Me quedaron muchas conversaciones pendientes con Rodrigo Pardo. Es lo que más duele. Ese café aplazado, ese encuentro pospuesto, esas tantas charlas que estaban por venir. Y lo que más celebro es lo compartido, lo vivido, lo aprendido a su lado, los tiempos de goce, las confidencias y también los momentos difíciles en los que estuvo ahí.

Se fue muy pronto este amigo y de él se han dicho muchas palabras dulces por estos días. Las merece todas y, sin embargo, ninguna logra narrarlo completo. Esto que escribo tampoco lo consigue, pero poner el duelo en palabras es una exigencia del alma. Rodrigo era un hombre bueno que dejó huella. Dueño de una inteligencia superior, tenía la capacidad de entender y explicar. Un hombre brillante que, como tal, no hacía alarde de lo que era ni de lo que sabía. La mesura era una palabra que lo definía para opinar y analizar, pero vivió la vida y el amor con intensidad. Deja una herencia de periodismo serio sin aspavientos, tan necesario en estos tiempos de calentura.

Nos conocimos en el 89 o 90 en la revista Cromos. No era todavía el reputado excanciller, ni el editor o director de medios que todos quisieran en una sala de redacción, pero sí un columnista excepcional. No hubo tiempo para la amistad porque pronto se fue como parte del “kínder” de un Gobierno que le apostó a la juventud. Todo le llegó temprano, hasta la muerte. Nos dejamos por un tiempo y nos reencontramos años después cuando aceptó, con María Elvira Samper, ser parte de una utopía en radio, luego de la tormentosa salida de la revista Cambio desde donde nos dieron lecciones de periodismo. “Nos echaron dos veces”, cuenta María Elvira al recordar que luego de ser notificados intentaron cerrar la última edición y les recordaron que no iban más.

Se convirtieron los dos en consejeros y amigos. Los sabios de una tribu pequeña que se la jugó por un sueño. Rodrigo despertaba celos de los colegas de la mesa de radio porque decían que siempre él estaba primero, y así era. Él y María Elvira tenían licencia para todo porque yo les decía a los más jóvenes que nada más tenerlos sentados en esa mesa era un lujo y un orgullo. Cuánto les agradezco a los dos por sus luces, por su visión, por ser muchas veces el sostén para aguantar. Estuvo poco tiempo en el proyecto, pero fue parte de él hasta el final.

Rodrigo arrojaba claridad en la oscuridad, ayudaba a comprender el mundo y a calmar las aguas en los momentos de incertidumbre. Siempre tenía un ángulo distinto para ver los hechos. Su voz era ponderación, razón, argumento, análisis, pensamiento. Tan distinta esa voz a las que se escuchan con frecuencia en el debate público.

De su hoja de vida se ha dicho todo: la academia, la diplomacia, los medios de comunicación. Cientos de fotografías salieron de los archivos y circularon en las redes. Ya hoy su muerte comienza a convertirse en historia porque hay otros afanes para informar, otros temas para comentar, otras tendencias que reclaman un trino, una historia, un reel. Para su familia y sus amigos el peso de la ausencia apenas comienza a sentirse.

He repasado nuestras conversaciones en el chat. La última palabra escrita fue “Gracias”. Lo recordaré cuando vuelva al restaurante donde nos encontramos la última vez, lo veré poniendo sal a su comida sin probarla, tendré presente su sonrisa cuando presumía orgulloso y feliz de sus hijos y sus nietas. Recordaré las confidencias del alma que intercambiamos y las muchas conversaciones intentando entender este país complejo que con él se hacía más entendible. Lo mantendremos vivo en el recuerdo cuando nos juntemos con María Elvira y otros amigos y su partida me confirma una vez más que se necesita más tiempo, mucho más tiempo, para los afectos. No nos vimos tanto como era necesario. Nos quedaron pendientes muchos momentos con Rodrigo Pardo.

QOSHE - Despedir a un amigo - Yolanda Ruiz
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Despedir a un amigo

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22.02.2024

Me quedaron muchas conversaciones pendientes con Rodrigo Pardo. Es lo que más duele. Ese café aplazado, ese encuentro pospuesto, esas tantas charlas que estaban por venir. Y lo que más celebro es lo compartido, lo vivido, lo aprendido a su lado, los tiempos de goce, las confidencias y también los momentos difíciles en los que estuvo ahí.

Se fue muy pronto este amigo y de él se han dicho muchas palabras dulces por estos días. Las merece todas y, sin embargo, ninguna logra narrarlo completo. Esto que escribo tampoco lo consigue, pero poner el duelo en palabras es una exigencia del alma. Rodrigo era un hombre bueno que dejó huella. Dueño de una inteligencia superior, tenía la capacidad de entender y explicar. Un hombre brillante que, como tal, no hacía alarde de lo que era ni de lo que sabía. La mesura era una palabra que lo definía para opinar y analizar, pero vivió la vida y el amor con intensidad. Deja una herencia de periodismo serio sin aspavientos,........

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