Me cautivó su portada, por su nitidez, simpleza y elegancia, como la de todos los libros de Fitzcarraldo Editions, cuyos diseños han sido alabados por su “particular concepción estética”. Me atrajo su título, sencillo, en letras azules sobre el blanco apastelado que distingue sus colecciones: Essayism (ensayismo).

Desconocía su autor.

(También le puede interesar: Vanguardia intelectual)

Adquirí Essayism sin pensarlo. El libro permaneció en la cocina por meses, cerca del sitio donde desayuno, encima de otros libros como si fuera adorno aunque más bien como recuerdo diario de lectura pendiente.

Hasta la semana pasada, cuando el asma acompañada de fiebre me obligó a reposar. Decidí entonces que era el momento para hojearlo.

Virginia Woolf no recomendaba textos “largos en prosa para el lecho de los enfermos”. Su receta: la poesía. Eso aprendo a medio camino de Essayism, cuyas páginas devoré de corrido en medio de las interrupciones de sueños febriles. A la receta de Woolf añadiría ensayos.

¿Pero qué es un ensayo? ¿Cuál su valor más allá de brindar compañía en el lecho del enfermo?

La mejor forma quizás de entender este género literario cultivado por siglos sea leer buenos ensayos, como Essayism. Su autor, Brian Dillon, escritor irlandés nacido en Dublín en 1969, es un exquisito ensayista. Su libro es una muestra excelente del género.

Los “ensayistas”, observa Dillon, “se avergüenzan a veces” de serlo. En el Diccionario de la Real Academia Española, “ensayismo” aparece con una connotación despectiva: “superficialidad o ligereza que se imputa a un escrito o a un escritor al desarrollar el tema”.

“Ensayismo”, aclara Dillon, no es “solamente una práctica” sino ante todo una “actitud”, atada al “espíritu de aventura”.

Tales connotaciones se fundan de pronto en sus “orígenes etimológicos” que, como Dillon señala, identifican al ensayo como “texto sin pretensiones definitivas, sin ambiciones de agotar el tema”.

Pero de inmediato Dillon advierte sobre las tensiones “internas del ensayo como forma”, pues el ensayo también aspira a “expresar la quintaesencia” de lo que trata. Ello exige cierta integridad del texto que choca con la supuesta naturaleza “parcial” del ensayo. Dillon disipa el conflicto: el carácter “incompleto” del ensayo es su valor propio y el que “mejor refleja... la mentalidad de escribir”.

Y es que “ensayismo”, aclara Dillon, no es “solamente una práctica” sino ante todo una “actitud”, atada al “espíritu de aventura” en trayectorias de fines inciertos, como el de nuestras vidas. Dillon cita a Ulrich, el personaje de El hombre sin atributos, de Robert Musil: “El impulso de su propia naturaleza por seguir desarrollándose le impide creer que algo sea definitivo y completo”.

Musil es, al lado de Woolf, otro de los tantos autores que Dillon cita. Essayism en un examen del género a través de algunos de sus cultores más notables, muchos de sus nombres para mí novedosos, como el de William Carlos William. La “erudición”, dice Dillon, es “una de las cosas que los ensayos contienen”. Erudición aleccionadora y placentera, sin teorías concluyentes.

Dillon admira el “ensayo” por la atención que sus mejores autores prestan a los “detalles”, su minuciosidad, por la actitud siempre “curiosa” del ensayista. “Experimentos en atención”, nos dice, son también ejercicios en libertad, motivados por “la duda creativa”.

La lectura de Dillon me ha servido para entender mejor la naturaleza de la obra de Malcolm Deas, ensayista por excelencia.

Su “escuela”, escribió Deas en Del poder y la gramática, fue la del “aprendizaje oxfordiano de escribir ensayos”, después de “confesar” que “frente a muchos aspectos de la historia colombiana no me parece fácil llegar a conclusiones”. Y así cerró su libro Intercambios violentos: “He aquí un ensayo tangencial, incómodo, escéptico e inconcluso”.

EDUARDO POSADA CARBÓ

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Ensayos

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15.12.2023

Me cautivó su portada, por su nitidez, simpleza y elegancia, como la de todos los libros de Fitzcarraldo Editions, cuyos diseños han sido alabados por su “particular concepción estética”. Me atrajo su título, sencillo, en letras azules sobre el blanco apastelado que distingue sus colecciones: Essayism (ensayismo).

Desconocía su autor.

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Adquirí Essayism sin pensarlo. El libro permaneció en la cocina por meses, cerca del sitio donde desayuno, encima de otros libros como si fuera adorno aunque más bien como recuerdo diario de lectura pendiente.

Hasta la semana pasada, cuando el asma acompañada de fiebre me obligó a reposar. Decidí entonces que era el momento para hojearlo.

Virginia Woolf no recomendaba textos “largos en prosa para el lecho de los enfermos”. Su receta: la poesía. Eso aprendo a medio camino de Essayism, cuyas páginas devoré de corrido en medio de las interrupciones de sueños febriles. A la receta de Woolf........

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