Se trata, en mi caso, de libros no leídos que, no siendo culpa suya permanecer indemnes, conservan su olorosa esencia inicial de seductor instrumento de poder, que prometen silenciosamente los serenos placeres de los descubrimientos, aquella satisfacción íntima de dejar de desconocer un poco a la complicada realidad, y así entregar a su lector la certeza de entender mejor la vida propia y ajena. De manera que ahogarse en esas honduras no dejaría de ser un estupendo recurso para hacer emerger la atención, sin que ello obste la simple realización implícita en ayudar a pasar el tiempo libre evitando destruir la mente con actividades menos provechosas, aunque más excitantes que cortarse ligeramente la yema de los dedos con la celulosa de unas hojas de papel filoso.

A pesar de que lo anterior cuenta con pocos oponentes públicos, cuan redituable sigue siendo reconocer virtud en la lectura, no hay que llamarse a engaño: los libros son unas cuestiones peligrosas, cuyo disfraz de sencillez les ha permitido llegar hasta nuestros días sin que se los considere, por ejemplo, más dinamiteros que la repetición de un máuser, cuando el verdadero riesgo que suponen surge en los momentos de recarga de ese fusil imaginario. En la medida en que la ciega acción da paso a la reflexión, y leyendo sobreviene la decisión de actuar mejor (aunque no sea necesariamente “mejor” que se actúe), las palabras, y con ellas los pensamientos y las formas, tenderán a superar en fuerza vital a los actos carentes de motivación duradera. Los libros se han sabido camuflar a lo largo de la historia, para secuestrarla y moldearla a su antojo perverso.

Nada de lo que se ve se ha manifestado concreto sin antes haber pasado por el tamiz del cálculo, cualesquiera hayan sido los nombres dados a este, incluido el de “razón”. Sean cuales fueren las aparentes razones que movieron a los hombres a dominar su destino a través del tiempo, han sido las escrituras, santas o profanas, las que han ofrecido una visión del futuro distinta en comparación, ya para una sola persona, ya para quienes le rodeaban en ese momento, además. Por eso, que nadie subestime a los libros: están ahí, callados y acechantes, esperando su momento desde hace siglos, para entrar en la mente adecuada; fueron diseñados para hacerlo por individuos que, a su vez, previamente sufrieron lo mismo. Acercarse desprevenidamente a leer puede ser una locura.

QOSHE - Cómo no leer - Tulio Ramos Mancilla
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Cómo no leer

52 0
01.05.2024

Se trata, en mi caso, de libros no leídos que, no siendo culpa suya permanecer indemnes, conservan su olorosa esencia inicial de seductor instrumento de poder, que prometen silenciosamente los serenos placeres de los descubrimientos, aquella satisfacción íntima de dejar de desconocer un poco a la complicada realidad, y así entregar a su lector la certeza de entender mejor la vida propia y ajena. De manera que ahogarse en esas honduras no dejaría de ser un estupendo recurso para hacer emerger la atención, sin que ello obste la simple realización implícita en ayudar a pasar el tiempo libre evitando........

© El Informador


Get it on Google Play