Periodista

fgutierrez@editoraperu.com.pe

Los relatos sobre corsos coloridos, exuberantes disfraces y agua de colonia disparada desde elegantes chisguetes contrastaban con los globos y baldazos que recibía con brutal desconsideración todo aquel que osara salir a la calle cualquier domingo de febrero o que transitara por alguno de los tantos barrios calificados como “populosos” que tiene la capital. En esta ‘celebración’ las mujeres corrían con la peor parte, siendo empapadas y, en muchos casos, manoseadas impunemente por patotas de malcriados.

Sentir nostalgia por esa época resulta algo bochornoso. OK: cuando uno es niño resultaba divertido aventar globos llenos de agua a tus amigos o vaciar baldes enteros en ellos; pero hacerle lo mismo a gente ajena a tu juego siempre fue un abuso. Y lo era más cuando el líquido elegido era distinto al agua pura. Los más jóvenes no podrán creer fácilmente que en algunos puntos de Lima se llegó a ‘jugar carnavales’ con barro, pero en efecto así ocurría. Fui testigo de ello cuando un microbús en el que viajaba por las calles de Breña fue bombardeado por un grupo de niños de mi edad que –seguramente tras quedarse sin provisiones de agua– utilizaron el barro formado en los jardines cercanos para seguir ‘mojando’ a los vehículos de transporte público. El chofer de aquel en el que yo iba respondió a la infamia bajando a toda prisa a perseguir a los irresponsables, con poco éxito.

Acordes con sus raíces dionisiacas, los carnavales limeños también servían como catarsis para que los vecinos del barrio expresaran simpatías o antipatías. En ese trance se generaban daños colaterales, como el infringido a la mascota de un primo mío al que los ‘amigos’ de la cuadra bombardearon inmisericordemente con globos y baldazos de agua, con un ímpetu que, más que chacota, rezumaba cierta envidia. Al inicio, el animalito –un precioso cocker spaniel color negro– pareció disfrutar el baño, pero luego se mostró asustado y sumiso. Al día siguiente, al no poder respirar normalmente, debió ser llevado al veterinario, donde falleció.

Pasar por esos trances hacía ver a esta ‘fiesta’ con otros ojos. Con el tiempo, la sensatez pareció primar, ayudada por medidas punitivas, y la violencia de este juego fue atenuándose hasta casi desaparecer entrado el siglo XXI. Ojalá siga así por siempre.

QOSHE - Historias de carnaval y pena - Fidel Gutiérrez
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Historias de carnaval y pena

8 0
03.03.2024

Periodista

fgutierrez@editoraperu.com.pe

Los relatos sobre corsos coloridos, exuberantes disfraces y agua de colonia disparada desde elegantes chisguetes contrastaban con los globos y baldazos que recibía con brutal desconsideración todo aquel que osara salir a la calle cualquier domingo de febrero o que transitara por alguno de los tantos barrios calificados como “populosos” que tiene la capital. En esta ‘celebración’ las mujeres corrían con la peor parte, siendo empapadas y, en muchos casos, manoseadas impunemente por patotas de malcriados.

Sentir nostalgia por esa........

© El Peruano


Get it on Google Play