Cenas de empresa en navidad

No sé si soy la más adecuada para escribir sobre comidas navideñas de empresa. He perdido la cuenta de los años que hace que fui a la última, multitudinaria y desmadrada, como deben ser estas cosas. Desde entonces, como mi ocupación diaria es la del ave solitaria, vivo en la añoranza de la cena navideña con los compañeros de calamidades diarias, esa amalgama de gente querida y detestada con quien compartimos oficina a diario y que espera a la reunión navideña para quitarse todas las máscaras y mostrarse cual realmente es.

Pero, ahora que lo medito un poco mejor, igual sí. Tal vez no hay otra más legitimada que yo para hablar de este asunto. Porque la falta de comidas navideñas durante años me ha impregnado de una nostalgia añeja que es la que me inspira a escribir este artículo. Cuando llegan estas fechas siempre envidio a mi marido, que no tiene una sino dos celebraciones de este tipo, que compra regalos para el amigo invisible, que recibe cosas inimaginables de manos anónimas, que se hace fotos en las que es solo una pequeña parte de una larga mesa llena de caras sonrientes tocadas con gorros navideños y que, después de todo, llega a casa contando anécdotas y retazos de conversación, con esa felicidad inocua de lo que en realidad nos alegra pero no nos importa demasiado. Me dan ganas de pedir a alguna empresa —de lo que sea, no importa— que me acoja por favor en una de sus cenas navideñas, que me siente a una mesa interminable con un montón de personas, que me sirva un menú con bebida incluida y que por una noche me considere de los suyos.

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Si así fuera, ya podían prepararse mis compañeros de mesa, porque llegaría dispuesta a agotar todas mis posibilidades. ¿No es la Navidad una época de excesos por naturaleza? Pues excedámonos, bebamos más de lo conveniente, atraquémonos de calorías vacías, sin pensar en el gimnasio o en la dieta, hablemos de lo indebido, de lo peliagudo, bailemos todos los éxitos de los 60, desgañitémonos, abramos una conga, cerremos el último de los bares de la noche e incluso, si se tercia, echémosle los trastos al compañero buenorro o interesante al que llevamos mirando desde que llegó a la oficina, aunque esté casado, aunque sea gay o veinte años más joven o todo ello al mismo tiempo. La noche también es joven, o no tanto, o ya es definitivamente vieja, pero nosotros estamos de celebración y estas cosas se dan solo una vez al año, habrá que aprovecharlas, digo yo. Por cuarenta euros el cubierto, poco más o menos, no está nada mal. Y si es una comida y no una cena, como ahora parece la tendencia, mejor, así hay más rato para la alegría.

Y al día siguiente —ay, el día siguiente—, volveremos a levantarnos a las seis de la mañana, a soportar el viaje en atestado (o retrasado o averiado) transporte público, entraremos de nuevo en la oficina donde las jerarquías siguen siendo las de ayer, nos tomaremos algo para el resacoso dolor de cabeza y pediremos educadas disculpas a quien sea por lo ocurrido, si es que ocurrió algo que así lo exija, y nos concentraremos en ser quienes debemos ser, ya con todas las máscaras en su sitio.

QOSHE - Máscaras navideñas - Care Santos
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Máscaras navideñas

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08.12.2023

Cenas de empresa en navidad

No sé si soy la más adecuada para escribir sobre comidas navideñas de empresa. He perdido la cuenta de los años que hace que fui a la última, multitudinaria y desmadrada, como deben ser estas cosas. Desde entonces, como mi ocupación diaria es la del ave solitaria, vivo en la añoranza de la cena navideña con los compañeros de calamidades diarias, esa amalgama de gente querida y detestada con quien compartimos oficina a diario y que espera a la reunión navideña para quitarse todas las máscaras y mostrarse cual realmente es.

Pero, ahora que lo medito un poco mejor, igual sí. Tal vez no hay otra más legitimada que yo para hablar de este asunto. Porque la falta de comidas navideñas durante años me ha impregnado de una nostalgia añeja que es la que me inspira a........

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