La insatisfacción colombiana con el viejo establecimiento no es patrimonio de Gustavo Petro y ni siquiera de las izquierdas unidas o dispersas.

A la indignación contra el odioso régimen liberal conservador que de tantas maneras ninguneó y humilló a Colombia, se sumó a partir de cierto momento el rechazo popular contra una izquierda armada arbitraria y cínica que muy a menudo no apuntó sus armas contra la oligarquía sino contra el pueblo.

La tentativa esquemática de leer la historia colombiana a través de las viejas cartillas europeas, y asimilar la complejidad de nuestro destino a los manuales del marxismo, no permitirá ni entender nuestra realidad ni transformarla. Aquí no cabemos en los esquemas hegelianos de la historia. Aquí llegó primero la economía mercantil del Renacimiento y solo después el esclavismo. Aquí llegó hace cuatro siglos la contrarreforma y solo ahora está llegando la Reforma.

América no cabe ni en la democracia burguesa ni en el socialismo esquemático. Y pretender que la larga y vigorosa lucha del pueblo colombiano por encontrar su lugar en la historia se agota en los vaivenes de la izquierda doctrinaria, o de la izquierda parlamentaria, o de los movimientos guerrilleros, es olvidar a José María Melo y olvidar a Jorge Isaacs y olvidar a Rivera y olvidar a Quintín Lame y olvidar a Gaitán y olvidar a Antonio García Nossa y olvidar a Fals Borda y olvidar a Fernando González y olvidar a Gonzalo Arango y olvidar a Estanislao Zuleta, o poner todo eso a combatir por los apetitos burocráticos y la sed de poder de unos cuantos redentores.

Es larga en América Latina la historia de los que, por el hecho de ser rebeldes, quieren mostrarse como la encarnación de la única rebeldía posible, y terminan convertidos en los comandantes supremos. Había que ver en las universidades de los años 70 del siglo XX a las izquierdas trenzadas en una lucha sin cuartel tan dogmática y enfermiza, rivalizando por ser dueños e intérpretes de la voluntad popular, que hasta se les olvidaba luchar contra el régimen.

Petro no es el dueño de la indignación nacional, y la pretensión arbitraria de que las luchas de los colombianos en las últimas décadas, en los últimos años, eran apenas un esfuerzo y un clamor para que el petrismo llegara al poder, es un irrespeto y una ilusión pueril.

Colombia quiere cambios, pero cambios en grande. La urgencia de transformaciones históricas puede coincidir por momentos con los discursos de Petro, pero no se puede confundir con él y con su movimiento, porque no puede ser vocero de la complejidad colombiana alguien que no dialoga siquiera con sus propios ministros, y porque no será jamás el engrandecedor de un pueblo vapuleado y torturado alguien que solo lo utiliza como instrumento de sus odios y como comparsa de sus vanidades.

La manía santanderista es contagiosa: tantos años en el parlamento les han hecho creer que cambiar el país es hacer leyes, así como antes creyeron que son los árboles los que mueven el viento, y que basta una nueva constitución para que corra leche y llueva miel del cielo.

Claro que hay que contrariar a los viejos poderes, pero eso no se hará transando con la corrupción, ni desgastándose en hacer leyes que aquí nadie cumple, ni sucumbiendo al boato del poder y a su pasión por el derroche, ni haciendo crecer la burocracia y los trámites, ni volviendo más dura la extorsión tributaria, ni pensando que gobernar es apenas arañar presupuestos.

¿Dónde está la grandeza de un país tomando apasionadamente posesión de su territorio, de su memoria, de sus culturas, no para los fines mezquinos de una publicidad oficial, sino para las altas tareas de crear por fin su economía productiva, de proteger su naturaleza y de dignificar a su gente?

Apropiarse realmente del país no es convertir a los ciudadanos en la carne de cañón de unas tomas de tierras, ni crear marejadas humanas por unos pleitos administrativos, ni forcejear por unos cargos públicos: es apropiarse de él por el conocimiento, por la libertad de emprendimiento, por la audacia de propuestas que no sean formuladas como adornos de una personalidad sino como conquistas reales de una comunidad.

Petro, creo yo, no es un hombre corrupto. Su gobierno no es un gobierno autoritario, aunque muchos de sus seguidores lo sean, y los únicos presos políticos que hay hoy en Colombia son los que nos dejaron Iván Duque y los gobiernos anteriores. Pero Petro es experto en librar las batallas que no son y precisamente donde los instrumentos no lo favorecen. No ve esos millones y millones de seres extenuados en el rebusque a los que no van a redimir unos subsidios que, por el contrario, extenuarán también al país. Y como le encanta el papel de víctima, no ve el potencial de creación, de imaginación y de trabajo que anda vacante por las calles, esperando todavía a Gaitán, o a Perón, a alguien que sepa hacer cosas, y despertar esperanza y energía, y no resentimiento y angustia.

Colombia sigue esperando algo grande; no de la discordia, sino de la inteligencia; no de la polarización, sino de la convergencia creadora; no de los “odios fríos” de un pasado donde no hay nadie que sea del todo inocente, sino de las flores frescas de una juventud sin resentimientos, alegre, activa y abierta al mundo.

Colombia sigue esperando algo grande, algo que el viejo país corrupto no le puede ofrecer. Pero el tiempo corre.

QOSHE - El tiempo corre - William Ospina
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25.02.2024

La insatisfacción colombiana con el viejo establecimiento no es patrimonio de Gustavo Petro y ni siquiera de las izquierdas unidas o dispersas.

A la indignación contra el odioso régimen liberal conservador que de tantas maneras ninguneó y humilló a Colombia, se sumó a partir de cierto momento el rechazo popular contra una izquierda armada arbitraria y cínica que muy a menudo no apuntó sus armas contra la oligarquía sino contra el pueblo.

La tentativa esquemática de leer la historia colombiana a través de las viejas cartillas europeas, y asimilar la complejidad de nuestro destino a los manuales del marxismo, no permitirá ni entender nuestra realidad ni transformarla. Aquí no cabemos en los esquemas hegelianos de la historia. Aquí llegó primero la economía mercantil del Renacimiento y solo después el esclavismo. Aquí llegó hace cuatro siglos la contrarreforma y solo ahora está llegando la Reforma.

América no cabe ni en la democracia burguesa ni en el socialismo esquemático. Y pretender que la larga y vigorosa lucha del pueblo colombiano por encontrar su lugar en la historia se agota en los vaivenes de la izquierda doctrinaria, o de la izquierda parlamentaria, o de los movimientos guerrilleros, es olvidar a José María Melo y olvidar a Jorge Isaacs y olvidar a Rivera y olvidar a Quintín Lame y olvidar a Gaitán y olvidar a........

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