Viendo los trinos de Donald Trump un día después de que el presidente Joe Biden dirigió al país su discurso anual del Estado de la Unión, se me vino a la mente una columna de Juan Esteban Constaín de hace un par de semanas en la que exponía la tesis de este primer trecho del siglo XXI como el de la decadencia de la decadencia, por el deterioro, quizás irreversible, de todos los indicadores de la vida y la cultura, la pequeñez y escasa seriedad de las clases dirigentes en buena parte del mundo, con el agravante de la poca conciencia y claridad de la mayoría de seres humanos de estar viviendo un tiempo crítico, y en cambio creer casi lo contrario.

Mientras Biden recurría a la historia y a las palabras de Franklin Roosevelt ante el Congreso en 1941 para alertar sobre la amenaza inminente del nazismo y lo comparaba con la actual amenaza que significa Donald Trump (sin mencionar su nombre) para la democracia y la institucionalidad, el magnate expresidente se dedicaba a lanzar trinos con la cara de Biden y Kamala Harris con trenzas y gorros rústicos, o con los ojos deformados, o con narices de Pinocho.

Donald Trump simboliza en sus 1,90 de piel casi anaranjada y en sus ciento y pico de kilos, el fenómeno del fin y la muerte de ese tiempo luminoso de la humanidad que comenzó hace tres siglos, y que conocimos como “La Ilustración”, un momento estelar de la historia en el que coincidieron mentes como Newton, Rousseau, Hume, Montesquieu, Diderot, Voltaire, Kant, Leibniz, Spinoza, Payne, Adam Smith...

Gracias a las especulaciones, tesis y axiomas de esos personajes se desencadenaron unos largos procesos políticos, sociales, filosóficos que nos llevaron a través del siglo XIX y el XX a alcanzar unos consensos básicos sobre la libertad, los derechos, la ética de la civilidad, la tolerancia, la igualdad, que derivaron en principios claves de la civilización y la modernidad como la autonomía de los poderes públicos, la soberanía en manos del pueblo, el Estado de derecho, el carácter laico del Estado, la presunción de inocencia, el monopolio estatal y uso justo de la fuerza y, en últimas, en la unanimidad de que la democracia, aunque imperfecta, bien puede considerarse el menos malo de todos los modelos. Y en el centro de todo ello, como condición irreductible, el imperio de la razón.

En 2016 ya fue bastante revelador que alguien como Trump, con su visión agresivamente xenófoba, con su racismo mal disimulado, con señalamientos y evidencias del machismo más convencional, sinuosa cercanía con dictadores y tiranos (Putin a la cabeza), un discurso político basado en la promesa de salvación contra un estrambótico complot mundial (mezcla de antiamericanismo y pedofilia), fue revelador de que ganara unas primarias en su partido y luego unas elecciones “por paliza” (en sus palabras), aunque en el voto popular sacó seis millones de votos menos que su rival demócrata.

La explicación de expertos se centró en la desilusión de unas clases trabajadoras empobrecidas por el modelo liberal, a quienes además se les terminó imponiendo una integración racial, a la que eran reactivos, y una tolerancia con los fenómenos de migración, que les quitaron espacios de trabajo y la hegemonía absoluta de su imaginario social y cultural de nación. Hasta ahí, un fenómeno comprensible.

Lo que vino luego, durante su gobierno, en el final de este, y en estos tres años por fuera del poder, no tiene explicación alguna más allá de que estamos entrando, además de lo evidente que es en la onda de un furioso conservadurismo, en un imperio de la sinrazón, un retorno a la premodernidad, a la negación científica, a la ceguera colectiva frente a la evidencia, al trastocamiento absoluto de la verdad como principio y pilar, al regreso del pensamiento mágico como agente de control social… en últimas, a una nueva era en la que las certezas y conquistas de los últimos tres siglos parecen quedar sin vigencia.

¿Cómo se explica que un hombre condenado por abuso sexual, multado con cifras astronómicas por inflar el valor de sus propiedades y evadir impuestos, de quien hay audios y pruebas por haberle pedido al gobernador de Georgia conseguir los veinte mil votos faltantes allí para derrotar a Biden, que llamó a las multitudes a no aceptar unos resultados que toda la organización estatal, irónicamente bajo su mando, consideró como limpios y exentos de fraude, que dejó por escrito una acusación de cobarde a su vicepresidente, Mike Pence, por no desconocer olímpicamente esos resultados, cómo se explica que esté arrasando en las primarias de un partido con casi 180 años de tradición, y con créditos entre sus filas como Abraham Lincoln o Theodore Roosevelt?

¿Cómo se explica que multitudes de ciudadanos comunes estén recogiendo fondos para ayudarle a pagar las multas multimillonarias a un magnate cuya fortuna reconocida asciende más allá de los 2.500 millones de dólares? Y una última cosa, que por favor alguien me explique, cómo es eso de que ahora sus abogados ya no están argumentando sobre su inocencia en los episodios de la toma del Capitolio, el 6 de enero de 2021, sino sobre la inmunidad penal de la que debe gozar el mandatario de Estados Unidos a quien le corresponde tomar decisiones muy complejas y controvertidas y no puede enredarse en valoraciones morales y subjetivas. El pasado enero, esa fue la tesis que defendió uno de sus abogados, John Sauer, ante la pregunta de la jueza Florence Pan de si un presidente que ordene asesinar a un rival político debe ser inimputable mientras no haya contra él un juicio político y una destitución.

La ilustración ha muerto; la razón también. ¿Qué viene ahora entonces?

QOSHE - Trump: ¿jaque mate a la razón? - Sergio Ocampo Madrid
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Trump: ¿jaque mate a la razón?

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11.03.2024

Viendo los trinos de Donald Trump un día después de que el presidente Joe Biden dirigió al país su discurso anual del Estado de la Unión, se me vino a la mente una columna de Juan Esteban Constaín de hace un par de semanas en la que exponía la tesis de este primer trecho del siglo XXI como el de la decadencia de la decadencia, por el deterioro, quizás irreversible, de todos los indicadores de la vida y la cultura, la pequeñez y escasa seriedad de las clases dirigentes en buena parte del mundo, con el agravante de la poca conciencia y claridad de la mayoría de seres humanos de estar viviendo un tiempo crítico, y en cambio creer casi lo contrario.

Mientras Biden recurría a la historia y a las palabras de Franklin Roosevelt ante el Congreso en 1941 para alertar sobre la amenaza inminente del nazismo y lo comparaba con la actual amenaza que significa Donald Trump (sin mencionar su nombre) para la democracia y la institucionalidad, el magnate expresidente se dedicaba a lanzar trinos con la cara de Biden y Kamala Harris con trenzas y gorros rústicos, o con los ojos deformados, o con narices de Pinocho.

Donald Trump simboliza en sus 1,90 de piel casi anaranjada y en sus ciento y pico de kilos, el fenómeno del fin y la muerte de ese tiempo luminoso de la humanidad que comenzó hace tres siglos, y que conocimos como “La Ilustración”, un momento estelar de la historia en el que coincidieron mentes como........

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