Hace tiempo que no sabemos nada del primo científico de Mariano Rajoy, catedrático de Física Teórica de la Universidad de Sevilla, en cuyos doctos conocimientos pretendía basarse el expresidente y exministro para asegurar que lo del cambio climático era un ejercicio de alarmismo por parte de algunos ecologistas sin ninguna base científica. Claro, que en esto de enfrentarse a crisis ecológicas Rajoy ya había dejado prueba de su ineptitud cuando, siendo vicepresidente primero del gobierno de Aznar, redujo a “unos pequeños hilitos con aspecto de plastilina” la terrible contaminación sufrida en la costa gallega por el hundimiento del petrolero Prestige.

Desde entonces, y sin que el ilustre primo se haya declarado públicamente negacionista respecto a un cambio climático que ya ha llegado a nuestro país para quedarse, las consecuencias de la subida de la temperatura y la falta de lluvia se viven con gran preocupación por la ciudadanía, las gentes del campo y el mundo de la ciencia. Ya ni siquiera podemos echar mano del refranero para celebrar los beneficios que traían aparejados las nieves invernales y las lluvias de abril.

A la clase política, como suele ser habitual, el desastre hace años anunciado le pilla en sus rutinarias peleas y sin verdaderos planes de choque contra este enorme problema, cuya cara más visible es la falta de agua para el consumo humano y para el riego. Pero hay otros muchos aspectos (incendios forestales, inundaciones, nuevas plagas, desertificación, etc.) sobre los que tampoco las distintas administraciones saben qué hacer.

Andalucía y Cataluña, las comunidades más afectas (hasta ahora porque, salvo el norte peninsular, todas las cuencas están amenazadas) ya han empezado a tomar alguna medida empujadas por una opinión pública (o publicada) que pide soluciones, sin saber muy bien en qué dirección deberían ir las iniciativas. La gente se limita a exigir que le llegue agua al grifo de su casa o a sus cultivos, pero no se ve mucha voluntad de cambiar los hábitos de consumo y el sistema productivo.

Las respuestas de emergencia no van más allá de pedir responsabilidad y solidaridad a la población, llevar agua con camiones cisterna o barcos a las zonas más necesitadas, prohibir regar el jardín o llenar la piscina con agua del grifo, etc. Agua para hoy y sed para mañana (podría decirse, adaptando a estos tiempos de sequía otro dicho popular) pero sin que se ofrezcan eficaces alternativas a medio y largo plazo. Y como del cielo no nos va a caer; o a al menos no nos va a llover donde y cuando más necesitemos el preciado líquido, lo que parece más razonable es que se administren bien los limitados recursos hídricos de que disponemos.

Un sector gran consumidor de agua es el turismo (y sus instalaciones hermanadas: hoteles, piscinas, campos de golf, parques acuáticos, etc.) al que se está animando para que cada año traiga más visitantes a nuestro país, sin tener en cuenta que son, precisamente, esas comunidades más amenazadas por la escasez de agua (Cataluña, Valencia, Murcia, Baleares, Andalucía y Canarias) las que más turistas reciben (unos 70 millones de visitantes extranjeros en 2023) además de contar en su conjunto con 245 campos de golf y más de 6.800 hoteles.

En ese sentido de reducir el consumo también se ha de mirar a la agricultura; hay que implantar sistemas de riego que ahorren agua, acabar con las perforaciones que agotan acuíferos subterráneos (como ya ha ocurrido en las Tablas de Daimiel y Doñana), buscar variedades más resistentes a la sequía y paralizar la transformación en regadío de cultivos tradicionalmente de secano como la vid, el olivo, el almendro, los cereales, etc.

Pero, claro, proponer algún tipo de control a la agricultura y la ganadería intensivas, al turismo masificado y la urbanización de la costa, a la especulación urbanística y otros grandes negocios no dan tantos votos como afirmar que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que el futuro está en las manos adecuadas.

QOSHE - Agua o turismo - Antonio Pérez Collado
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Agua o turismo

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20.02.2024

Hace tiempo que no sabemos nada del primo científico de Mariano Rajoy, catedrático de Física Teórica de la Universidad de Sevilla, en cuyos doctos conocimientos pretendía basarse el expresidente y exministro para asegurar que lo del cambio climático era un ejercicio de alarmismo por parte de algunos ecologistas sin ninguna base científica. Claro, que en esto de enfrentarse a crisis ecológicas Rajoy ya había dejado prueba de su ineptitud cuando, siendo vicepresidente primero del gobierno de Aznar, redujo a “unos pequeños hilitos con aspecto de plastilina” la terrible contaminación sufrida en la costa gallega por el hundimiento del petrolero Prestige.

Desde entonces, y sin que el ilustre primo se haya declarado públicamente negacionista respecto a un cambio climático que ya ha llegado a nuestro país para quedarse, las consecuencias de la subida de la temperatura y la falta de lluvia se viven con gran preocupación por la ciudadanía, las gentes del campo y el mundo de la ciencia. Ya........

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