Hay un video de una señora que se queda atrapada al tratar de pasar reptando una puerta de TransMilenio, como cuando los soldados se arrastran por el suelo para evadir alambres de púas en los entrenamientos. Se hizo viral y causó de todo, desde risa hasta indignación por parte de los que condenan a los colados, así como de los que consideran que el sistema de transporte de la capital es muy malo para que cueste tanto.

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La escena parece chistosa, pero no lo es porque refleja mucho de lo que somos. En ella se ven nuestra precariedad y nuestra pobreza, nuestra falta de recursos y nuestro ingenio, que muchas veces aflora cuando de burlar al sistema se trata. Si apelamos al humor para minimizar nuestras carencias y problemas, que es lo que solemos hacer, entonces sí es chistoso, pero a mí personalmente no me causó risa, y eso que yo me divierto con unas cosas que no entretendrían ni a un niño de primaria. Por otro lado, los sistemas en general no siempre son acertados y no dejan de ser solo algo que se inventaron para poder atajarnos y que no andemos como vacas sin corral.

La gente hace lo que sea por ahorrarse los tres mil pesos del pasaje, desde escalar muros hasta meterse como sea por las ventanas, y se ha atrevido incluso a desafiar las famosas puertas anticolados, que más bien parecen la entrada a una cárcel. ¿No es eso tener que usar TransMilenio todos los días, una condena? Y en esa jungla de colados, que según datos ronda el 20 % de los usuarios del sistema, debe haber de todo, desde el que necesita llegar a un lado y no tiene la plata hasta el que sí cuenta con ella, pero prefiere ahorrársela para tomarse más tarde una gaseosa, que nunca está de más; bien sabido es que el azúcar es a veces la única recompensa que tenemos para sobrellevar esta vida de porquería.

Hay quien critica a los colados y no entiende aún que dos pasajes al día durante treinta días crean un boquete importante en el presupuesto mensual de una familia, lo que deja en evidencia nuestra falta de empatía. Y ni siquiera de empatía, sino de sentido común. Alguien me dijo que los sistemas de transporte deberían ser gratis, más en países pobres como el nuestro. El transporte no solo es una necesidad, sino que dinamiza la ciudad, y por ende la economía, por lo que no es tan descabellado que sea responsabilidad del Gobierno y no del ciudadano.

A mí la gente que se cuela no me mata, pero entiendo que parte de la naturaleza humana es sacar ventaja de las situaciones si vemos la oportunidad. Pasa en las grandes fusiones corporativas donde se negocia con billones de dólares, pero también en las pequeñas cosas: yo de adolescente me robaba las pilas para el Walkman, hasta que un día me pillaron y no volví a hacerlo.

Es que nos aprovechamos de lo que sea, por eso no es coincidencia que el negocio de la ropa de lujo pirateada mueva quinientos mil millones de dólares al año en todo el mundo. Y es un mal que se alimenta al otro, porque por un lado hay gente que quiere vestir fino así no le alcance, y por otro lado no tiene sentido que una camiseta de fútbol original, por poner un ejemplo cualquiera, valga medio millón de pesos.

Ropa, medicamentos, licor, gaseosas y hasta elementos de aseo, en Colombia y en el mundo se falsifica de todo. Y libros también, específicamente el mío. Hace siete años saqué uno que en librerías valía cuarenta mil pesos y que hace tres la prima de una amiga lo compró en una estación de TransMilenio por dos mil. Lejos de indignarme, el hecho me causó gracia al ver que por fin existía alguien que creía en mi escritura, cosa a la que ni la editorial ni yo le tenemos fe. No es por sonar mal, pero espero que el vendedor se haya colado en la estación, porque vendiendo libros a ese precio no veo dónde pueda estar la ganancia.

ADOLFO ZABLEH DURÁN

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No se cuele

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27.01.2024

Hay un video de una señora que se queda atrapada al tratar de pasar reptando una puerta de TransMilenio, como cuando los soldados se arrastran por el suelo para evadir alambres de púas en los entrenamientos. Se hizo viral y causó de todo, desde risa hasta indignación por parte de los que condenan a los colados, así como de los que consideran que el sistema de transporte de la capital es muy malo para que cueste tanto.

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La escena parece chistosa, pero no lo es porque refleja mucho de lo que somos. En ella se ven nuestra precariedad y nuestra pobreza, nuestra falta de recursos y nuestro ingenio, que muchas veces aflora cuando de burlar al sistema se trata. Si apelamos al humor para minimizar nuestras carencias y problemas, que es lo que solemos hacer, entonces sí es chistoso, pero a mí personalmente no me causó risa, y eso que yo me divierto con unas cosas que no entretendrían ni a un niño de primaria. Por otro........

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