Cuando me las daba de influencer y mis ídolos eran La Liendra y La Segura, participé en una campaña para un banco. Se llamaba Uga Uga y la idea era promocionar el uso de las tarjetas y de sus canales digitales por encima del efectivo.

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Lo hice por la plata, como hacemos casi todo en esta vida, porque lo cierto es que me gustan los billetes y desconfío del internet. Si me toca mamarme una fila de una hora en el banco para estar al día con mis cuentas, lo hago, y la tarjeta de crédito solo la uso para acumular millas. Lo malo es que es con Avianca, y como está esa aerolínea sale más cómodo viajar a Nueva Zelanda en chiva rumbera que a Medellín en uno de sus aviones.

Hay otro detalle que me inquieta de la tarjeta y es lo fácil que resulta usarla. Antes no solo era difícil acceder a una, sino que la tecnología era precaria, con esas máquinas manuales que más que datáfonos eran apisonadoras. Hoy las regalan; pides una y te mandan tres a la casa sin conocerte. Y para colmo, con esa nueva tecnología de contacto que en segundos te aprueba la transacción parece un juego, como si en vez de usar dinero real estuvieras gastando billetes de Monopolio.

Yo digo que ganar dinero es muy difícil como para que gastarlo se haya vuelto tan sencillo. Pareciera una bondad del sistema, abriéndonos los brazos para que podamos acceder a él, pero la verdad es que es una trampa para enredarnos. Y estamos en desventaja porque hacer plata es una habilidad como correr los cien metros en diez segundos o cantar el aria de La reina de la noche en La flauta mágica, y no todos la tenemos. Es como entrar a un concurso de pintura donde los participantes son Da Vinci, Picasso y Pedro Murcia. Nosotros somos Pedro y no tenemos posibilidad alguna de ganar.

Me pasa con frecuencia que miro a la gente y me pregunto cuánto dinero tendrá en la cuenta, no por morbo, sino porque imagino que la mayoría estamos a ras y que el más leve resbalón podría mandarnos a la pobreza que tanto tratamos de esquivar. La vida está hecha para que vivamos mes a mes y no bajemos los brazos nunca, un balance tan frágil y complejo como el de la selva del Amazonas.

Con esos ingresos mensuales compramos lo básico, mientras que para los gastos extra nos toca ahorrar durante meses, salirnos del presupuesto, hacer recortes, pedir prestado, organizar rifas y demás. Lo hemos normalizado durante años, pero a mí me parece aberrante. Y no hablo de comprar una casa, que eso ya es imposible, sino de detalles como una ida al odontólogo, un cambio de computador, un repuesto del carro o, incluso, unas vacaciones de fin de semana. También está pasando con la comida. El drama de la inflación actual es que no se dispararon los precios de algo que necesitemos una vez al año o una vez en la vida, sino de lo que tendríamos que consumir tres veces al día todos los días.

Hace poco fue noticia nacional la muerte del hijo de una actriz, y más allá del dolor por su pérdida lo que me llamó la atención fue que pidiera ayuda para los gastos funerarios. No porque se hayan vuelto impagables, que eso ya lo sabemos, sino porque tenemos la falsa idea de que todo famoso es millonario, de ahí que ahora trate de adivinar el saldo de las personas solo con mirarlas a la cara. A la única conclusión que he llegado hasta el momento es que la calle está llena de gente que gasta más allá de sus posibilidades.

Lo de pagar un entierro me tiene de nervios, no por el mío, que está cubierto gracias a la gentileza de un amigo que tuvo el gesto de incluirme en su seguro, sino por el de mi madre. Hace poco traté de comprar una póliza para ella y resulta que ya había pasado la edad máxima permitida, de manera que, llegado el día, tendré que pagarlo con tarjeta y diferirlo hasta el día del juicio final. Los que me contrataron para la campaña de Uga Uga se van a poner dichosos cuando se enteren de la noticia.

QOSHE - Gastos funerarios - Adolfo Zableh Durán
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Gastos funerarios

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23.03.2024
Cuando me las daba de influencer y mis ídolos eran La Liendra y La Segura, participé en una campaña para un banco. Se llamaba Uga Uga y la idea era promocionar el uso de las tarjetas y de sus canales digitales por encima del efectivo.

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Lo hice por la plata, como hacemos casi todo en esta vida, porque lo cierto es que me gustan los billetes y desconfío del internet. Si me toca mamarme una fila de una hora en el banco para estar al día con mis cuentas, lo hago, y la tarjeta de crédito solo la uso para acumular millas. Lo malo es que es con Avianca, y como está esa aerolínea sale más cómodo viajar a Nueva Zelanda en chiva rumbera que a Medellín en uno de sus aviones.

Hay otro detalle que me inquieta de la tarjeta y es lo fácil que resulta usarla. Antes no solo era difícil acceder a una, sino que la tecnología era precaria, con esas máquinas manuales que más que datáfonos eran........

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