Pasó el último diciembre: mientras la mayoría de la gente estaba de vacaciones, yo me volvía adicto a los videos de internet donde extirpan barros y espinillas. Una noche, después de trabajar, entré a YouTube y la página me sugirió uno de esos videos, el cual vi por curiosidad, pero sin muchas expectativas, al fin y al cabo solo se trataba de espichar un poro infectado. ¿Resultado? Estuve cuatro horas seguidas viendo material de ese tipo donde dermatólogos, y a veces gente común y corriente, se graba mientras saca pus del cuerpo de otra persona.

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Dios mío, qué revelación; qué golpe también. Desde entonces no he parado y llevo casi un mes enganchado a ese tipo de cosas, no solo porque sea adictivo, sino porque el algoritmo que manejan las redes sociales fue inventado por el propio demonio. Ven que consumes algo, así sea solo una vez, y te lo meten por los ojos hasta que te hastías. El problema es que nunca te cansas porque el internet es infinito. Es como si un día camino a casa se te ocurriera comprar flores porque te antojaste de decorar la sala, y a partir de ese momento tocaran todos los días a tu puerta tres floristas para venderte un arreglo.

La cuestión es que he notado el mórbido placer que tal cosa causa en mí. Es que salivo mientras paso un video tras otro, esperando el momento culmen, que suele llegar a la mitad, cuando la madre de la infección explota con furia hasta salpicar la cámara en ocasiones. El comienzo de estos, donde se abre el quiste, suele ser interesante, pero lento, lo mismo que el final, donde se limpia todo para que no vuelva a salir; pero el desenlace, cuando sale materia como si estuviera siendo extraída del centro de la Tierra, magma puro, supera el placer que produce el sexo. El tiempo que he perdido en eso, el trabajo que he dejado de adelantar, el conocimiento que he dejado de adquirir y el dinero que he dejado de recibir por efecto de andar viendo videos de ese estilo resulta imposible de cuantificar.

Eso me hace pensar que hay algo en mí que no anda del todo bien, porque la gente sana no ve esas cosas, seguro. ¿Por qué lo disfruto tanto si es escatología pura?

Eso me hace pensar que hay algo en mí que no anda del todo bien, porque la gente sana no ve esas cosas, seguro. ¿Por qué lo disfruto tanto si es escatología pura? Algo similar, aunque mucho menos desagradable, sucede con los videos de ASMR, donde el espectador experimenta relajación y cosquilleos de placer gracias a estímulos auditivos que pueden ir desde la apertura de un empaque, el tecleo de un computador o la simple voz de otra persona.

Tienen un efecto tan potente que alguna vez creí estar enamorado de la persona que me hizo descubrirlos. Un día nos estábamos mandando canciones y ella me preguntó si los conocía; cuando le respondí que no, me envió el link de una mujer que fingía ser la recepcionista de un consultorio médico. Desde entonces el mundo nunca volvió a ser igual para mí, como cuando eres niño y te dan a probar chocolate por primera vez. Ese día llegué a jurar que ella era mi alma gemela, el amor que llevaba años buscando, cuando en realidad solo estábamos excavando juntos nuestros defectos y carencias.

Lo bueno es que no estoy solo en esto porque muchos videos de ese tipo superan los cincuenta millones de visualizaciones. Para que tengan una idea de la magnitud de la cifra, With a Little Help from My Friends, una de las canciones más célebres de los Beatles, no llega a la mitad de ese número. Por eso estoy convencido de que hay en este mundo una cantidad de delincuentes en potencia que se autorreprimen y se quedan en su casa consumiendo compulsivamente material de esta clase en vez de salir a hacerles daño a los demás.

La próxima vez que se pregunte qué pasa más allá de las ventanas de los cientos de apartamentos que se ven desde la calle, no dude la respuesta: tras esas cortinas hay gente relamiéndose mientras ve cómo a un extraño en Japón le sacan litros de pus.

ADOLFO ZABLEH DURÁN

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13.01.2024

Pasó el último diciembre: mientras la mayoría de la gente estaba de vacaciones, yo me volvía adicto a los videos de internet donde extirpan barros y espinillas. Una noche, después de trabajar, entré a YouTube y la página me sugirió uno de esos videos, el cual vi por curiosidad, pero sin muchas expectativas, al fin y al cabo solo se trataba de espichar un poro infectado. ¿Resultado? Estuve cuatro horas seguidas viendo material de ese tipo donde dermatólogos, y a veces gente común y corriente, se graba mientras saca pus del cuerpo de otra persona.

(También le puede interesar: La oposición en Navidad)

Dios mío, qué revelación; qué golpe también. Desde entonces no he parado y llevo casi un mes enganchado a ese tipo de cosas, no solo porque sea adictivo, sino porque el algoritmo que manejan las redes sociales fue inventado por el propio demonio. Ven que consumes algo, así sea solo una vez, y te lo meten por los ojos hasta que te hastías. El problema es que nunca te cansas porque el internet es infinito.........

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