La mitad de las agresiones sexuales infantiles se cometen en el ámbito de la familia. / EFE

Descubrí a Fernando Savater a principios de los dos mil, cuando mi profesor de filosofía, de quien guardo un agradable recuerdo por la curiosidad que despertó en mí sobre la reflexión, la crítica y la observación sosegada, nos invitó a leer «Ética para Amador». Creí encontrar por aquel entonces a un intelectual cuyo pensamiento me acompañaría durante mi adolescencia y mi adultez. Y así fue. No solía perderme su columna de los sábados en El País, con la que a veces estaba de acuerdo y otras discrepaba. Pero en eso consiste el arte de razonar, en seguir identificándote con las ideas de un pensador y ser capaz de argumentar o contraargumentar aquello que no resuena contigo o con el mundo en el que vives. Sin embargo, los filósofos también se equivocan porque ni ellos, ni usted que lee esto ni yo, tenemos la verdad absoluta. Podemos tener opiniones, que para cada uno de nosotros serán irrefutables, pero que luego no tienen por qué ser ciertas.

El pasado sábado, el escritor escribió una columna titulada «Hipocresía» en la que ponía en tela de juicio los cuatrocientos mil casos de abuso sexual perpetrados por clérigos que ha sacado a la luz el defensor del pueblo, asegurando que «magreos» los ha habido tanto en colegios católicos como en laicos, hasta en los probadores de una tienda o en un transporte público, y que los afectados lo recuerdan como algo que les repugnó. También cuenta el pensador que no pensó al escribir dicho texto, «que los feos nunca pasaron por ahí». Me horrorizó la trivialidad y la falta de juicio con la que Savater abordó el tema. ¿Por qué duda de la cifra? ¿Acaso cree que el defensor del pueblo va a inflar el número de víctimas, cuando esos abusos han sido siempre un secreto a voces? Fíjese usted, señor Savater, que a mí me parecen pocos. Me llena de tristeza que a un acto tan atroz como es el abuso sexual en la infancia se le considere un simple magreo casi que buscado por aquellos que no eran feos.

¿No es esa expresión una forma de culpar a los niños de que hayan abusado de ellos? ¿No parece una especie de castigo «es tu culpa por no ser feo»? ¿De verdad cree este señor que un pederasta se detiene en detalles como ese? A lo largo de mi trayectoria profesional he visto las secuelas que deja en un adulto haber sido víctima de abusos sexuales en la infancia: el trauma -porque este tipo de situaciones se considera un Trauma con T mayúscula-, el retraimiento, el aislamiento, el consumo de sustancias, los trastornos ansioso-depresivos o disociativos, incluso los intentos de suicidio. Todos los afectados tenían un denominador común: «la culpa»; una de las causas que hace que las personas agredidas pasen años sin hablar de lo sucedido, si es que en alguna ocasión llegan a hacerlo. Y no, no guardan silencio porque lo recuerden como algo que les repugnó, sino porque el cerebro, órgano sabio donde los haya, bloqueó ese suceso para poder sobrevivir y ser medianamente funcional. El abuso sexual es una de las situaciones más traumáticas a las que se puede exponer a un menor. Dudar de la veracidad de un testimonio de esta envergadura nos hace inhumanos, viles y cómplices. Nunca pensé que fuera a rechazar a este pensador con mayor vehemencia de la que me hacía admirarlo. No se puede banalizar el sufrimiento ajeno desde la atalaya del desahogo. Yo no quiero ser esa clase de persona, por lo que no puedo respetar a quien sí lo sea.

QOSHE - Los filósofos también se equivocan - Elizabeth López Caballero
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Los filósofos también se equivocan

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18.11.2023

La mitad de las agresiones sexuales infantiles se cometen en el ámbito de la familia. / EFE

Descubrí a Fernando Savater a principios de los dos mil, cuando mi profesor de filosofía, de quien guardo un agradable recuerdo por la curiosidad que despertó en mí sobre la reflexión, la crítica y la observación sosegada, nos invitó a leer «Ética para Amador». Creí encontrar por aquel entonces a un intelectual cuyo pensamiento me acompañaría durante mi adolescencia y mi adultez. Y así fue. No solía perderme su columna de los sábados en El País, con la que a veces estaba de acuerdo y otras discrepaba. Pero en eso consiste el arte de razonar, en seguir identificándote con las ideas de un pensador y ser capaz de argumentar o contraargumentar aquello que no resuena contigo o con el mundo en el que vives. Sin embargo, los filósofos también se equivocan porque ni ellos, ni........

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