Cada año, en la semana de Pascua, la máquina Singer de mi casa se tomaba un merecido descanso. Le tocaba camellar duro los días previos a la Semana Santa ayúdandole a mi madre a confeccionar los estrenos de Jueves Santo y Domingo de Resurrección para seis criaturos.

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Los ricos sin plata que éramos todos en el barrio no perdonábamos estrén. Incluidos zapatos que había que empezar a domar durante el Vía Crucis del Viernes Santo en el purgatorio del mediodía. Por una vez, lamento no haber sido reina de Inglaterra como Isabel II que tenía una funcionaria encargada de domarle los “pinrieles” nuevos.

Pero no todo se ha perdido en esta encarnación pues resulté “emparentado” con la realeza británica en que ni la princesa Kate ni yo sabemos manejar el Photoshop. Por no saber manejar ese recurso, ella está en líos. Yo nunca he tenido problemas. Lo que puede el anonimato.

Juro por todos los gatos que esa Singer de nuestra infancia todavía está en servicio activo en casa de una de mis hermanas. Fue la herencia que la zurdita, nuestra madre, nos dejó. Cuando estaba próxima a “entregarle cuentas al Creador”, según decía, nos preguntaba cómo nos la íbamos a repartir.

Como era una fiesta, doña Geno murió el Domingo de Ramos. Era más callada que Hirayama, el protagonista de la bella película Días perfectos, que le recomiendo hasta a mi peor amigo y a mi mejor enemigo.

Los jueves santos nos llevaba a visitar mínimo cuatro monumentos, para ganarnos las indulgencias plenarias que, entiendo, perdonan la pena por pecadillos cometidos. Muero, y voy derechito al cielo, segundo piso sin ascensor.

Nos tocó padecer una rígida Semana Santa. Estaba prohibida la música profana hasta que llegó el maestro Antonio Pardo García, de Todelar, quien le puso música pagana. La jerarquía católica no lo excomulgó. Le agradeció haber “desladrillizado” la festividad.

Como tiempo es lo que me sobra, encontré en los vericuetos de internet que la máquina de marras lleva el nombre de su inventor, Isaac Singer. Bueno, no la inventó en los años treinta sino que juntó migajas de lo que habían ideado antes Hunt (1843) y Howe (1846). Singer le adicionó una pendejadita aquí, otra allá, y habemus máquina. ¡Qué pillín!, perdón, qué listo eres, don Isaac: ¡gracias por la Singer que nos ponía a estrenar!

QOSHE - Un sabático para la Singer - Óscar Domínguez Giraldo
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Un sabático para la Singer

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02.04.2024
Cada año, en la semana de Pascua, la máquina Singer de mi casa se tomaba un merecido descanso. Le tocaba camellar duro los días previos a la Semana Santa ayúdandole a mi madre a confeccionar los estrenos de Jueves Santo y Domingo de Resurrección para seis criaturos.

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Los ricos sin plata que éramos todos en el barrio no perdonábamos estrén. Incluidos zapatos que había que empezar a domar durante el Vía Crucis del Viernes Santo en el purgatorio del mediodía. Por una vez, lamento no haber sido reina de Inglaterra como........

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