Demiurgos anónimos

Martes, 13 febrero 2024, 10:38

, le preguntó un camarero al exquisito Paul Desmond, y así pensó este en titular sus memorias (truncas apenas comenzadas). Pero la respuesta al camarero no es tan obvia como parece, pues en un combo de jazz siempre son los miembros del combo más uno, cuatro más uno, tres más uno, una orquesta de veinte más uno. Solo que el rostro del uno no aparece ni en el cuadernillo ni mucho menos en la portada del disco, es un tipo que no toca ningún instrumento y suele estar más inclinado hacia la ciencia que hacia el arte, o al menos en igual medida. Y sin embargo, es él gran culpable de que los oídos del oyente perciban lo que perciben, de cómo lo perciben, y un cuarteto con el mismo plantel de saxofón, piano, contrabajo y batería pero con un ingeniero de sonido distinto no suena igual, por mucho que no se suela reparar en estos señores maniáticos y pulcros, que han de bregar con la condena del anonimato salvo que su labor no haya sido la adecuada: el oyente solo se acuerda del ingeniero de sonido cuando la mezcla de los instrumentos no está equilibrada, cuando la reverberación es excesiva, cuando el contrabajo apenas se oye… Como con el entrenador de fútbol, se repara en él si tiene una mala decisión, pero no cuando, con constancia y desde la retaguardia, hace por que todo funcione con armonía y lo consigue. (Solo que los ingenieros de sonido hablan en susurros y no hacen aspavientos).

Hay excepciones a este anonimato. En el mundo del rock cualquier modesto aficionado ha oído hablar de la expresión , referida al bastante abrumador y tupido enfoque acústico que Phil Spector solía infundir a las grabaciones que producía (y cuyos resultados no siempre dejaban satisfechos a los músicos). En jazz, las excepciones que han trascendido el manto del anonimato son fundamentalmente dos: una es la del productor Manfred Eicher —con la ejecución a los mandos de sobre todo Martin Pearson—, que desde el año 69 lleva produciendo el en la discográfica ECM, un sonido cristalino, de una riqueza de matices enorme pero que no agobia, matices que respiran, un sonido que una vez se ha escuchado resulta muy difícil de olvidar, singularísimo (al punto de que un crítico llegó a escribir que este sonido era casi ); y la segunda excepción —indudable— es la de Rudy Van Gelder.

Optometrista para ganarse el pan, ingeniero de sonido autodidacta —el propio estudio de sonido lo había construido él en su domicilio—, apasionado hasta la médula del jazz, Van Gelder es el principal responsable de eso que se ha dado en llamar , etiqueta legendaria que, a partir de 1952, lanzaría en los quince años siguientes una ristra de grabaciones que a día de hoy todavía se siguen admirando en el plano artístico como en el técnico (si es que no es arte el toque Van Gelder, y “solo” artesanía). No solo para Blue Note trabajó VG; Prestige, CTI o Impulse! son otros sellos que contaron con sus servicios, pero en ninguno se logró reproducir ese sabor intransferible de los álbumes de la discográfica de Alfred Lion. Y esto gracias también a Alfred Lion, que concedía a los músicos unas condiciones —tiempo y dinero— que a los otros no les importaban tanto o no les podían conceder.

Van Gelder era implacable en sus dominios. La comida y la bebida estaban prohibidas, nadie —ni siquiera el trompetista líder para enfocarlo hacia la campana de su trompeta— podía cambiar la ubicación de ningún micrófono —tocarlo, en realidad—, y él se ponía guantes de cirujano para manejar su equipo —sobre el que previamente había pegado cinta adhesiva opaca en los nombres de la marca y el modelo para que no se vieran—. Se pueden adosar varios adjetivos a sonido para tratar de describir el que obtenía Van Gelder —diáfano y cálido, sofisticado y cercano, redondo, equilibrado—, pero en última instancia permanece un reducto inefable que se resiste a categorizaciones y es su esencia, aquello que le otorga la magia. Esa magia que puede escucharse en Blue Train, Song For My Father o Page One. ¿John Coltrane, Horace Silver, Joe Henderson? Desde luego. Pero no nos olvidemos del demiurgo anónimo que está detrás, y así, cuando Branford Marsalis afirma que , tiene en mente también, casi con plena certeza, a Rob “Wacko” Hunter.

(La sombra del ciprés, 10/2/2024)

@enfaserem

QOSHE - Demiurgos anónimos - Eduardo Roldán
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13.02.2024

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Martes, 13 febrero 2024, 10:38

, le preguntó un camarero al exquisito Paul Desmond, y así pensó este en titular sus memorias (truncas apenas comenzadas). Pero la respuesta al camarero no es tan obvia como parece, pues en un combo de jazz siempre son los miembros del combo más uno, cuatro más uno, tres más uno, una orquesta de veinte más uno. Solo que el rostro del uno no aparece ni en el cuadernillo ni mucho menos en la portada del disco, es un tipo que no toca ningún instrumento y suele estar más inclinado hacia la ciencia que hacia el arte, o al menos en igual medida. Y sin embargo, es él gran culpable de que los oídos del oyente perciban lo que perciben, de cómo lo perciben, y un cuarteto con el mismo plantel de saxofón, piano, contrabajo y batería pero con un ingeniero de sonido distinto no suena igual, por mucho que no se suela reparar en estos señores maniáticos y pulcros, que han de bregar con la condena del anonimato salvo que su labor no haya sido la adecuada: el oyente solo se acuerda del ingeniero de sonido cuando la mezcla de........

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