Es por ello que, para cuando los créditos finales caen, queda en la boca un sabor un tanto desconcertante, pues los ingredientes principales de la mastodóntica novela de Anthony Doerr están allí (la conexión radiofónica de Marie-Laure y Werner, la búsqueda mística del “Mar de Llamas”, el puzle de la maqueta en miniatura de la ciudad, las referencias a Julio Verne), pero se han atomizado y texturizado de tal manera que más parece que estamos ante un plato moderno de cocina deconstructiva que ante lo que verdaderamente es este libro, un guiso.

Y no tiene nada que ver con las casi 700 páginas que en 2015 le valieron el Premio Pulitzer al autor, sino con la parsimonia de Doerr para desarrollar su narrativa. Un relato sobre la esperanza en medio de la guerra que se cuece a un fuego tan lento que [spoiler] sus protagonistas sólo se cruzan hasta la página 500, o sea cuando ya nos encarrilamos hacia el arco final en el número 4 de la Rue Vauborel.

Por supuesto, nada de esto le sirve a Netflix (ni a ninguna plataforma, para ser justos) pues con la absurda cantidad de contenido audiovisual que hay allí afuera, muy pocos usuarios le darán una oportunidad al segundo episodio si el primero no les enganchó contundentemente. Paradójicamente, la misma promiscuidad consumidora que las compañías de streaming infundieron durante los últimos años con hordas y hordas de estrenos semanales les ha mordido de vuelta a la hora de estructurar el hilo argumental de sus propias producciones.

Entonces, ¿qué otra cosa podía hacer el pobre Netflix distinta a [spoiler] matar a uno de los personajes más entrañables del libro en el minuto uno (Volkheimer), ningunear sin miramientos a otro de vital importancia sentimental (Frederick), prescindir del valioso contexto que explica la desaparición del padre de Marie-Laure y, en general, desfragmentar alquímicamente el resto del material de origen para antes de los primeros 20 minutos lanzarnos directamente al nudo de la novela? Absolutamente nada.

Pero el principal problema de “La Luz que No Puedes Ver” no está en lo poco que se parece al libro, exigir fidelidad sería un desvarío de sibarita intelectualoide desconocedor de las dinámicas del mercado, sino que el producto que nos entregaron destila afán por todos sus poros. Afán de introducir al villano alemán de turno y que nos caiga mal rapidito; afán de que Marie-Laure y Werner se enamoren casi por telepatía para [spoiler] forzar un beso que en el texto nunca ocurre; afán de darle prioridad a las explosiones de las bombas antes que a los silenciosos dilemas morales de sus protagonistas; y, en definitiva, afán de manipular a los laureados personajes de Doerr para hacer lo que el algoritmo necesita que hagan. Y eso es lo que pasa por tener prisa.

QOSHE - Y eso pasa por tener prisa - Fuad Gonzalo Chacón
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Y eso pasa por tener prisa

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12.12.2023

Es por ello que, para cuando los créditos finales caen, queda en la boca un sabor un tanto desconcertante, pues los ingredientes principales de la mastodóntica novela de Anthony Doerr están allí (la conexión radiofónica de Marie-Laure y Werner, la búsqueda mística del “Mar de Llamas”, el puzle de la maqueta en miniatura de la ciudad, las referencias a Julio Verne), pero se han atomizado y texturizado de tal manera que más parece que estamos ante un plato moderno de cocina deconstructiva que ante lo que verdaderamente es este libro, un guiso.

Y no tiene nada que ver con las casi 700 páginas que en 2015 le valieron el Premio Pulitzer al autor, sino con la parsimonia de Doerr para........

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