Como muchos jóvenes de mi generación, sobre todo los que salimos de colegios católicos, me enuncié como ateo o agnóstico desde mi temprana adolescencia en un afán de buscar independencia y tener un momento de rebeldía. Me alejé de la religión, de los ritos y tradiciones, pues consideraba que se reducían a una serie de normas sobre el modo de vivir que no quería compartir porque no daban cabida al diálogo ni tampoco a mi identidad sexual.

Adicionalmente, empecé a justificar mi renuncia al credo con la soberbia intelectual que da el método científico. Pensaba con vehemencia y sin dudar que las creencias en general estaban desligadas de un proceso racional, intelectual e, incluso, histórico y social.

Quisiera aprovechar esta Semana Santa para proponer una reflexión a mi generación sobre la soberbia y el odio que destilan algunos contra la religión y las instituciones que la promueven, pues considero que están repletas de desconocimiento frente al poder de la espiritualidad y los mensajes de los distintos credos.

Mi generación en Colombia tuvo la fortuna o la maldición de vivir dos realidades. Por un lado, veíamos una realidad histórica en la que la religión, a pesar de ser un país enunciado como laico, parecía tener mucha influencia en las cúpulas del poder. Aún hoy se celebran misas en la posesión de personajes políticos y estos a su vez buscan el favor de los religiosos para las elecciones en todo el territorio nacional, como si los cuentos de García Márquez no fueran ficción. Por otro lado, nos inundábamos en redes de un primer mundo, el estadounidense, que aprendió a vivir desligado de la religión y tuvo un desarrollo filosófico analítico que primó la racionalidad y el pragmatismo sobre el “despropósito” de la espiritualidad.

Sin duda, esta dicotomía la fue ganando el mundo externo que nos invadía por medio de las redes sociales. Crecimos viendo artistas que por ser virales criticaban la religión o la usaban como provocadora de conversaciones, como Lady Gaga, Marilyn Manson o Hozier. Veíamos la rebeldía de estos artistas como algo que queríamos alcanzar y nos gustaba la idea de destruir los discursos, las tradiciones y las reglas que nos querían imponer.

A mi generación, como las de muchos jóvenes a lo largo de la historia, nunca le ha gustado que le impongan normas, que le digan qué hacer o cómo actuar, por lo que ir en contra de la religión imperante en nuestro Cono Sur era una muestra de sapiencia. Nos decíamos, aunque algunos aún lo hacen, que si queríamos construir un mundo nuevo debíamos olvidar todo lo que nos precedió y esto se nos volvió un imperativo cuando salieron escándalos de pederastia en la Iglesia a nivel global o cuando esta se empezó a oponer a los cambios sociales que queríamos, como por ejemplo el matrimonio igualitario.

Sin embargo, las preguntas existenciales han llevado a que, aunque muchos jóvenes abandonen las religiones tradicionales, terminen sumándose a ritos, juegos y creencias que antes eran consideradas paganas o brujería, como la astrología o el tarot. La necesidad espiritual de los seres humanos de obtener respuestas y certezas aún sobrevive en nosotros. Nos preocupamos por entender esas nuevas lógicas religiosas, pero cancelamos con facilidad la tradición judeocristiana que nos atraviesa, nos impedimos vivirla porque “¿qué dirán los otros?”.

Hace unas semanas volví a leer la Biblia y me encontré con un texto que tiene mucho del sentimiento juvenil que profesamos: cuestionamiento a las reglas anticuadas que nos alejan del otro y un llamado a vivir el aquí y el ahora, desligados de las cosas materiales. No pretendo convertir a nadie, solo invitarlos a entender antes de cancelar, antes de pensar que no necesitamos los momentos de reflexión sobre nuestra vida que ofrecen las distintas religiones.

ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR

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Nuestra espiritualidad

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25.03.2024
Como muchos jóvenes de mi generación, sobre todo los que salimos de colegios católicos, me enuncié como ateo o agnóstico desde mi temprana adolescencia en un afán de buscar independencia y tener un momento de rebeldía. Me alejé de la religión, de los ritos y tradiciones, pues consideraba que se reducían a una serie de normas sobre el modo de vivir que no quería compartir porque no daban cabida al diálogo ni tampoco a mi identidad sexual.

Adicionalmente, empecé a justificar mi renuncia al credo con la soberbia intelectual que da el método científico. Pensaba con vehemencia y sin dudar que las creencias en general estaban desligadas de un proceso racional, intelectual e, incluso, histórico y social.

Quisiera aprovechar esta Semana Santa para proponer una reflexión a mi generación sobre la soberbia y el odio que destilan algunos contra la religión y las instituciones que la promueven, pues considero que están repletas de desconocimiento frente al poder de la........

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