Resulta impactante escuchar a una persona de cualquier edad decir, después de un intento suicida fallido: “Si mi padre me hubiera dicho una sola vez en la vida que me amaba, las cosas no hubieran llegado a este punto”. En algunos es una queja en la que se reclama una manifestación de algo profundamente anhelado; en otros, es una declaración, una confrontación al dueño o dueña de la cosa deseada, esa cosa que llaman amor.

Nadie puede comprender las dimensiones de un dolor tan complejo porque el amor tiene significados diferentes para cada persona en este mundo, según sus experiencias afectivas en la vida; además, está permeado por la cultura, la religión, las creencias individuales y sociales.

Lo cierto es que en el trasfondo de cada idea, pensamiento o acto suicida, hay la carencia de un afecto que resulta vital para los seres humanos por encima de las vanidades que inventamos para llenar ese vacío; y, cuando no se tiene ese afecto, es cuando cobra relevancia como cosa necesaria para seguir existiendo.

Hay dos extremos en los que se enreda la definición de amor en el seno del hogar. Uno, es el padre punitivo que pretende imponer disciplina con el castigo sin otra demostración afectiva; el otro, es el padre permisivo que no establece límites ante las conductas del hijo y piensa que con eso le demuestra su amor. En el medio, está un grupo enorme que utiliza ambos según las circunstancias, pero que tampoco le dice al hijo que lo ama.

El común denominador de todo ese enredo afectivo es un hijo que se siente inferior a los que sí tienen la capacidad de sentir esa emoción, que envidian a quien la disfruta, que piensan que sin ella no vale la pena la existencia. Es cuando se inicia la batalla entre Eros y Tánatos, la vida versus la muerte, esa idea que obsede al pensamiento hasta llevarlo a la decisión fatal en la que no hay regreso.

Ante la gravedad de la situación del suicidio de jóvenes en la ciudad, me permito dejar un ejercicio a manera de acróstico que sirva para revisar en casa cómo anda la cosa afectiva, para descartarla como factor en nuestros hijos. El afecto, la emoción que está por encima de todo, la cosa deseada. M de manifestación y mantenimiento de dicha emoción, la seguridad de estar diciendo a nuestros hijos con mensajes claros que los amamos. O de organización de esos afectos, saber si están en la cantidad y claridad adecuadas. R de reflexión permanente de los afectos que se deben expresar en casa para garantizar que se muestren de la forma adecuada en que los hijos pueden distinguirlos con claridad.

La mayor demostración de amor para un hijo, es decírselo.

haroldomartinez@hotmail.com

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Desamor y suicidio | Columna de Haroldo Martínez

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14.03.2024

Resulta impactante escuchar a una persona de cualquier edad decir, después de un intento suicida fallido: “Si mi padre me hubiera dicho una sola vez en la vida que me amaba, las cosas no hubieran llegado a este punto”. En algunos es una queja en la que se reclama una manifestación de algo profundamente anhelado; en otros, es una declaración, una confrontación al dueño o dueña de la cosa deseada, esa cosa que llaman amor.

Nadie puede comprender las dimensiones de un dolor tan complejo porque el amor tiene significados diferentes para cada persona en este mundo, según sus experiencias afectivas en la vida; además, está permeado por la cultura, la........

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