“Adulto mayor y su enfermera recibieron brutal golpiza”, “conductor del SITP fue golpeado sin control”, “hasta niños la vieron saltar: una mujer se quitó la vida en Fontibón”. Nos vamos a dormir todos los días luego de leer titulares propios de una ciudad que puede llegar a ser salvaje, irritable y deprimida.

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Bogotá es el reflejo de nuestros males y temores. Cada ciudadano le irriga un poco de sus trastornos personales, la capital los absorbe y esparce brutalmente de vuelta potencializados y centuplicados, volviéndonos a todos sintomáticos y trastornados.

Pareciera que la violencia estuviera inscrita, que naciéramos con ella como método de defensa, como escudo para afrontar el vasto caos urbano. Buscamos sus causas en las estructuras sociales, en la desigualdad y la exclusión, pero debemos desarmar el mito de que la pobreza es la causa exclusiva de la violencia y poner los ojos en la psicología general.

Una tercera parte de los homicidios son producto de riñas e intolerancia, muchos causados en días de fiesta y alegría como el Día de la Madre y Navidad, gritándonos lo esquizofrénicos que somos. Bogotá es una pequeña parte de ciudadanía y una muy grande porción de brutalidad neolítica en todos los estratos.

En este lugar, a veces lunático, también hay preocupación por la violencia autoinfligida a causa de trastornos de ansiedad y del estado de ánimo, que llevan a pensamientos y acciones negativas como el suicidio. Según datos del Distrito, en los últimos dos años hubo cerca de 50.000 casos de intento de suicidio o ideación suicida. Son 50.000 escenarios de sufrimiento, de personas cuyas vidas estuvieron perdidas en un laberinto oscuro cuya única salida —la más trágica de todas— pareció ser paradójicamente la menos espinosa.

Bogotá es una pequeña parte de ciudadanía y una muy grande porción de brutalidad neolítica en todos los estratos.

Los problemas de salud mental son evidentes. Vemos los síntomas de esas perturbaciones en las calles, y los estudios que existen son solo sondeos. Según el último, el 24 por ciento de la muestra tiene riesgo de trastorno de estrés postraumático producto de una experiencia angustiante, el 22 por ciento tiene altas probabilidades de trastorno de ansiedad generalizada y el 17 por ciento tiene riesgo de depresión.

Bogotá necesita ayuda profesional. Esta ciudad, que es nuestro hogar físico y también emocional, define quiénes somos, cómo nos comportamos, cómo nos vemos y vemos a los demás; es la formadora de nuestro carácter. Por eso es esencial darle prioridad a la salud mental a través de planes de rápida implementación.

Países desarrollados han adoptado algunos fundamentos en su marco de cuidado público. De algunos de sus documentos de política podríamos tomar los siguientes pilares: liderazgo y financiamiento desde el nivel distrital más alto apoyado por el Concejo, promoción y prevención a través de la educación y conciencia, acceso a los servicios de bienestar sicológico en todas las localidades e investigación y uso de la información para la recopilación eficiente de datos y manejo de estadísticas.

El ciclista que golpeó a un adulto mayor, los pasajeros que agredieron al conductor de un bus y la mujer que se lanzó desde un octavo piso necesitaban ayuda experta y un municipio con mayores capacidades para afrontar problemas de salud mental.

Es momento de darle prioridad a la cabeza de los bogotanos, mejorando su calidad de vida y construyendo una ciudad con estrategias de autocuidado y cuidado colectivo. Para salir del atraso general sabemos que necesitamos de más vías, policías y compañías; es cierto. Pero también, de sicología.

ALEJANDRO RIVEROS GONZÁLEZ

(Lea todas las columnas de Alejandro González en EL TIEMPO, aquí)

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Bogotá necesita un sicólogo

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06.02.2024

“Adulto mayor y su enfermera recibieron brutal golpiza”, “conductor del SITP fue golpeado sin control”, “hasta niños la vieron saltar: una mujer se quitó la vida en Fontibón”. Nos vamos a dormir todos los días luego de leer titulares propios de una ciudad que puede llegar a ser salvaje, irritable y deprimida.

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Bogotá es el reflejo de nuestros males y temores. Cada ciudadano le irriga un poco de sus trastornos personales, la capital los absorbe y esparce brutalmente de vuelta potencializados y centuplicados, volviéndonos a todos sintomáticos y trastornados.

Pareciera que la violencia estuviera inscrita, que naciéramos con ella como método de defensa, como escudo para afrontar el vasto caos urbano. Buscamos sus causas en las estructuras sociales, en la desigualdad y la exclusión, pero debemos desarmar el mito de que la pobreza es la causa exclusiva de la violencia y poner los ojos........

© El Tiempo


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