Fuego y una columna de humo tras un bomberdeo israelí sobre Ciuda de Gaza. / EFE

Llevo unos días desconcertada. No termino de entender el mundo en el que vivo. Me dicen las personas de mi entorno que es síntoma de que me estoy haciendo mayor y no se lo discuto. Este fin de semana se han dado una sucesión de hechos que confirman la teoría de mi inminente vejez, pero también aquella frase que mi abuela decía hace ya tantos años "El mundo está echao a perder". Ay, abuela, cuando tú vivías aún imperaba un cierto orden moral y social, si levantaras ahora la cabeza probablemente volverías por tu propio pie allí a donde va la gente cuando muere.

Todo empezó cuando fui a comprarme un disfraz para celebrar Halloween en el colegio. Mi idea era disfrazarme de bruja, pero después de visitar más comercios de los que me hubiese gustado, aborté misión porque los disfraces femeninos con los que me topaba eran más adecuados para una bacanal que para un centro educativo. Esto me entristeció porque veo que avanzamos dos pasos y retrocedemos tres. Las mujeres somos objetos de deseo.

Sigue imperando la visión de la enfermera sexi, la monja sexi, la bruja sexi. En fin, debe ser que no estamos alzando suficientemente la voz o la sordera social no alcanza a escuchar nuestro grito de hastío al ver cómo aprovechan cualquier oportunidad para cosificarnos. Seguimos siendo pura carne.

Abatida, cuando llegué a casa me dispuse a ver algo en la tele y hube de estar pagando algún karma durante todo el sábado, ya que el primer anuncio televisivo que frustró mi ansiada tarde de sofá, peli y manta fue una publicidad de crema corporal cuya hidratación te aseguraba un rejuvenecimiento inmediato. El spot terminaba con una mujer sentada en el borde de la bañera, ataviada con una toalla que apenas le tapaba ahí donde no todo el mundo debe mirar, hidratándose mientras otras dos mujeres, en primer plano, cuchicheaban (cito literal): "Es imposible que tenga la piel tan joven". Apagué la tele indignada y me refugié en el libro que estoy leyendo. Al fin y al cabo, la lectura nunca me decepciona.

Me resultó curioso experimentar que no puedo disfrazarme de nada sin que se me vea media nalga o mitad del pezón, pero, más aún me molestó que sigan rodándose anuncios publicitarios en los que se ponen en alza los casposos cánones de belleza que enaltecen la eterna juventud, la piel hidratada y el cuerpo perfecto, además de fomentar la inquina entre las mujeres, una forma muy sutil de cargarse la sororidad. ¿Publicidad agresiva? No sabría qué contestarme.

Así que pasé el sábado refugiada en una novela policiaca en la que ganaron los buenos y perdieron los malos, un poco de ficción nunca viene mal. Disculpen esta última ironía, pero mi fin de semana no acabó con ese sábado raro. El domingo, desayunando acompañada de la prensa, me encuentro con el siguiente titular: "Detenido un inspector de la comisaría de Maspalomas por robo con fuerza". Cuando me zambullí en la noticia descubrí que además de robo, este señor era acusado de revelación de secretos, blanqueo de capitales, amenazas, pertenencia a banda criminal y omisión del deber institucional de perseguir delitos. Madre mía, qué currículum, pensé, esto sí que es poner al zorro al cuidado del gallinero.

Ya sé, ya sé. No todos los policías son iguales, no se puede generalizar, hay manzanas podridas en todos los trabajos, pero hemos de reconocer que en los últimos años agentes de los cuerpos de seguridad del Estado encabezan delitos de violación, explotación sexual, violencia de género, entre otros. Que sí, que ya sé, que primero son personas y luego profesionales… Sin embargo, no me vale. Algo está fallando y fallando mucho. No sé qué pruebas psicológicas debe pasar una persona cuando oposita para la policía o para la Guardia Civil, pero quizá deberían darles una vuelta, afinarlas un poco, repetirlas con cierta frecuencia, por aquello de que el poder corrompe al hombre. Como habrán comprobado, no fue de mis mejores fines de semana, y me temo que esta desconexión humana, este todos contra todos, quítate tú pa’ ponerme yo, mis intereses por bandera, estos son mis principios y si no les gusta tengo otros, no es sino la punta del iceberg de hacia donde vamos como sociedad. ¡Que Dios nos coja confesados!

QOSHE - El mundo en el que vivimos - Elizabeth López Caballero
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

El mundo en el que vivimos

5 0
04.11.2023

Fuego y una columna de humo tras un bomberdeo israelí sobre Ciuda de Gaza. / EFE

Llevo unos días desconcertada. No termino de entender el mundo en el que vivo. Me dicen las personas de mi entorno que es síntoma de que me estoy haciendo mayor y no se lo discuto. Este fin de semana se han dado una sucesión de hechos que confirman la teoría de mi inminente vejez, pero también aquella frase que mi abuela decía hace ya tantos años "El mundo está echao a perder". Ay, abuela, cuando tú vivías aún imperaba un cierto orden moral y social, si levantaras ahora la cabeza probablemente volverías por tu propio pie allí a donde va la gente cuando muere.

Todo empezó cuando fui a comprarme un disfraz para celebrar Halloween en el colegio. Mi idea era disfrazarme de bruja, pero después de visitar más comercios de los que me hubiese gustado, aborté misión porque los disfraces femeninos con los que me topaba eran más adecuados para una bacanal que para un centro educativo. Esto me entristeció porque veo que avanzamos dos pasos y retrocedemos tres. Las mujeres........

© El Periódico de España


Get it on Google Play