La educación de un pueblo no solo es asunto de presupuestos, promesas de cupos, leyes estatutarias, currículos y didácticas especiales. Es ante todo un proceso continuo y colectivo de ciudadanía orientado al ejercicio de la razón y al desarrollo de las enormes capacidades de cada estudiante que reclama su derecho a crecer tanto como sea posible. Ese proceso implica aprender a vivir como parte de una comunidad y ello no es posible sino a partir de la confianza, de la seguridad de que los otros son apoyo y no amenaza, de que los adultos son guías y no manipuladores, de que la ley es fuente de riqueza y no una cadena contra la libertad.

Suele hablarse mucho de métodos pedagógicos, pero más importante es recordar valores fundamentales que definen los más altos ideales de una sociedad y que deben estar presentes en la familia, los líderes políticos y económicos, o los medios de comunicación, pues de estos se alimenta la cultura y la identidad que llegan a la escuela.

Es innegable que el mundo de hoy resulta muy amenazante y eso se traduce en una creciente sensación de incertidumbre que envuelve a niños, jóvenes y adultos que se ven inmersos en una perpetua inseguridad frente a múltiples aspectos de la vida: delincuencia común, informalidad laboral, promesas incumplidas, relaciones afectivas inciertas, amenazas bélicas y ambientales… Estos riesgos conducen a vivir en una constante actitud defensiva que incluye la desconfianza sistemática en los demás: cada ser humano se convierte en un posible agresor.

Los datos recientes de la Secretaría de Educación de Bogotá sobre acoso, maltrato y violencia escolar son aterradores tanto por su cantidad, como por sus características y esto afecta tanto a los estudiantes y sus familias como a los propios maestros que también terminan convertidos en víctimas de la desconfianza pública. Ha sido necesario desarrollar rutas y protocolos de atención que permiten reaccionar frente a los hechos recurriendo muchas veces a instancias judiciales, pero lo que debería preocuparnos más seriamente es indagar qué está ocurriendo en la sociedad para que estos fenómenos hayan crecido tanto.

La intolerancia, los insultos, los ejercicios inadecuados de poder, la corrupción, la discriminación y las muchas formas de sembrar odio entre la gente circulan profusamente por las redes sociales, seguramente se reproducen en ambientes familiares, las escupen continuamente los políticos y aparecen en vallas de organizaciones ilegales que amenazan a las comunidades de campos y ciudades. Mientras esto ocurre cada día, a cada hora, las instituciones se ponen en duda y el propio gobierno parece cambiar las reglas del juego a su acomodo creando aún mayores incertidumbres sobre cosas que parecían estar claramente definidas en la ley.

En un ambiente social sin certezas sobre lo que es lícito o ilícito, en que el esfuerzo de quienes se han preparado durante décadas para cumplir funciones públicas es despreciado, en el que personajes de muy dudosos méritos son premiados con cargos públicos de altísima responsabilidad poniendo en riesgo el bienestar de toda la población, incluyendo la más pobre, no es fácil pensar que los colegios sean islas apacibles en las cuales el amor al conocimiento, la solidaridad y la esperanza de un mejor futuro florecerán de manera espontánea.

La responsabilidad de los maestros es enorme y soy testigo de primera mano de que la inmensa mayoría de ellos responde a su misión lo mejor que puede, pero más allá de su ejercicio crítico, del esfuerzo por garantizar la convivencia en las mejores condiciones posibles, es muy difícil pedirles que suplanten el rol que cumplen en la sociedad los gobernantes y líderes que desde sus balcones y medios electrónicos dan la pauta de los que deben ser las relaciones sociales y políticas para el desarrollo de una nación que por este camino nunca será civilizada.

FRANCISCO CAJIAO

fcajiao11@gmail.com

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El fantasma de la incertidumbre

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26.03.2024
La educación de un pueblo no solo es asunto de presupuestos, promesas de cupos, leyes estatutarias, currículos y didácticas especiales. Es ante todo un proceso continuo y colectivo de ciudadanía orientado al ejercicio de la razón y al desarrollo de las enormes capacidades de cada estudiante que reclama su derecho a crecer tanto como sea posible. Ese proceso implica aprender a vivir como parte de una comunidad y ello no es posible sino a partir de la confianza, de la seguridad de que los otros son apoyo y no amenaza, de que los adultos son guías y no manipuladores, de que la ley es fuente de riqueza y no una cadena contra la libertad.

Suele hablarse mucho de métodos pedagógicos, pero más importante es recordar valores fundamentales que definen los más altos ideales de una sociedad y que deben estar presentes en la familia, los líderes políticos y económicos, o los medios de comunicación, pues de estos se alimenta la cultura y la identidad que llegan a la escuela.

Es innegable........

© El Tiempo


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