Dejas de ver fútbol colombiano durante años y todo cambia, pero de alguna manera permanece igual. Antes no existían casas de apuestas y el dinero se movía por debajo de cuerda. Ahora se cuentan por decenas, y aunque es factible que se sigan pasando billetes bajo el mantel, la cortinilla de “Autoriza Coljuegos” le da al negocio un aire de legalidad que a veces genera dudas.

(También le puede interesar: Más allá de las narices)

Porque en el fútbol solemos mirar para otro lado, por eso repetimos que los violentos son “unos pocos” y que las decisiones arbitrales se deben a errores humanos y no a la corrupción sistematizada. El asunto es cuando las cosas pasan a la vista de todos, como cuando Llaneros y Unión Magdalena se empezaron a hacer goles como si de un entrenamiento entre titulares y suplentes del equipo de Sábados felices se tratara.

Pero lo que más me ha llamado la atención es el trasteo de Alianza Petrolera de Barrancabermeja a Valledupar. Y no por todo lo que ha rodeado dicha movida, sino por el escudo del nuevo equipo. Si no lo ha visto, búsquelo en internet y lo entenderá. Es tan simple (que no es lo mismo que ser sencillo; hay cosas sencillas que son geniales) que parece diseñado en Paint versión 1993, con un tipo de letra en desuso, un balón de fútbol genérico y viejo y unas olas que parecen de mar (Valledupar está a cientos de kilómetros del océano), pero que al parecer es el río Guatapurí. Si usted quiere explicar la precariedad de nuestro fútbol no haga análisis profundos ni trate de unir los puntos entre equipos, dirigentes, prensa e hinchas, solo enseñe ese escudo y todos entenderán.

Diría que es el amor a la tierra lo que hace que sigamos al equipo de nuestra región, porque si de nivel se trata, por televisión pasan partidos mucho más competitivos. Así como técnicamente la comida de avión no es comida, el fútbol colombiano no es fútbol.

Colombia no es un país futbolero así queramos creer lo contrario. No nos gusta el fútbol, no como cultura al menos.

Porque no es solo la calidad del juego, sino lo que lo rodea: las canchas peladas, los estadios vacíos, los uniformes sin diseño y llenos de avisos, el calendario caótico. Y el nivel de las transmisiones también, hay que estar loco para pagar una suscripción mensual por ver esa vaina. Solo Fortaleza vale la pena, y no por el equipo en sí, sino por los posteos en sus redes sociales, donde se burlan de todo con poco asco y mucho humor; eso sí es nivel Champions League.

Porque Colombia no es un país futbolero así queramos creer lo contrario. No nos gusta el fútbol, no como cultura al menos. Podremos ver uno que otro partido, conocer al Madrid y al City, ver el Mundial cada cuatro años y las instancias decisivas de los torneos internacionales como la Libertadores, pero no consumimos ávidamente fútbol y todo lo que hay a su alrededor. Y quien dice fútbol dice también cine, música o cualquier actividad ideada para enaltecer el alma humana. Nos gusta entretenernos, claro, pero lo hacemos como todo lo nuestro: a la brava y sin sentido. De ahí también el éxito de las casas de apuestas; no nos gusta el fútbol, nos gustan el ocio y la plata fácil.

No puede ser que acá insistamos en contar con veinte equipos en primera cuando Alemania, que es la gran potencia económica europea y nos duplica en población, tiene dieciocho, y que saquemos un campeón cada seis meses, regalando estrellas como si vinieran en paquetes de Bon Bon Bum. No puede ser tampoco que se haya creado un título llamado Superliga, nombre tan pomposo para una copa que se entrega después de dos partidos mediocres.

Y ni qué decir sobre las discusiones por ver quién es más grande entre Nacional, América, Millonarios, Santa Fe, Cali o Junior. ¿De qué hablan esos fanáticos, si salvo el equipo de Medellín todos son insignificantes? Tanto, al punto de que en ESPN a Millonarios le ponen Millonario cuando pasan las tablas con los marcadores de la fecha. Bien podrían ponerle Limosnarios, que igual a nadie le importaría.

ADOLFO ZABLEH DURÁN

(Lea todas las columnas de Adolfo Zableh Durán en EL TIEMPO, aquí)

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Comida de avión

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24.02.2024

Dejas de ver fútbol colombiano durante años y todo cambia, pero de alguna manera permanece igual. Antes no existían casas de apuestas y el dinero se movía por debajo de cuerda. Ahora se cuentan por decenas, y aunque es factible que se sigan pasando billetes bajo el mantel, la cortinilla de “Autoriza Coljuegos” le da al negocio un aire de legalidad que a veces genera dudas.

(También le puede interesar: Más allá de las narices)

Porque en el fútbol solemos mirar para otro lado, por eso repetimos que los violentos son “unos pocos” y que las decisiones arbitrales se deben a errores humanos y no a la corrupción sistematizada. El asunto es cuando las cosas pasan a la vista de todos, como cuando Llaneros y Unión Magdalena se empezaron a hacer goles como si de un entrenamiento entre titulares y suplentes del equipo de Sábados felices se tratara.

Pero lo que más me ha llamado la atención es el trasteo de Alianza Petrolera de Barrancabermeja a Valledupar. Y no por todo lo que ha rodeado dicha movida,........

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