En el fragor de la opinión política, estos días resurge recurrentemente la alusión a la Transición, una Arcadia perdida a cuyas formas de hacer política habría que retornar. La receta es tan simple como inexacta y en términos políticos poco provechosa. Para centrar equilibradamente el tema convendría hacer una distinción entre la Transición como acontecimiento histórico y cómo paradigma político. En todas las críticas que se hacen a las soluciones de la mayoría política actual, en un momento ciertamente crítico, yace la idea de que se traicionan aquellas formas, el famoso consenso, y se ataca a la Constitución. No he de entrar en la raíz profundamente cínica de quienes utilizan el argumento, mientras mantienen secuestrado al Poder judicial. La lejanía de su posición del melifluamente llamado “espíritu de la Transición” es tan patente que debería darles vergüenza invocarlo. Pero, al cabo, esta no es más que la posición de un partido político, en una línea de agresión descarnada y continua como única línea de actuación, lo que es no poco grave al ser la primera fuerza parlamentaria del Estado. Esperemos que lleguen sus años de mudanza y moderación.

Quiero fijar mi atención al descenso a la arena de santones herrumbrosos con su cohorte de santoncillos no menos oxidados, sermoneando contra la política del Gobierno desde el -para ellos- ejemplo de la Transición. Claro que fue ejemplar el esfuerzo de un pueblo y sus representantes buscando acuerdos para salir de una dictadura militar, cuyo poder represivo estaba intacto, y al que tuvo que dejar intacto en gran medida, para conseguir un único objetivo, la democracia parlamentaria, pero no olvidemos que, como dice la bruja de “El pescador y su alma”, “todo tiene un precio, lindo muchacho”. Por ello, la opinión de santones y acólitos menores está fundada en una confusión. Su razonamiento linealmente entendido, sería el siguiente: si la Transición política fue un momento de acuerdo generalizado entre los españoles para crear una nueva arquitectura constitucional a través del tantas veces hablado consenso, hoy, en consecuencia, y habida cuenta del éxito de la Constitución de 1978, habría que repetir ese mismo comportamiento y procedimiento para cualquier cambio, con independencia de quien tenga la mayoría parlamentaria y sin tener en cuenta las minorías, sobre todo a las nacionalistas. El acontecimiento histórico Transición se elevaría así a un paradigma, descontextualizándolo de su raíz histórica. Pero precisamente esa descontextualización olvida el precio histórico de la llamada Transición. Ese precio fue en unos casos el aplazamiento de problemas, y en otros, las cesiones de los demócratas en favor de la impunidad fascista anterior en puntos bastante poco decorosos.

Aquellas indecorosas cesiones las dejo aparte y hablo del punto principal de los aplazamientos más en carne viva, el de la cuestión de la distribución territorial del poder. Por muchas vueltas que se le quieran dar, la Constitución alumbró un sistema territorial marcado por la transitoriedad, la desigualdad y el oportunismo político, y sin la previsión de un modelo de financiación, creando un Senado inútil, concebido originariamente para controlar a la izquierda (función ajora resucitada por Feijoo), y con alguna sonora torpeza preliminar, como la de no permitir la integración del PNV dentro de la Comisión Constitucional, lo que condujo finalmente a que en el referéndum constitucional en el País Vasco, se abstuvieran más de la mitad de los votantes y hubiera casi un veinticinco de votos en contra. Con todo, lo peor de los adoradores del dogma de la Transición es el olvido de la historia misma. Viene a propósito de que en estos días se está agitando, en relación con la posible transferencia en materia de inmigracióm, el hecho de que se apoya en el artículo 150.2 de la Constitución. La desmemoria es aquí grave: fue un precepto clave para la aceptación del texto global de la Constitución por parte de la entonces llamada Minoría Catalana y el PNV. Testimonios hay de que nació en la “Comisión Constitucional nocturna”, aunque alguno de sus integrantes dijera después que él siempre estuvo en contra. El artículo 150.2., recuérdese, autoriza traspasar, ley orgánica mediante, cuando su naturaleza lo permita, facultades correspondientes a materias de titularidad estatal; permite escapar de la rigidez de la lista de competencias sin afectar a la estructura del Estado, y desde luego es una opción políticamente discutible; pero fue la que se tomó porque sin ella no habría habido acuerdo y vaya usted a saber qué hubiera pasado con el referéndum constitucional en el País Vasco y Cataluña, y, de paso, con el famoso consenso.

A los críticos con la política de la coalición progresista, que han utilizado el 150.2 cuando estaban en el poder (entre otros Aznar, para entregarle a Pujol las competencias de tráfico en Cataluña, e iniciar el desmantelamiento de la Guardia Civil en la Comunidad) les parece ilícito su uso por parte del Gobierno. Que el precepto consienta una reforma constitucional encubierta, es una afirmación tan poco rigurosa como la negación de la constitucionalidad de la amnistía. Pero, incluso sustentando la posición contraria, el 150.2. viene del consenso milagrero. Consenso que existió por la presencia en él de los partidos nacionalistas, uno de los mayores logros de la Transición, En el fondo, cuando se reivindican pactos de Estado (¿quién puede estar en desacuerdo en abstracto con ellos?) lo que se reivindica realmente son pactos entre PP y PSOE para excluir nacionalistas y minorías de izquierda, pactos que conducen directamente a legitimar el fascismo, destruir la socialdemocracia, y en cuanto al problema territorial sustituir cualquier tipo de solución integradora por la represión, y exacerbar el independentismo).

El propio espíritu de la Transición va contra ello, lo que demuestra que sus jaleadores ni siquiera creen en ella. Y es que lo único que pudiera haber de paradigma en la Transición, es algo general, que supera su periclitada realidad histórica: sin voluntad incluyente de todos los ciudadanos no hay políticas de Estado. Suponiendo, y es mucho suponer, que los santones herrumbrosos se crean lo que dicen, resulta indiscutible que no conocen la sociedad en la que viven, más moderna, y más escéptica, fuertemente ligada a los principios del Estado Social y Democrático, y con nítida vocación europeísta; con aspiraciones distintas a las del momento constitucional; y tampoco parecen darse cuenta del peligro general que representan la extrema derecha y los conniventes y comulgantes con ella. Este desconocimiento llama poderosamente la atención en quienes fueron en tantos casos actores esenciales para el progreso de España, lo que es de obligado reconocimiento y agradecimiento. Aquellas luces que les alumbraron deberían servir para saber que su tiempo pasó, y para reconocer que subsisten problemas originarios y en su debe está no haberlos afrontado, y que en sus sucesores democráticos recae la obligada carga de buscar remedios, lo que supone siempre arriesgar errores; pero no se debe esculcar el error en la búsqueda misma.

El problema territorial de España existe y es de larga data y no consiente estrategias negacionistas. En tiempos menos convulsos se podría haber avanzado, pero no se hizo. Este no hacer fue gravísimo, porque no contribuyó a la única solución `posible, el federalismo. Por eso, los santurrones herrumbrosos que tuvieron todo el tiempo y el poder para reformar el Senado, articular un estable sistema de financiación autonómica, y al paso construir un verdadero mecanismo de solidaridad interterritorial, y hacer políticas que combatieran el desarrollo desigual, pero prefirieron utilizar como instrumento para armar mayorías hacer la vista gorda con el cupo vasco y el corrupto bajalato pujolista, no pueden vendernos que la Transición (que ellos mismos falsifican, por otra parte) fuera un jardín de flores, y sus a veces enfangados senderos, veredas de obligado recorrido.

QOSHE - La transición política como acontecimiento y como paradigma - Ángel López
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

La transición política como acontecimiento y como paradigma

7 8
27.01.2024

En el fragor de la opinión política, estos días resurge recurrentemente la alusión a la Transición, una Arcadia perdida a cuyas formas de hacer política habría que retornar. La receta es tan simple como inexacta y en términos políticos poco provechosa. Para centrar equilibradamente el tema convendría hacer una distinción entre la Transición como acontecimiento histórico y cómo paradigma político. En todas las críticas que se hacen a las soluciones de la mayoría política actual, en un momento ciertamente crítico, yace la idea de que se traicionan aquellas formas, el famoso consenso, y se ataca a la Constitución. No he de entrar en la raíz profundamente cínica de quienes utilizan el argumento, mientras mantienen secuestrado al Poder judicial. La lejanía de su posición del melifluamente llamado “espíritu de la Transición” es tan patente que debería darles vergüenza invocarlo. Pero, al cabo, esta no es más que la posición de un partido político, en una línea de agresión descarnada y continua como única línea de actuación, lo que es no poco grave al ser la primera fuerza parlamentaria del Estado. Esperemos que lleguen sus años de mudanza y moderación.

Quiero fijar mi atención al descenso a la arena de santones herrumbrosos con su cohorte de santoncillos no menos oxidados, sermoneando contra la política del Gobierno desde el -para ellos- ejemplo de la Transición. Claro que fue ejemplar el esfuerzo de un pueblo y sus representantes buscando acuerdos para salir de una dictadura militar, cuyo poder represivo estaba intacto, y al que tuvo que dejar intacto en gran medida, para conseguir un único objetivo, la democracia parlamentaria, pero no olvidemos que, como dice la bruja de “El pescador y su alma”, “todo tiene un precio, lindo muchacho”. Por ello, la opinión de santones y acólitos menores está fundada en una confusión. Su razonamiento linealmente entendido, sería el siguiente: si la Transición política fue un momento de acuerdo generalizado entre los españoles........

© El Plural


Get it on Google Play