Entre el listado de asuntos considerados por la Unesco como “patrimonio inmaterial de la humanidad”, acaba de ser incluido el oficio de parteras o comadronas, es decir, la actividad de aquellas mujeres que ayudan a nacer. Pareciera que fuera un despropósito cuando en la actualidad se propicia que sean médicos, o enfermeras especializadas, quienes tengan a su cargo tamaña responsabilidad. Sin embargo, la partería empírica sigue teniendo vigencia y la seguirá teniendo hasta el fin de los siglos, sobre todo en zonas alejadas de la civilización.

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Las autoridades en Colombia no han sido indiferentes con el significado e importancia de ese oficio. Mediante el Decreto 763 de 2009 se estableció que la partería era un patrimonio de la nación. Como producto de una tutela interpuesta por parteras del Chocó y del Valle del Cauca, en el 2022 la Corte Constitucional la reconoció como un saber ancestral, refrendó su condición de patrimonio cultural e instó a Minsalud a integrar a las parteras en el Sistema de Seguridad Social, y al Congreso, a legislar al respecto. Ahora, por disposición de la Unesco, la partería trasciende el ámbito nacional y pasa a ser patrimonio de la humanidad.

Da la circunstancia de que todo lo relacionado con el proceso del nacimiento es patrimonio de mi especialidad: la obstetricia. Siendo tema de mi incumbencia, no puedo dejar escapar la ocasión para relatarles a mis lectores y lectoras algunos episodios de carácter histórico-anecdótico que me son conocidos, y que son ilustrativos.

Si “obstetricia” significa “estar enfrente para ayudar y proteger”, en los pueblos primitivos no existía la obstetricia, pues el parto era solitario. No se sabe cuándo ni dónde se inicia la costumbre de acompañar o auxiliar durante el acto del nacimiento. Homero, relatando el nacimiento de Apolo, describe así la escena de su parto: “Apolo, hijo de Júpiter y de Latona, va a nacer. Ilitía, árbitro de los dolores, vuela a Delos, donde está Latona, la cual, sintiéndose próxima a parir, se sobrecoge, y abrazándose a una palmera, apoya las rodillas en el tierno césped. La tierra entonces le sonríe y nace Apolo”. Esta descripción, algo poética, recuerda también la forma de dar a luz de las aborígenes araucanas o las mujeres en el Egipto faraónico, al igual que en otras latitudes.

No se sabe cuándo ni dónde se inicia la costumbre de acompañar o auxiliar durante el acto del nacimiento.

Por ejemplo, las aborígenes muiscas, o chibchas, en el momento supremo de la gestación buscaban, solas, las orillas de los ríos o las lagunas. Recuérdese que el agua, Sie o Sia, era una diosa purificadora para los chibchas. Es seguro que en el periodo expulsivo adoptaran instintivamente la posición en cuclillas que acostumbraban las mujeres en casi todas partes, hasta cuando al famoso tocólogo francés François Mauriceau se le ocurrió, a finales del siglo XVII en el Hospital Dieu de París, que debía ser en la cama y en decúbito dorsal, y con intervención del médico.

Vale la pena registrar, como hecho curioso, que desde las épocas primitivas hasta bien entrado el siglo XVII, al hombre le estuvo vedado presenciar el acto del nacimiento y mucho menos intervenir en él. La historia refiere que en 1522 un doctor Wertt, de Hamburgo, deseando estudiar al natural el parto, fue quemado vivo por haberse atrevido a atender uno, disfrazado de mujer.

Pero volvamos a los chibchas. Según fray Pedro Simón, no había parteras entonces “porque no son menester; antes, cuando quieren parir, huyen, si pueden, de la gente y se van a esconder cerca de un arroyo para, en pariendo, entrar en él a lavarse con su parto”. A su vez, el padre Zamora –otro cronista de la Conquista– también sostiene que “jamás tuvieron parteras, ni las usaron hasta que enseñaron este ejercicio las mujeres españolas, mejor conocidas como “comadres sabias”.

Queda claro, pues, que el parto solitario, autoatendido, fuera la norma en esa época. Pero, quizás, en aquellos casos difíciles, y atraída por los gritos, alguna india vecina decidiera hacer de compañía en el doloroso y dramático trance. Tampoco es improbable que esta acompañante en ocasiones abandonara su actitud pasiva y procurara ayudar al nacimiento, adelantándose así a las comadres sabias.

FERNANDO SÁNCHEZ TORRES

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10.01.2024

Entre el listado de asuntos considerados por la Unesco como “patrimonio inmaterial de la humanidad”, acaba de ser incluido el oficio de parteras o comadronas, es decir, la actividad de aquellas mujeres que ayudan a nacer. Pareciera que fuera un despropósito cuando en la actualidad se propicia que sean médicos, o enfermeras especializadas, quienes tengan a su cargo tamaña responsabilidad. Sin embargo, la partería empírica sigue teniendo vigencia y la seguirá teniendo hasta el fin de los siglos, sobre todo en zonas alejadas de la civilización.

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Las autoridades en Colombia no han sido indiferentes con el significado e importancia de ese oficio. Mediante el Decreto 763 de 2009 se estableció que la partería era un patrimonio de la nación. Como producto de una tutela interpuesta por parteras del Chocó y del Valle del Cauca, en el 2022 la Corte Constitucional la reconoció como un saber ancestral, refrendó su condición de patrimonio cultural e instó a Minsalud a integrar a las parteras en el Sistema de Seguridad Social, y al Congreso, a........

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