Sin adentrarnos en la discusión semántica que Gustavo Petro intenta provocar al disfrazar su peculiar propuesta de reforma constitucional como un “proceso constituyente”, es crucial fomentar un debate abierto y franco sobre la posibilidad o la negación del consenso. Lo que está en juego es nada menos que la supervivencia de nuestra democracia e institucionalidad.

Petro, conocido por su habilidad verbal, utiliza un juego de palabras para referirse al poder constituyente, invocando la autoridad soberana del pueblo para justificar la imposición de sus reformas por una vía diferente al Congreso de la República, también de origen popular. Esto amenaza la separación de poderes y sugiere una eventual intención de perpetuarse en el poder, lo cual ha desencadenado una firme respuesta popular en las calles. El masivo grito de “fuera Petro”, que resuena cada día con más fuerza, refleja un “gigantesco descontento”, como bien lo describió EL TIEMPO en su titular del lunes pasado. Las multitudinarias marchas pacíficas del domingo son una clara señal que Petro no debe ignorar ni minimizar. No puede tapar el sol con un dedo.

Esas manifestaciones, realizadas en más de sesenta ciudades, evidenciaron el principio de la soberanía popular. Aunque nadie cuestiona que el pueblo es el titular de la autoridad constituyente, resulta inaceptable que se escuche el clamor popular de manera selectiva o a conveniencia. No se puede permitir que Petro solo preste atención a quienes participan en sus concentraciones, financiadas con fondos oficiales, mientras ignora las voces de aquellos que, por su propia voluntad, marchan en las calles en su contra. Al minimizar estas protestas y calificar a sus opositores de asesinos y narcotraficantes, comete un gravísimo error que solo sirve para dividir más al país con ataques de odio que intensifican la polarización. Además, este acto es inaceptable, más aún viniendo de alguien que representa la institución presidencial. Su victimización con el sofisma de un “golpe blando” es un argumento falaz ajeno a la cultura democrática colombiana. Y sus afirmaciones fatalistas sobre un imaginario atentado en su contra generan más tensión y crispación.

Contrario a lo que se esperaría de un líder sensato y mesurado, tras ver las imágenes de calles abarrotadas de ciudadanos pidiendo un cambio de rumbo, Petro se radicaliza aún más. Cierra sus oídos al clamor popular y responde con rechazo, enviando el mensaje de que todos los demás están equivocados.

La soberanía popular se manifiesta y toma decisiones en las urnas a través de las vías institucionales. Sin embargo, el pueblo también se expresa en espacios sociales, culturales, académicos y políticos, así como en reuniones y manifestaciones en la calle. Actualmente, el pueblo ha expresado clara y contundentemente su exigencia de que Petro gobierne conforme a la Constitución y las leyes. Además, las crecientes marchas anticipan que, de no ser escuchadas, podrían promover un “paro nacional”, una medida extrema que nadie desea y que solo Petro podría evitar cambiando su actitud y escuchando con humildad.

Los colombianos, testigos excepcionales de los horrores de una mala gobernanza convertida en dictadura en nuestra vecindad, no deseamos vivir esa amarga pesadilla. Precisamente, ese es el clamor que resonó fuertemente en las calles de nuestro país y al que Petro hace oídos sordos.

Petro a menudo pide “escuchar la calle”, pero su proceder es opuesto a su discurso. Por eso, ahora le recuerdan un tuit de cuando era senador y criticaba sin razón al entonces presidente Iván Duque, diciéndole: “Duque, escuche. Un gobernante debe siempre escuchar y corregir si es necesario. La mayor violencia siempre proviene de un gobierno que se vuelve indolente y sordo”. Esperemos que Petro no solo predique, sino que también practique la escucha, especialmente las voces de la calle. Abandonar la indolencia y la sordera es esencial, pues, como él mismo ha dicho, estas solo generan violencia.

@ernestomaciast

QOSHE - Oídos sordos - Ernesto Macias
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Oídos sordos

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24.04.2024

Sin adentrarnos en la discusión semántica que Gustavo Petro intenta provocar al disfrazar su peculiar propuesta de reforma constitucional como un “proceso constituyente”, es crucial fomentar un debate abierto y franco sobre la posibilidad o la negación del consenso. Lo que está en juego es nada menos que la supervivencia de nuestra democracia e institucionalidad.

Petro, conocido por su habilidad verbal, utiliza un juego de palabras para referirse al poder constituyente, invocando la autoridad soberana del pueblo para justificar la imposición de sus reformas por una vía diferente al Congreso de la República, también de origen popular. Esto amenaza la separación de poderes y sugiere una eventual intención de perpetuarse en el poder, lo cual ha desencadenado una firme respuesta popular en las calles. El masivo grito de “fuera Petro”, que resuena cada día con más fuerza, refleja un “gigantesco descontento”, como bien lo describió EL TIEMPO en su titular del lunes pasado. Las multitudinarias........

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