Ni a Alejandro, paciente de alto costo, ni a Fernanda, empleada sindicalizada de Ecopetrol, ni a Luisa, una joven que trabaja como independiente, ni a don Saúl, un pensionado, les pagaron por salir a marchar el domingo, ni los transportaron en buses o camionetas de alta gama de una ciudad a otra para llenar las plazas de varias de sus ciudades. Cada uno llegó porque quiso y como pudo, libre y espontáneamente, a los puntos de concentración en Cali, Bogotá, Bucaramanga y Medellín, respectivamente.

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Cada uno marchaba desde una heterogeneidad de pensamientos y orígenes pero con una preocupación compartida: creen que las cosas no están bien; que el país no está bien.

Salvo don Saúl, ni Luisa, ni Fernanda ni Alejandro son uribistas. De hecho, cuando les preguntaron si eran de derecha, los tres respondieron que simplemente son colombianos y no quieren que los encasillen en esas categorías que, por estos días, solo sirven para segregar y hablar mal del otro.

Aunque algunos, ese día, gritaron a todo pulmón “fuera Petro”, este grupo –don Saúl incluido– no pidió “tumbar” al Presidente o “darle un golpe de Estado” o “mandarlo para Venezuela con su cómplice Maduro”. Estos ciudadanos simplemente expresaron su rechazo a la reforma de la salud, a la reforma pensional, a la manera en que se está conduciendo la seguridad y a la desconfianza e incertidumbre que afectan la inversión y el funcionamiento de la economía.

De todo hay por estos días, es cierto: los más sectarios que quisieran ver arder al Pacto Histórico y, del otro lado, los que reducen las protestas a un grupo de privilegiados que no quiere el cambio, pero, mi impresión, recorriendo las ciudades y pueblos de Colombia en el ejercicio periodístico que todas las semanas hacemos, es que la mayoría de colombianos se siente identificada con estos cuatro ciudadanos que salieron el domingo a marchar con tranquilidad: piden una rectificación, un acuerdo amplio, una ruta compartida que una y no que divida; piden que se serenen los ánimos y se construya desde la diferencia pero que, al fin y al cabo, se construya y se avance.

Los que marcharon –y muchos de los que no– esperan señales de cambio, pero de cambio de actitud del Presidente y sus ministros; de apertura y de colaboración entre las realidades regionales y la edificación de un verdadero Estado-Nación.

Se mamaron de que les hablen de constituyente, de intervenciones y de decisiones por decreto y salieron a pedirle al Gobierno Nacional que se concentre en ejecutar la plata que tiene sin invertir, que les resuelva el problema del hambre a quienes no viven de discursos y que le pongan orden a la seguridad en departamentos como el Cauca y Nariño.

En la mitad está el Presidente, que debería oír en esto a Laura Sarabia, que habló de reflexión y autocrítica, pero Gustavo Petro sigue enroscado, lamentablemente, atizando la polarización, cuando podría fácilmente sentar a los actores políticos más relevantes para buscar un consenso sobre lo elemental, renunciando a ese globo llamado constituyente. A los hechos políticos no se les puede hacer el quite indefinidamente, señor Presidente, ni se puede vivir en un país en el que una marcha se contesta con otra y en el que nadie esté dispuesto a ceder. Seguir desoyendo a los ciudadanos críticos o tildándolos de enemigos del cambio es el peor error que puede cometer.

¿Le quedarán a Colombia dirigentes capaces de oír e interpretar a don Saúl, Alejandro, Luisa y Fernanda o estaremos irremediablemente condenados al pobre ejercicio de la política, a la pequeñez en el alma, a la falta de visión estratégica y al resentimiento que envenena? Los que marcharon (y los que no) buscan una respuesta con urgencia.

QOSHE - Los que marcharon (y los que no) - José Manuel Acevedo
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Los que marcharon (y los que no)

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23.04.2024

Ni a Alejandro, paciente de alto costo, ni a Fernanda, empleada sindicalizada de Ecopetrol, ni a Luisa, una joven que trabaja como independiente, ni a don Saúl, un pensionado, les pagaron por salir a marchar el domingo, ni los transportaron en buses o camionetas de alta gama de una ciudad a otra para llenar las plazas de varias de sus ciudades. Cada uno llegó porque quiso y como pudo, libre y espontáneamente, a los puntos de concentración en Cali, Bogotá, Bucaramanga y Medellín, respectivamente.

(También le puede interesar: ¿Intervenir para qué?)

Cada uno marchaba desde una heterogeneidad de pensamientos y orígenes pero con una preocupación compartida: creen que las cosas no están bien; que el país no está bien.

Salvo don Saúl, ni Luisa, ni Fernanda ni Alejandro son uribistas. De hecho, cuando les preguntaron si eran de derecha, los tres respondieron que simplemente son colombianos y no quieren que los encasillen........

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