Poder votar y elegir es bueno. Que en la mayoría de los municipios todo haya transcurrido en paz da alivio. Sin embargo, todavía en Colombia la violencia, de una manera o de otra, es protagonista en las elecciones. Todavía hay candidatos respaldados por delincuentes o que generan todo tipo de sospechas. Todavía se compran votos y las campañas gastan millones que no se reportan. Todavía la política menosprecia a las mujeres. La democracia en Colombia tiene grietas y otra vez fueron evidentes en las pasadas elecciones.

La violencia de siempre mató candidatos, amenazó, desplazó. Si fueron muchas o pocas las víctimas siempre depende del cristal con que se mire. El Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac) dice que fue más alta que en las elecciones regionales del 2015 y 2019 con 32 hechos violentos entre el 28 y el 30 de octubre. Yo creo que una sola persona asesinada es una tragedia mayúscula, pero las cifras permiten medir con precisión milimétrica y dolorosa en qué nivel está en cada momento la violencia. La de grupos ilegales sembró miedo en las poblaciones en donde actúan, les planteó retos a las autoridades para llevar el material electoral y, al final, en algunas zonas dio respiro en medio de las treguas frágiles, pero que alivian. Otra violencia brotó en varios municipios por la gente inconforme que tiró piedras, quemó urnas, edificios y personas. La rabia, dicen algunos dirigentes mezquinos, es buen insumo para sumar votos. ¿Y luego qué se hace con ella?

Y otra violencia, menos ruidosa, pero más letal con la democracia, también llegó a la cita electoral: los partidos avalaron a candidatos cuestionados, investigados, sospechosos, turbios. Treinta de ellos, según el reporte que hace la Fundación Paz y Reconciliación, coronaron en el empeño. Además del aval partidista algunos tuvieron el más importante: el de los dueños de los votos. No tienen escritura que lo certifique (aunque algunos corruptos han declarado en notaría la repartija del botín) pero tienen el poder, el dinero, la tradición, el apellido, que los hace propietarios del voto ciudadano. Por eso eligen y lo hacen dando la cara en libertad, desde la cárcel o prófugos de la justicia. Como la política no tiene nada que ver con la ética, como podría decir algún abogado, los partidos que firmaron los avales dudosos miran para otro lado. Eso sí, los líderes de esos partidos dicen, de dientes para afuera, que luchan contra la corrupción.

También muestra sus grietas esta democracia cuando se repasan tarjetones y resultados con mirada de género. Después de tener a la primera alcaldesa en Bogotá, el tarjetón del domingo, en el que ninguna mujer fue candidata a la alcaldía de la capital, refleja lo difícil que sigue siendo romper la barrera del machismo. Cuesta creer que, en una ciudad llena de mujeres talentosas, capaces y listas para gobernar, los partidos no hayan encontrado ninguna para proponer a los electores. Cuesta creer que la mayoría de las ciudades capitales queden otra vez en manos de hombres y que en las gobernaciones solamente seis de treinta y dos tendrán desde enero liderazgo femenino. Tal vez dentro de varias generaciones no habrá necesidad de buscar con lupa a las mujeres en cargos políticos porque será normal verlas a ellas en todos los escenarios, pero hoy todavía es necesario. Ahora bien, ser mujer no garantiza que haya avance en la batalla por la equidad y los derechos. Algunas de las elegidas no los garantizan, otras generan esperanza, pero los tarjetones con sobredosis de testosterona son evidencia de inequidad.

Como no todas son sombras, vale celebrar los nuevos liderazgos jóvenes y diversos que se abrieron camino en sus regiones. Los muchos ciudadanos que lograron quebrar hegemonías de clanes y mafias permiten decir que, a pesar de todas sus grietas, esta democracia es lo mejor que tenemos y hay que defenderla.

QOSHE - Grietas en la democracia - Yolanda Ruiz
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Grietas en la democracia

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02.11.2023

Poder votar y elegir es bueno. Que en la mayoría de los municipios todo haya transcurrido en paz da alivio. Sin embargo, todavía en Colombia la violencia, de una manera o de otra, es protagonista en las elecciones. Todavía hay candidatos respaldados por delincuentes o que generan todo tipo de sospechas. Todavía se compran votos y las campañas gastan millones que no se reportan. Todavía la política menosprecia a las mujeres. La democracia en Colombia tiene grietas y otra vez fueron evidentes en las pasadas elecciones.

La violencia de siempre mató candidatos, amenazó, desplazó. Si fueron muchas o pocas las víctimas siempre depende del cristal con que se mire. El Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac) dice que fue más alta que en las elecciones regionales del 2015 y 2019 con 32 hechos violentos entre el 28 y el 30 de octubre. Yo creo que una sola persona asesinada es una tragedia mayúscula, pero las cifras permiten medir con precisión........

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