Playa de la Caleta, segundo sábado de Carnaval, 3 de la tarde.

La brisa hace que una pluma sintética de color violeta desprendida de una boa se eleve y sea transportada por el aire hasta volver a caer a la arena. A pesar de estar en febrero, el clima es cálido y puede disfrutarse de una sensación térmica de más de 20 grados. Al mismo tiempo un rayo de sol hace brillar un trozo de cristal muy pequeño escondido en la superficie de arena seca al lado de una colilla.

Plaza de la Catedral, segundo sábado de Carnaval, 3 de la madrugada.

El botellón está a punto de terminar, aunque todavía queda mucha gente en la plaza. A pesar de su amplitud, ha estado a rebosar buena parte de la noche. Algunas personas rebuscan entre las botellas algún culo de alcohol para seguir bebiendo, otras se tropiezan al enganchárseles el zapato en una bolsa de plástico.


Durante esta semana, tras la repercusión que han tenido las imágenes de la basura generada, el número de kilos de desechos recolectados y las reflexiones y críticas de algunas personas cercanas a las fiestas del Carnaval, diferentes representantes de partidos políticos se han puesto del lado de quienes han expresado su descontento. Aunque todos los portavoces han hecho alusión a que los macrobotellones no estaban previstos ni consideran que sean esas las formas de celebrar el Carnaval, también son ellos quienes han destinado todos los recursos públicos necesarios para llevar a cabo un programa de fiestas en los que no se estaba teniendo en cuenta el día a día de quienes habitan la ciudad, tampoco el cuidado de la misma. En la céntrica plaza de San Antonio, en la que hay un asilo, ha habido música a un volumen desmesurado hasta altas horas de la madrugada durante la semana, también las vísperas de los días no festivos, lo que hace imposible el descanso de las personas que habitan en la plaza y en calles aledañas.

En esta situación resulta muy sencillo culpabilizar al turista que acude al reclamo festivo emitido desde las propias instituciones, cuando estas no se han hecho responsables de la gestión de la celebración y no han considerado respetar a las vecinas y vecinos. Rosario, habitante del barrio del Mentidero, me comenta el mismo sábado que está “deseando que termine el Carnaval. Desde la semana pasada no duermo. Los cristales de mi casa parece que se van a partir con la música tan alta”. Pocas zonas del centro se salvan. Hay personas que viven en el Barrio de Santa María, cerca de la estación de tren, que se ven obligadas a irse de vacaciones y abandonar su ciudad la semana de Carnaval porque no aguantan el ruido de la carpa, que lleva varios años situándose en la explanada cercana a la estación. Otro vecino del barrio de San Francisco me dice que “esto no es el Carnaval. Está todo sucio, todas las calles llenas de orina. Se ha convertido en una fiesta para los de fuera”.

Lo que ha ocurrido durante estos carnavales en Cádiz ha resultado escandaloso, aunque también es parte de la tradición. Cuando iba de vuelta a casa por la plaza de la Catedral a las 3 de la madrugada, tuve que pedirle a un desconocido que me dejara su móvil para hacer una foto porque no llevaba mi cámara. El muchacho, que acababa de hacer botellón, accedió a prestarme su teléfono y pasarme las fotos por WhatsApp, mientras me decía que “bueno no es para tanto, es lo de siempre”, y después de 5 o 7 copas encima, el chaval, seseante, tenía razón: la estampa no era tan diferente a la de otros años. Mientras, en un callejón, una muchacha se agacha para mear detrás de un contenedor en la puerta de un bloque de pisos y le dice a su amiga que esa noche se la ha pasado súper bien.

A nadie le pilla por sorpresa el Carnaval de Cádiz. Quien decide que pasará unos días de febrero en la ciudad sabe a lo que va, se organiza para ir el primer fin de semana o el segundo, quizá aproveche y vaya a la hostioná o a la erizá, o puede que programe la visita para acudir el tercer fin de semana y despedir el Carnaval el último día, hasta el año que viene. Toda la información está detallada en internet. Pero, ¿por qué son tan populares estas fiestas locales, también entre personas que no saben nada de Cádiz ni de su cultura? En 1980 el Ministerio de Turismo empezó a repartir una nueva distinción con el propósito de atraer a turistas, una herencia de la propaganda y exportación de la imagen de España como reclamo turístico a países del norte global que ya había comenzado Franco en los años 60.

La condecoración consiste en la Declaración de Fiesta de Interés Turístico Internacional, recogida en la Orden ITC/1763/2006, de 3 de mayo, que se basa en la “promoción turística de España en el exterior”. Algunos de los requisitos que deben cumplir las fiestas de tradición popular de cualquier entorno español para hacerse con este galardón son el “Arraigo de la fiesta en la localidad, lo que implica la participación ciudadana en el desarrollo de la fiesta” y “La existencia en la localidad o en el área geográfica inmediata (a una distancia no superior a 50 kilómetros), de un equipamiento adecuado de alojamientos y servicios turísticos para la recepción de visitantes”, entre otras. También se estipula que “Habrá de cuidarse especialmente el entorno urbano, monumental y paisajístico del lugar de celebración de la Fiesta y a tal efecto deberán aportarse los correspondientes permisos e informes de las actuaciones encaminadas al cumplimiento de estos fines.”

El Carnaval de Cádiz fue una de las primeras fiestas en obtener este reconocimiento en el mismo año de su creación, al igual que Las Fallas de Valencia, el Carnaval de Tenerife, los San Fermines de Pamplona o la Romería del Rocío en Almonte. Desde 1984 en los Carteles del Carnaval de Cádiz aparece este emblema. Aunque este distintivo ha promovido que las fiestas de muchas de las ciudades que lo ostentan se hayan convertido en un espacio de consumo y violencia, y al mismo tiempo se hayan dejado en un segundo plano las celebraciones tradicionales, también el capitalismo, el falso estado del bienestar, las modas y otras costumbres contemporáneas basadas en el consumo y el ocio, son parte del problema que lleva a la masificación de ciertos espacios de forma puntual, haciendo imposible que estos lugares lleguen a ser habitados, solo quedando disponibles para quienes están de paso. Espacios de usar y tirar.

El acceso a la vivienda es un tema de conversación recurrente entre la ciudadanía gaditana y también un problema. La proliferación de hoteles, hostales, pisos turísticos regularizados e ilegales, sumados a la costumbre ampliamente extendida de alquilar los pisos solo durante los meses de curso escolar, hacen muy complicado poder tener una vida estable a personas que quieran independizarse o que trabajen en la ciudad, también fuera del centro histórico. Mudanzas cada pocos meses o vivir en los municipios aledaños de la bahía son las alternativas con las que cuenta la población gaditana, una de las más empobrecidas del Estado y con mayor tasa de paro, abocada a un estrés que aumenta conforme lo hace la dependencia económica del sector turístico. Como dice la cantinela ideada por un sevillano, quizá el gaditano nace donde le da la gana, pero lo que es vivir, tiene que hacerlo no donde quiere, sino donde le dejan.

El colapso de servicios, el abarrotamiento de las calles y la dificultad para habitar el espacio público de la ciudad por sus habitantes es algo que no solo se vive en Cádiz la semana de Carnaval. Durante todo el año hay cruceros que atracan en el puerto y vomitan a miles de personas que en ocasiones hacen difícil el transitar por el centro histórico. Hace pocos meses el crucero más grande del mundo, el “Icon of the Seas” llegó hasta el puerto gaditano cargado con 10.000 personas que entorpecieron el fluir del día a día en la capital andaluza. Normalmente, hay dos o tres cruceros atracados a la vez, que hacen que el horizonte marino de la ciudad se quede oculto por edificios flotantes que solo aportan contaminación. Esta situación se da de forma exagerada en verano, cuando los visitantes empiezan a ocupar demasiado espacio en la ciudad, complicando la vida de las oriundas. Todo esto sigue permitiéndose tanto en Cádiz como en otros muchos territorios que se han visto invadidos por la inversión de capitales con intereses turísticos. Nos hemos acostumbrado a que nuestras ciudades sean para quien viene de visita, un posicionamiento estratégicamente difundido y naturalizado por multinacionales, lobbies y gobiernos; que facilita y permite que se den situaciones como las de los fines de semana del Carnaval de Cádiz. En una ciudad pequeña no hay espacio para que lleguen decenas de autobuses, cientos de coches y algún crucero, todo a la vez; es cuestión de física, pero también de filosofía y de salud.

La invasión turística es un producto de las grandes cadenas hosteleras que se han encargado de reproducir un modelo homogéneo basado en la extracción de recursos, la destrucción de la naturaleza y la falta de responsabilidad con el entorno por todas las zonas que les han interesado del planeta; y las habitantes de esos lugares nos hemos encargado de asumirlo como una oportunidad, para nosotras, de ser utilizadas como mano de obra en el sector servicios. La única definición del turista es la de persona que viaja y consume, no se le pide nada más. Al turismo no se le pide que sea respetuoso, limpio ni que no moleste, no se le pide que ayude, porque las bases de su actividad tampoco predican con el ejemplo. El turista paga por obtener un servicio que se le ofrece o sugiere de antemano. ¿Dónde radica entonces el problema? En Andalucía existe un añadido, y es que muchas de las personas que nos turistean lo hacen desde la superioridad, la falta de respeto y la exigencia.

Parte de este público es el que recibe el Carnaval durante los días que se celebra, gente que molesta, que no se interesa por lo que está ocurriendo ni se preocupa por mantener el silencio necesario para escuchar una agrupación en la calle. Esta gente, además, se queja cuando no ven cumplidas sus expectativas y menosprecia el Carnaval cuando no entiende una expresión. El problema no es solo la cantidad de basura que se genera, sino la cantidad de turistas que vienen a que se lo pongamos todo por delante, a pesar de despreciar la cultura andaluza.


Los Ayuntamientos y las Instituciones deben dejar de invertir recursos públicos en actividades turísticas, es su deber permitirle a las personas que puedan habitar pueblos, campos y ciudades de forma cómoda y estable, asegurándoles el derecho a la vivienda recogido en el artículo 47 de la Constitución y revirtiendo los impuestos de la ciudadanía en salud, educación, vivienda y servicios sociales. Si se disminuyera y regulara el número de establecimientos hoteleros, de viviendas turísticas y de franquicias, se evitaría que volvieran a celebrarse los carnavales de una forma tan poco respetuosa con la tradición, con el arte y con las personas de Cádiz. Como consumidoras y turistas tenemos mucho por hacer. Parece que por una vez estamos todas de acuerdo, alguien tendrá que empezar.

QOSHE - Puedes volver a ensuciarme - Ana Geranios
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24.02.2024

Playa de la Caleta, segundo sábado de Carnaval, 3 de la tarde.

La brisa hace que una pluma sintética de color violeta desprendida de una boa se eleve y sea transportada por el aire hasta volver a caer a la arena. A pesar de estar en febrero, el clima es cálido y puede disfrutarse de una sensación térmica de más de 20 grados. Al mismo tiempo un rayo de sol hace brillar un trozo de cristal muy pequeño escondido en la superficie de arena seca al lado de una colilla.

Plaza de la Catedral, segundo sábado de Carnaval, 3 de la madrugada.

El botellón está a punto de terminar, aunque todavía queda mucha gente en la plaza. A pesar de su amplitud, ha estado a rebosar buena parte de la noche. Algunas personas rebuscan entre las botellas algún culo de alcohol para seguir bebiendo, otras se tropiezan al enganchárseles el zapato en una bolsa de plástico.


Durante esta semana, tras la repercusión que han tenido las imágenes de la basura generada, el número de kilos de desechos recolectados y las reflexiones y críticas de algunas personas cercanas a las fiestas del Carnaval, diferentes representantes de partidos políticos se han puesto del lado de quienes han expresado su descontento. Aunque todos los portavoces han hecho alusión a que los macrobotellones no estaban previstos ni consideran que sean esas las formas de celebrar el Carnaval, también son ellos quienes han destinado todos los recursos públicos necesarios para llevar a cabo un programa de fiestas en los que no se estaba teniendo en cuenta el día a día de quienes habitan la ciudad, tampoco el cuidado de la misma. En la céntrica plaza de San Antonio, en la que hay un asilo, ha habido música a un volumen desmesurado hasta altas horas de la madrugada durante la semana, también las vísperas de los días no festivos, lo que hace imposible el descanso de las personas que habitan en la plaza y en calles aledañas.

En esta situación resulta muy sencillo culpabilizar al turista que acude al reclamo festivo emitido desde las propias instituciones, cuando estas no se han hecho responsables de la gestión de la celebración y no han considerado respetar a las vecinas y vecinos. Rosario, habitante del barrio del Mentidero, me comenta el mismo sábado que está “deseando que termine el Carnaval. Desde la semana pasada no duermo. Los cristales de mi casa parece que se van a partir con la música tan alta”. Pocas zonas del centro se salvan. Hay personas que viven en el Barrio de Santa María, cerca de la estación de tren, que se ven obligadas a irse de vacaciones y abandonar su ciudad la semana de Carnaval porque no aguantan el ruido de la carpa, que lleva varios años situándose en la explanada cercana a la estación. Otro vecino del barrio de San Francisco me dice que “esto no es el Carnaval. Está........

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