Memorias sincopadas

Lunes, 11 diciembre 2023, 13:15

Quizá por su carga mitómana, el jazz es un mundo pródigo en anécdotas, verdaderas y dudosas, cuando no simplemente falsas (suelen ser las más jugosas). Charles Mingus que compraba dos billetes de avión cuando tenía que viajar, para su contrabajo y para él, uno en turista y el otro en primera: en primera sentaba al contrabajo. Charlie Parker que de camino al oeste ve desde el coche a una vaca pastando y le pide al conductor que se detenga; se baja del coche, se planta delante de la vaca y se pone a improvisar con una energía digna de una noche en el Birdland con lleno a rebosar. Y tantas otras. Anécdotas que en su gran mayoría se transmiteron durante mucho tiempo de forma oral —como de forma oral se transmitieron las enseñanzas musicales: incontables jazzmen aprendieron más en jam sessions trufadas de humo y alcohol que en las aulas de las escuelas de música—. Así, no es imposible que sea esta conjunción de mitomanía y oralidad lo que haga que, más que escritas, la gran mayoría de las memorias de músicos de jazz parezcan haber sido registradas por escrito, y casi siempre no por el músico sino por un colaborador, un familiar o un autor de su confianza. Además de la oralidad, se nota en los textos la tendencia abrumadora en favor de un estilo no deslavazado pero impresionista, una exposición que da la imagen final del artista y su época a base de la ilación de recuerdos, no de fechas; una cronología con saltos, que la hace más viva, pues con saltos suele funcionar la memoria.

De entre las editadas en español cabe destacar, aparte de las más conocidas de Billie Holiday (Lady sings the blues) y Duke Ellington (La música es mi amante), las muy poéticas de Chet Baker (Como si tuviera alas), las de Dizzy Gillespie (To be or not to be bop —título genial—), las indómitas de Charles Mingus (Como si fuera un perro) y, sobre todo, Una vida ejemplar, del saxofonista Art Pepper, un libro que merece estar no solo en la cima del género memorial-jazzístico sino en cualquier cima.

Con probabilidad, la mayor carencia sea la de las memorias de Bud Powell, que no son en realidad de Bud Powell sino de Francis Paudras a través del prisma de Bud Powell, y libro en que Bertrand Tavernier se basó para la más que notable Alrededor de la medianoche. Titulado La danse des infidèles (o en su versión inglesa, The Dance of the Infidels La danza de los infieles—), es la recopilación que hace Paudras de la relación que mantuvo con el pianista americano, primero en su imaginación de joven fanático —no espere el lector encontrar un perfil imparcial—, y más tarde en la función que el destino le deparó y su generosidad quiso aceptar, la de ángel de la guarda de Powell en París, a quien acogió en su apartamento —con momentos nada fáciles—, le pagó las facturas del hospital y, en definitiva, le proporcionó, hasta donde le fue posible, estabilidad y consuelo. La muerte de Powell, ya de vuelta en Estados Unidos, a la edad de 41 años, cierra el libro de manera abrupta, seca, sin un párrafo tras el conocimiento de la noticia por el ángel de la guarda francés, apenas la constatación de su dolor inmenso y punto y final.

El retrato que Paudras da de Powell es el de un genio atravesado por la tragedia. La vida del pianista cambió el día en que salió en defensa de su amigo y tutor Thelonious Monk, presto a ser detenido, y un policía lo despachó a porrazos. De ahí a las migrañas insoportables y la hospitalización y los electroshocks fue todo uno, y ello repercutió en su legendaria destreza pianística (pero no al punto en que habitualmente se dice, como Paudras no se cansa de subrayar a lo largo del texto). Si a lo dicho se añade la muerte en accidente de tráfico de su hermano pequeño, el también pianista Richie Powell, a los 24 años, no es difícil imaginar las ausencias, los súbitos raptos infantiles, la dipsomanía, la resignación de marioneta ante quien se decía su mujer (y a quien Paudras no soportaba)… Todo lo cual no le hizo perder la conciencia de su genio y del valor de los otros músicos, es decir de la música. En conjunto, el libro es un retrato de una figura contradictoria (muchos genios lo son) y fascinante y —como se ha dicho— un autorretrato desde el prisma de esa figura, además de la crónica de una época con una efervescencia jazzística, sobre todo en Francia, que es probable no se vuelva a repetir.

Por último, no puede dejar de mencionarse un título de reciente aparición: Formation: Building a Personal Canon, las memorias del casi con toda seguridad más importante músico de jazz de los últimos treinta años, el pianista Brad Mehldau. A diferencia de las mencionadas, Mehldau sí escribe sus recuerdos, y ha de incidirse en el verbo: es escritura de altos vuelos (la literatura es su otra gran pasión), que relata una vida de tristeza y de dolor, pero también de amistad y de un amor infatigable por el arte. Esperemos que la falta de versión en español se deba a que Formation… es la primera parte de las memorias, y que cuando Mehldau saque las segundas, se publiquen ambas de golpe. Por esperar que no quede.

(La sombra del ciprés, 2/12/2023)

@enfaserem

QOSHE - Memorias sincopadas - Eduardo Roldán
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Memorias sincopadas

3 0
11.12.2023

Memorias sincopadas

Lunes, 11 diciembre 2023, 13:15

Quizá por su carga mitómana, el jazz es un mundo pródigo en anécdotas, verdaderas y dudosas, cuando no simplemente falsas (suelen ser las más jugosas). Charles Mingus que compraba dos billetes de avión cuando tenía que viajar, para su contrabajo y para él, uno en turista y el otro en primera: en primera sentaba al contrabajo. Charlie Parker que de camino al oeste ve desde el coche a una vaca pastando y le pide al conductor que se detenga; se baja del coche, se planta delante de la vaca y se pone a improvisar con una energía digna de una noche en el Birdland con lleno a rebosar. Y tantas otras. Anécdotas que en su gran mayoría se transmiteron durante mucho tiempo de forma oral —como de forma oral se transmitieron las enseñanzas musicales: incontables jazzmen aprendieron más en jam sessions trufadas de humo y alcohol que en las aulas de las escuelas de música—. Así, no es imposible que sea esta conjunción de mitomanía y oralidad lo que haga que, más que escritas, la gran mayoría de las memorias de músicos de jazz parezcan haber sido registradas por escrito, y casi siempre no por el músico sino por un colaborador, un familiar o un autor de su confianza. Además de la oralidad, se nota en los textos la tendencia........

© El Norte de Castilla


Get it on Google Play