Qué más se podría contar sobre un bárbaro que cambió la vida de un país, para mal, y le dejó un lastre de crimen transnacional, delincuencia, estigmatización, culto a lo ilícito, dolor y, por supuesto, muerte.

(También le puede interesar: La hora de las mujeres en la Policía)

Pablo Emilio Escobar Gaviria puso a Colombia en el ojo del mundo. Hoy lo sigue haciendo. Es precisamente por eso por lo que es necesario recordarles a las nuevas generaciones quién es ese personaje suspicaz y caricaturizado, a veces, como un gordo bonachón.

Ese que sin escrúpulo alguno ordenaba derretir en ácido y quemar a sus adversarios, y marcar como ganado a las mujeres que explotaba sexualmente. Ese mismo que voló en pedazos, con sus carros bombas y explosivos, a niños, mujeres, trabajadores, transeúntes, secretarias, padres, madres... a miles de personas inocentes.

El Escobar que dejó el nefasto legado del dinero fácil, de las conciencias comprables, de la corrupción como base para conseguir un turno en una fila o para acceder a un cargo de función pública, o de la belleza fabricada para ganar un espacio en la sociedad.

El mismo ‘Patrón’ que llevó a los jóvenes a tener la imagen de las vírgenes del Carmen y María Auxiliadora atadas a sus pistolas para que las “vueltas” salieran bien. Y, que por ende, ofreció el ‘trabajo’ de sicario como una alternativa de estatus y supervivencia para los adolescentes de las comunas de Medellín.

¿No es acaso responsabilidad de los gobernantes controlar lo que esté en sus manos para impedir que se perpetúe esta herencia maldita?

Pablo Emilio Escobar Gaviria sí tiene que ser recordado, para que la memoria esté con las víctimas y con la pesadumbre de muchas de las desgracias que aún afrontamos, como el mismo narcotráfico, y no para seguir alimentado la falsa idea de que “eso es lo que hay y eso es lo que somos”.

30 años después de su caída, esa tarde del 2 de diciembre de 1993, es justo que como ciudadanía, tocada directa o indirectamente por los estragos de uno de los carteles de las drogas más poderosos del mundo, reflexionemos qué tanto seguimos permitiendo que el narcotraficante Pablo Escobar permanezca en nuestro entorno.

Basta con ir a tomarse un café a la calle 11 con carrera 5.ª, en el centro de Bogotá, y desde allí ver los pósteres, cuadros y fotografías de Escobar, mezclados con las artesanías indígenas, ofrecidas como “piezas de colección” a los turistas.

O ubicar en el parque Berrío de Medellín, frente al Museo de Antioquia, uno de los cinco ‘narcotoures’ que se ofrecen por los lugares que habitó el capo de la mafia.

¿No es acaso responsabilidad de los gobernantes controlar lo que esté en sus manos para impedir que se perpetúe esta herencia maldita? Todo ante los ojos complacientes de la gente y de las mismas autoridades, que ven a alguien que golpeó al país y casi lo sepulta como a un mito y no como un mal.

Sin embargo, no es la misma reacción que se tiene internacionalmente, cuando la estigmatización a los colombianos sigue haciendo de las suyas. Cartas diplomáticas de protesta y condenas al unísono, cuando en Colombia son incapaces de frenar las multinacionales del crimen, entre estas la explotación sexual y el tráfico de mujeres, que nos dejó el ‘Patrón’.

Un trigésimo aniversario en el que debemos recordar para no repetir. Frase trillada y manoseada, pero necesaria en su perfecta dimensión, aún más hoy, cuando la delincuencia organizada ha desempolvado las prácticas criminales de Escobar y sus antiguos aliados siguen rondando por ahí.

Un día para no olvidar a don Guillermo Cano, a Luis Carlos Galán Sarmiento, a los jueces, magistrados, policías, a Diana Turbay y a las 110 víctimas del avión de Avianca; y también a las víctimas de los carros bomba en Bogotá y Medellín. Un día para recordar la valentía de cada uno de los trabajadores del diario El Espectador, y de Jorge Enrique Pulido; de cada periodista que no se silenció ante el temor que sembraron los secuaces del cartel.

Un día para recordar que Colombia está obligada a recordar, porque nos tocó vivir en años aciagos y difíciles, y nuestro único antídoto es saber de dónde venimos, para no dar pasos hacia el lugar al que es mejor no regresar.

JINETH BEDOYA LIMA

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La maldita narcoherencia

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30.11.2023

Qué más se podría contar sobre un bárbaro que cambió la vida de un país, para mal, y le dejó un lastre de crimen transnacional, delincuencia, estigmatización, culto a lo ilícito, dolor y, por supuesto, muerte.

(También le puede interesar: La hora de las mujeres en la Policía)

Pablo Emilio Escobar Gaviria puso a Colombia en el ojo del mundo. Hoy lo sigue haciendo. Es precisamente por eso por lo que es necesario recordarles a las nuevas generaciones quién es ese personaje suspicaz y caricaturizado, a veces, como un gordo bonachón.

Ese que sin escrúpulo alguno ordenaba derretir en ácido y quemar a sus adversarios, y marcar como ganado a las mujeres que explotaba sexualmente. Ese mismo que voló en pedazos, con sus carros bombas y explosivos, a niños, mujeres, trabajadores, transeúntes, secretarias, padres, madres... a miles de personas inocentes.

El Escobar que dejó el nefasto legado del dinero fácil, de las conciencias comprables, de la corrupción como base para conseguir un turno en una fila o para acceder a un cargo de función pública, o de la belleza........

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