Si yo viviera en el municipio de Matanza, en Santander, viviría con paranoia permanente. Si viviera en El Difícil, en el departamento del Magdalena, me costaría mucho trabajo hacer las cosas, pensaría que cada tarea es un desafío; y si Puerto Lágrimas, en el Guaviare, fuera mi lugar de residencia, creo que me la pasaría, ay, escribiendo versos tristes. Vivir en un lugar conlleva mucho más que habitar un espacio físico; implica rodearse de una atmósfera y de una idiosincrasia únicas, moldeadas por la historia, la cultura, y en muchos casos, por el nombre del lugar.

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Cuando transitamos por las carreteras de Colombia nos encontramos con muchos nombres de pueblos sonoros que parecen surgir de la imaginación más vívida: Depresión, en Cauca; Lloró, en Chocó; Distracción, en La Guajira. ¿En qué estarían pensando quienes bautizaron así a esas localidades? ¿Sería la primera palabra o imagen que se les vino a la cabeza a los fundadores? ¿Quién haría las cosas tan de mala gana en Bolívar para que bautizara a todo un pueblo justamente así: Malagana?

El impacto emocional que conlleva vivir en uno de esos pueblos o veredas no debe subestimarse, con seguridad juega un rol importante en el desarrollo de la identidad de esas comunidades. Porque no puede ser lo mismo vivir en la serenidad de Jardín que en la distante Lejanías, o en la encantadora Barichara en lugar de Las Angustias, ese pueblo cuyo nombre de por sí evoca ansiedad.

Pero no solo en Colombia se ven nombres curiosos. En México la lista es larga y divertida: Las Tetillas, en Zacatecas; Pitorreal, en Chihuahua, y por supuesto no podía faltar La Chingada, en Jalisco. Varios pueblos de América Latina se llaman Salsipuedes, ¿alguien habrá querido salir de alguno de ellos y no pudo? En Chile hay un Entrepiernas y otro que de mencionarlo ya me causa lástima: Peor es Nada. Los nacidos allí se llaman peoresnadinos.

Son nombres curiosos, desafiantes, poéticos, simples, auténticas expresiones del ingenio y en algunos casos la ironía de quienes los fundaron. Son nombres que más allá de representar etiquetas geográficas, contribuyen a tejer historias y emociones alrededor de ellos, moldeando, de paso, la identidad de sus habitantes. No solo ocupan un lugar en el mapa, sino que hacen parte de la narrativa colectiva. Son, sin duda, sellos distintivos de la diversidad y riqueza que caracterizan a las diferentes regiones.

X: @Diana_pardo

QOSHE - Malagana - Diana Pardo
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Malagana

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04.04.2024
Si yo viviera en el municipio de Matanza, en Santander, viviría con paranoia permanente. Si viviera en El Difícil, en el departamento del Magdalena, me costaría mucho trabajo hacer las cosas, pensaría que cada tarea es un desafío; y si Puerto Lágrimas, en el Guaviare, fuera mi lugar de residencia, creo que me la pasaría, ay, escribiendo versos tristes. Vivir en un lugar conlleva mucho más que habitar un espacio físico; implica rodearse de una atmósfera y de una idiosincrasia únicas, moldeadas por la historia, la cultura, y en muchos casos, por el nombre del lugar.

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