima de este país, una a quien la violencia le arrebató a su padre, a quien la justicia todavía no le ha terminado de llegar, como tampoco las certezas de la verdad, como reparación moral fundamental. Un hombre obligado a vivir afuera por varios años, en un exilio forzoso con su familia. Emociona que un hijo pueda reivindicar a su padre, pero emociona más que un millón y medio de colombianos hayan decidido a conciencia rescatar del olvido a ese padre y a la lucha que le costó la vida. Adicional, más allá del asunto de los apellidos, ese rescate tiene como marco de referencia el de todo un movimiento político agredido, perseguido (y dispersado por César Gaviria) y la resurrección de una promesa de sociedad que, desde la civilidad, desde un centro político y con las clases medias como nuevos actores, quería plantear un país con otras costumbres, en particular con aquella de que los negocios y la política son mundos opuestos e irreconciliables en el ejercicio público.

Pero, además, ese renacer tiene como geografía la ciudad donde hasta hace una semana un presidente en ejercicio parecía reinar en hegemonía, la que le dio una alcaldía, la que le dio triunfos en los dos últimos intentos por llegar a la presidencia, la que le dio esta Presidencia. Independiente de las extrañas e inverosímiles cuentas que hace Petro sobre su éxito en las elecciones, el mensaje de esta capital es concluyente contra su discurso divisionista, contra la apelación permanente a la confrontación de clases y la radicalización, frente a la supuesta épica que ha tratado de construir sobre las marchas, y sus indeseables derivaciones violentas y sus primeras líneas.

La actitud de Carlos F. Galán en su campaña y en el talante mostrado como senador y concejal hace más remarcable esa lección, por su tono, por su discurso, por su convicción de no caer en libretos de beligerancias ni engancharse en polarizaciones. Y Bogotá parece valorar altamente eso; por eso ganó, de lejos, en todas las localidades, a excepción de Sumapaz, la menos poblada y mayoritariamente rural. Galán no solo se impuso en todas partes, sino que inclusive en Kennedy, Fontibón, Engativá y Suba, correspondientes a zonas de estratos 3 y 2, que uno vincula mentalmente con la izquierda, y donde Petro hizo cuestionados consejos populares en plena campaña electoral, vistos como favorecimiento a su candidato Gustavo Bolívar, allí quedó de segundo Juan Daniel Oviedo, y el ungido por Petro, tercero.

Si al 49 por ciento de los votos galanistas se suma el 20 por ciento de Oviedo, eso alcanza a tocar casi un tajante 70 por ciento. La lección de Bogotá es inmensa, y es torpe no querer leerla, y seguir buscando culpas en los demás y particularmente en “las narrativas periodísticas” y en la oposición. Hasta Gustavo Bolívar en una reacción inicial pareció entender y aceptarlo.

Lo que vimos el domingo pasado en las elecciones sugiere un proceso profundamente sanador de tejido social, de discursos, de ánimos, un llamado a la ilusión. Un mensaje cuyo primer destinatario es el propio Carlos Fernando Galán, empoderado de un mandato popular sin precedentes en la historia de la ciudad, pero también responsable de trascenderlo y convertirlo en una realidad potente y sin reversas. Por él, por su familia, por la memoria de su padre, por la ciudad, por Colombia.

El centro vuelve a la vida; los extremos deben darse por notificados.

QOSHE - La apabullante lección bogotana - Sergio Ocampo Madrid
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La apabullante lección bogotana

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06.11.2023

Más allá de filigranas políticas, de hermenéuticas electorales, yo veo en la elección aplastante de Carlos Fernando Galán a la Alcaldía de Bogotá unos simbolismos muy poderosos, de cierre de cicatrices y de sanación hacia el pasado, pero también de apuestas y de llamados a la esperanza, hacia el futuro. Todo, en el entramado de un momento histórico de perplejidad y gran confusión.

Las generaciones que vivimos los años aterradores en los que en Colombia hicieron conjunción todas las guerras, las de las guerrillas contra el establecimiento, las del narcotráfico por sojuzgar a ese establecimiento, las intestinas del narcotráfico contra el narcotráfico, las de los paramilitares contra las izquierdas, todo con ese potencializador exponencial de violencia y horror que era Pablo Escobar, para esas generaciones la desaparición de dirigencias, por magnicidio, y de proyectos políticos, por exterminio, fue la gran impronta de nuestros miedos, y la raíz de nuestro fatalismo y desilusión estructurales. El triunfo de la muerte y del pesimismo.

Y allí, en la confusión, en el desconcierto, terminamos dando tumbos en los últimos 25 años entre las opciones extremas, las construidas más sobre la división y los discursos vindicativos, sobre refundaciones y creacionismos de cero, que sobre la sumatoria y balance de aprendizajes, sobre la resignificación de la verdad, y las correcciones históricas. Desde los “buenos muchachos” de........

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