El mes de enero transcurrió como comenzó, un invierno que llegó como se marchó el otoño del pasado año: continúa, incesante, el exterminio de Israel en Gaza. Conmocionados e indignadas frente al crimen de lesa humanidad salimos a las calles de nuestras ciudades el 20 de enero. Y, así, transcurrió, el pasado sábado 27, la manifestación estatal de Madrid.

En nuestras mentes se agolparon de nuevo, desde estas tierras que quedan al oeste de la Franja, las imágenes de las que somos testigos. A la distancia, inmersas en nuestras realidades y cotidianidades, giramos por momentos la mirada hacia el dolor y el horror que nos llega, en fragmentos, día tras día, del lugar donde la humanidad, una vez más, queda petrificada frente a sí misma: Palestina.

Las imágenes enmudecen. Mutismo antes de la emoción, que sube desde el centro del cuerpo; lágrimas en los mismos ojos que miran; el incipiente llanto quebrado en la garganta, y la ‘digna rabia’ —la que hace 30 años nos nombraron y enseñaron, en su forma, los zapatistas desde Chiapas—. Pienso, entre el rosario de imágenes brutales que retiene mi mente en estos cuatro meses de exterminio sufrido por los gazatíes, en un vídeo de dos semanas atrás, cuando comenzaban las vistas del juicio por la acusación de genocidio interpuesta por Sudáfrica en La Haya y los bombardeos de USA —y compañía—, en el Mar Rojo, se cernían sobre Yemen.

Aquellas imágenes en movimiento que reflejaban el hambre de palestinos y palestinas, en multitud, sobre la playa: se les ve corriendo súbitamente, dispersos; oyes los sonidos de los disparos y se despliegan en la huida, sin rumbo fijo, en distintas direcciones; las balas silban a discreción en la inmensidad de la costa; el cielo, alto, queda lejos, pero en la panorámica se ve una sola escena en la que es posible percibir que el aire, traicionero, puede esconder una trayectoria letal en cualquier resquicio de movimiento, mientras el mar, de frente, es también testigo.

Estas imágenes, de nuevo dantescas, que recogen otra situación límite de las sufridas incesantemente por más de dos millones de personas, y sintetizan la impotencia que nos circunda, atravesaron nuestras retinas al cumplirse cien días de la constante destrucción, del asedio y de los incesantes bombardeos israelíes contra todo aquello que esté sobre la tierra de la Franja —incluidos, por supuesto, los seis hospitales atacados en el norte, el centro y el sur de Gaza—.

Fue un vídeo que vino acompañado en esos días por un despliegue agudo del desorientador cinismo de la posverdad y la adulteración de las palabras (del lenguaje que nos contiene). Como si el Ministerio de la Verdad del Gran Hermano (1984) hubiera esparcido la neolengua que Orwell reflejó en aquel escrito, tras haber sido testigo frontal de su propia época.

En las sesiones del intento sudafricano —con la denuncia por genocidio a Israel ante la Corte Internacional de Justicia— de un alto el fuego por vía judicial —que el tribunal no falló en su sentencia provisional del mismo día de la conmemoración del Holocausto, el viernes 26 de enero—, los abogados del Estado perpetrador devolvieron la acusación de ‘genocidio’ a ‘sus enemigos’ por serlo, y negaron sus crímenes en las masacres continuadas apropiándose del concepto, como si sólo su confesionalidad fuera susceptible de sufrirlo e indemne de ejecutarlo.

Contraargumentan, de hecho, haberlo sufrido por los muertos y violaciones del 7 de octubre, al tratarse del asesinato más cuantioso de población judía desde ‘la solución final’ nazi. Adulteraron de esta manera el inenarrable contenido encerrado en ‘Shoah’, violentando los hechos y sufrimientos que este concepto implica, que la palabra contiene; los vividos por las personas que perecieron en las cámaras de gas y padecieron la ‘deshumanización’ terrible del ‘lager’; las borran.

Con estas apropiaciones y argumentos, con esta suerte de neolengua argumental, las están borrando perversamente mediante el sufrimiento de los heridos y los muertos que fueron asesinados por su ocupación y participación activa o pasiva en el régimen de apartheid israelí. Y despojan al resto de los pueblos de la humanidad de las violencias genocidas sufridas. Se exoneran, a su vez, de todas las violencias perpetradas, y sufrimientos infundidos, que son negados e instrumentalizados en nombre de una ‘esencia’ que se fundamenta en último término en creencias religiosas, pero sin dejar de enarbolar que representan los derechos nacidos y defendidos en la revolución francesa, frente a ‘la barbarie’.

Pero nosotras vimos en los primeros días del año, a la luz de las declaraciones de algunos ministros israelíes, cómo continúa la ejecución de una masacre sistémica de eliminación que permita la ocupación efectiva de Gaza. Es decir, vemos, somos testigos de la perpetración del exterminio que posibilite e implique la expulsión final de los sobrevivientes.

Porque por mucho que argumente Israel en el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) —apropiándose de ser el único pueblo sobre el que se puede cometer genocidio en esta deformación infame, paralela al peligroso y vergonzoso hecho de querer transformar el ‘antisemitismo’ en toda crítica a las acciones del Estado de Israel, burlando de nuevo el dolor histórico implicado, el de todas las comunidades judías a lo largo de los siglos que es, de esta forma, puesto al servicio de una ‘banalización’ en función de los intereses coyunturales del Estado israelí— cuando Itamar Ben-Gvir (ministro de seguridad nacional de Israel) aseguró el 1 de enero que la salida de los palestinos de Gaza y el restablecimiento de asentamientos israelíes en el territorio es “una solución correcta, justa, moral y humana”, volvieron a nuestra memoria las afirmaciones del Estado egipcio los días siguientes al ataque de Hamás, casi cuatro meses atrás, sobre los servicios de inteligencia del Mossad y el conocimiento del plan de incursión en ‘el país inexpugnable’.

“Esta es una oportunidad para desarrollar un proyecto que anime a los residentes de Gaza a emigrar a países de todo el mundo”, prosiguió el ministro de seguridad israelí en una reunión de su partido, el ultranacionalista Otzma Yehudit (Poder Judío). Sus comentarios se producían un día después de que el ministro de finanzas israelí, Bezalel Smotrich, despidiera el 2023 asegurando que su país debería trabajar para que casi toda la población palestina de Gaza abandone la franja mediante la “emigración”, para luego establecer asentamientos israelíes en ese territorio.

Con estas declaraciones, ante las primeras reacciones verbales de los norteamericanos frente a declaraciones israelíes en tres meses de exterminio —mientras bombardeaban Yemen, junto a los británicos y otros otanistas, en otra de sus operaciones en Oriente Próximo, ‘Guardián de la prosperidad’; después de haber asegurado que la denuncia de Sudáfrica por genocidio era “infundada”, lo que fue desmentido por las consideraciones del tribunal; y antes de retirar el dinero para la UNRWA como parte de la respuesta de Israel al fallo de la Corte Internacional—, Smotrich, el ministro israelí de economía, aclaró: “Estados Unidos es nuestro mejor amigo, pero antes que nada, haremos lo que sea bueno para el Estado de Israel: la emigración de cientos de miles de Gaza permitirá que los residentes (de la zona fronteriza) vuelvan a casa y vivan”.

Prosiguió con su cínico y criminal discurso de “fomento de la emigración voluntaria" de los palestinos durante los primeros días del nuevo año: “Más del 70% de la opinión pública israelí apoya la solución humanitaria de fomentar la emigración voluntaria de los árabes de Gaza y su absorción en otros países”, escribió en X el miércoles 3 de enero. Sus palabras nos volvieron a recordar el impacto sorpresivo, el shock en el que estaban los israelíes, por la posibilidad de la matanza realizada por Hamás, en uno de los Estados más militarizados y con la inteligencia estatal más desarrollada del mundo.

Hace un mes que el 2023 se fue, pero el continuum de esta historia desgarradora unifica el tiempo de la infamia. Fue en octubre cuando comenzaron a ondear las banderas palestinas en las calles de este país, mientras nadie hacía nada por parar el exterminio y conseguir un alto el fuego, lo cual es otro criminal continuum. De hecho, octubre terminó con la dimisión del director de la oficina de Nueva York del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, mientras enero concluye con la colaboración activa en el genocidio, según el fallo de la CIJ acerca de la ayuda humanitaria para “prevenirlo”, al suprimir los recursos económicos a la UNRWA. Fue en octubre, y después cada mes, cuando se constató una vez más que Naciones Unidas era papel mojado frente a la fuerza y las dinámicas militares, de la geopolítica y economía internacionales. Con esa desgarradora realidad, conocida y sufrida históricamente por el pueblo palestino, arrancaba noviembre.

Fue un noviembre en el que siguieron las manifestaciones y muestras de apoyo popular a Palestina en Europa, pese a las vergonzosas y preocupantes prohibiciones desplegadas, desde el primer momento, en varias de las principales democracias liberales del viejo continente. Gobiernos electos por el luchado y peleado sufragio universal que se miran en espejos rotos cuando de colonialismos, vasallajes, ‘seguridad nacional’ y ‘leyes anti-terroristas’ se trata. Espeluznantes prohibiciones que ejemplifican una nueva complicidad histórica con una matanza masiva y continuada, en esta ocasión, como en otras, ejecutada sobre una población concentrada densamente en un gran gueto, amurallado desde hace décadas.

Hoy, en los últimos días del cuarto mes de exterminio sobre la población gazatí, los bombardeos diarios dejaron atrás un mes de octubre grabado a fuego en nuestras retinas, y dieron paso a un noviembre, un diciembre y un enero en el que las cifras de la destrucción y la eliminación sistemática de la población en la Franja arrojan más de 26.500 asesinados, a los que se suman una estancada cifra de más de 7.000 desaparecidos y miles de muertos más por la destrucción y el asedio mantenido en el tiempo, sin olvidar el azote del frío, cuyas cifras no conocemos.

Ante el horror, las palabras desaparecen. Lo expresó Theodor Adorno al conocerse públicamente ‘la solución final de la cuestión judía’ del régimen nacionalsocialista, tras la II Guerra Mundial: “no hay poesía después de Auschwitz”. En la actualidad retorcida, heredera de otras violencias desplegadas en el nacimiento del Estado de Israel, parte de los descendientes de aquellos que fueron víctima neurálgica de esa estructura de eliminación sistémica consideran que su Estado puede exterminar y expulsar a otro pueblo, siendo ellos las únicas víctimas susceptibles de sufrir el exterminio sistemático en una historia que ha vuelto a ‘matar la poesía’.

Lo cierto es que los hechos en Gaza, con diferente metodología, dejan a este siglo con aquel semblante de horror que atravesó al pasado en el momento en que la verdad salió a la luz —tras la derrota de los fascismos que lo hizo posible, no lo olvidemos—. Estamos frente a otro horror inenarrable que, no obstante, los sobrevivientes volverán a narrar bajo el mismo ‘deber de Memoria’, para quien quiera ser capaz de escuchar y pensar ante el sufrimiento colectivo en la historia humana; hoy, ayer y mañana, con la poesía resucitada, pronta a volver a ser asesinada.

Sabemos que ahora lo urgente es parar el exterminio. Cómo tras la oportunidad perdida del fallo, que tampoco habría sido acatado por Israel de haber intentado ser una herramienta para frenar la matanza incesante de seres humanos, a lo que la Corte renunció; después de la retirada de los fondos a la UNRWA por parte de EEUU y otros miembros como consecuencia ipso facto de la acusación israelí de tener miembros colaboradores con Hamás en el ataque del 7 de octubre, a modo de respuesta inmediata de castigo frente a un fallo judicial que respeta los tiempos israelíes de planificación criminal para Gaza pero señala indicios de genocidio y lo somete a investigación por ese crimen de lesa humanidad, quebrando su argumentario sobre la realidad presente, pasada y futura, sobre lo que son y es el mundo. Una visión que quieren imponer, más allá de la impunidad y el poder material destructivo que tienen sobre la vida de dos millones y medio de personas, así como sobre el territorio en el que los tuvieron encerrados y hacinados durante la última década y media. Las resistencias, tantas veces ejercidas, deberán convocar de nuevo sus lumbres en este nuevo viejo mundo de racismo, clasismo y colonialismo, donde ‘los otros’ pueden ser eliminados. Un mundo de nuevas formas de indiferencia, adulteración y posverdad que, en su fondo, nos recuerdan a las viejas, para quienes no vivan en un presente absoluto de su yo.

QOSHE - El tiempo pasa y la historia sigue, sin poesía: el exterminio en Gaza continúa - María García Yeregui
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El tiempo pasa y la historia sigue, sin poesía: el exterminio en Gaza continúa

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01.02.2024

El mes de enero transcurrió como comenzó, un invierno que llegó como se marchó el otoño del pasado año: continúa, incesante, el exterminio de Israel en Gaza. Conmocionados e indignadas frente al crimen de lesa humanidad salimos a las calles de nuestras ciudades el 20 de enero. Y, así, transcurrió, el pasado sábado 27, la manifestación estatal de Madrid.

En nuestras mentes se agolparon de nuevo, desde estas tierras que quedan al oeste de la Franja, las imágenes de las que somos testigos. A la distancia, inmersas en nuestras realidades y cotidianidades, giramos por momentos la mirada hacia el dolor y el horror que nos llega, en fragmentos, día tras día, del lugar donde la humanidad, una vez más, queda petrificada frente a sí misma: Palestina.

Las imágenes enmudecen. Mutismo antes de la emoción, que sube desde el centro del cuerpo; lágrimas en los mismos ojos que miran; el incipiente llanto quebrado en la garganta, y la ‘digna rabia’ —la que hace 30 años nos nombraron y enseñaron, en su forma, los zapatistas desde Chiapas—. Pienso, entre el rosario de imágenes brutales que retiene mi mente en estos cuatro meses de exterminio sufrido por los gazatíes, en un vídeo de dos semanas atrás, cuando comenzaban las vistas del juicio por la acusación de genocidio interpuesta por Sudáfrica en La Haya y los bombardeos de USA —y compañía—, en el Mar Rojo, se cernían sobre Yemen.

Aquellas imágenes en movimiento que reflejaban el hambre de palestinos y palestinas, en multitud, sobre la playa: se les ve corriendo súbitamente, dispersos; oyes los sonidos de los disparos y se despliegan en la huida, sin rumbo fijo, en distintas direcciones; las balas silban a discreción en la inmensidad de la costa; el cielo, alto, queda lejos, pero en la panorámica se ve una sola escena en la que es posible percibir que el aire, traicionero, puede esconder una trayectoria letal en cualquier resquicio de movimiento, mientras el mar, de frente, es también testigo.

Estas imágenes, de nuevo dantescas, que recogen otra situación límite de las sufridas incesantemente por más de dos millones de personas, y sintetizan la impotencia que nos circunda, atravesaron nuestras retinas al cumplirse cien días de la constante destrucción, del asedio y de los incesantes bombardeos israelíes contra todo aquello que esté sobre la tierra de la Franja —incluidos, por supuesto, los seis hospitales atacados en el norte, el centro y el sur de Gaza—.

Fue un vídeo que vino acompañado en esos días por un despliegue agudo del desorientador cinismo de la posverdad y la adulteración de las palabras (del lenguaje que nos contiene). Como si el Ministerio de la Verdad del Gran Hermano (1984) hubiera esparcido la neolengua que Orwell reflejó en aquel escrito, tras haber sido testigo frontal de su propia época.

En las sesiones del intento sudafricano —con la denuncia por genocidio a Israel ante la Corte Internacional de Justicia— de un alto el fuego por vía judicial —que el tribunal no falló en su sentencia provisional del mismo día de la conmemoración del Holocausto, el viernes 26 de enero—, los abogados del Estado perpetrador devolvieron la acusación de ‘genocidio’ a ‘sus enemigos’ por serlo, y negaron sus........

© El Salto


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