En noviembre de 2022 le pregunté al presidente Gustavo Petro por el significado que para él tenía la espada de Bolívar. Entonces, recuerdo que me dijo: “Ahora soy el guardián de la espada. No me imaginé que tendría ese encargo”. Inmediatamente le riposté: “Esto, después de que se la robaran, cuando usted estaba en el M-19”. Rápidamente me interpeló y me dijo: “No nos la robamos; la recuperamos para el pueblo”. Esa misma tesis la volvimos a oír la semana pasada, por los 50 años de aquel suceso. El Ministerio de Cultura organizó distintos eventos, y la intención de reescribir la historia para volver hechos heroicos los actos en los que participó el M-19 quedó en evidencia. De ahí a validar la toma del Palacio de Justicia y negar los vínculos con el narcotráfico que rodearon ese episodio hay solo un paso. Sería tan lamentable como obviar los excesos que se produjeron en la retoma y de los que ha dado cuenta la propia justicia. ¿No deberíamos, más bien, ponernos de acuerdo como país en que las vías de hecho y las “tomas” de cualquier cosa a la fuerza no solucionan nada, en vez de seguir insistiendo en volverlas hazañas criollas?

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¿A quién y a qué le rendimos homenajes en Colombia? Con frecuencia, a los más malos... Guardadas todas las proporciones, no es sino recordar lo que pasó en Sahagún el 9 de junio del año pasado. Después de haberse robado miles de millones de pesos en el escándalo de Odebrecht y ser condenado por corrupto, el ‘Ñoño’ Elías volvió a su pueblo, en medio de un masivo recibimiento en el que lo vitoreaban y le agradecían por todo lo que había hecho. El diario El País habló en ese momento con una mesera de un restaurante en ese municipio. Dándolo como un hecho normal, al ser interrogada por lo que estaba pasando, la joven dijo: “El ‘Ñoño’ Elías es un ladrón, sí, pero robó para nosotros”.

¿Cuántas veces los miembros de las Farc, después de firmado el acuerdo, le han organizado tributos al ‘Mono Jojoy’, al ‘Paisa’ o a ‘Tirofijo’ sin haber puesto un peso para la reparación de tantos colombianos afectados por la violencia? ¿Cuánto le ha rogado el canciller Álvaro Leyva a la ONU que declare como víctima de un vil entrampamiento a ‘Jesús Santrich’? ¿Cuántos aplausos se llevó el que ahora intenta ser dizque ‘gestor de paz’, Salvatore Mancuso, cuando llegó a un Congreso de la República tomado por ‘parapolíticos’ afines a esos bandidos?

Mientras no reordenemos las virtudes colectivas y no le demos el lugar que debe tener la gente que sí hace cosas buenas y merece aplausos, no podremos ser una nación respetable.

Vuelvo a la pregunta inicial: ¿a quién y a qué le rendimos tributo y honores en Colombia? La gente y los supuestos símbolos a los que les organizamos homenajes definen ciertamente los valores que tenemos.

La sanción social de la que tanto se habla no existe por estos lados. Nunca se supo de alguna vez en que, entrando a un restaurante Emilio Tapia, cuando estaba libre, los comensales se levantaran en señal de protesta. Todo lo toleramos. Todo lo normalizamos, como la muchacha de Sahagún a la que el ‘Ñoño’ le parece un Robin Hood.

Por 19 delitos, la Corte Suprema condenó al excongresista Mario Castaño, quien después falleció estando preso. En diciembre de 2023, el concejo de su ciudad natal, Manizales, decidió “reconocerlo” con alguna de esas menciones y órdenes que se inventan en esas corporaciones para distinguir lagartos. Un par de días duró la polémica, y la gente siguió como si tal. Seguramente muchos de los que tuvieron la brillante idea fueron reelegidos.

Mientras no reordenemos las virtudes colectivas y no le demos el lugar que debe tener la gente que sí hace cosas buenas y merece aplausos, no podremos ser una nación respetable. Aún es tiempo, y son las nuevas generaciones las llamadas a dar ese salto por el bien de Colombia.

JOSÉ MANUEL ACEVEDO

(Lea todas las columnas de José Manuel Acevedo en EL TIEMPO, aquí)

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País de homenajes

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23.01.2024

En noviembre de 2022 le pregunté al presidente Gustavo Petro por el significado que para él tenía la espada de Bolívar. Entonces, recuerdo que me dijo: “Ahora soy el guardián de la espada. No me imaginé que tendría ese encargo”. Inmediatamente le riposté: “Esto, después de que se la robaran, cuando usted estaba en el M-19”. Rápidamente me interpeló y me dijo: “No nos la robamos; la recuperamos para el pueblo”. Esa misma tesis la volvimos a oír la semana pasada, por los 50 años de aquel suceso. El Ministerio de Cultura organizó distintos eventos, y la intención de reescribir la historia para volver hechos heroicos los actos en los que participó el M-19 quedó en evidencia. De ahí a validar la toma del Palacio de Justicia y negar los vínculos con el narcotráfico que rodearon ese episodio hay solo un paso. Sería tan lamentable como obviar los excesos que se produjeron en la retoma y de los que ha dado cuenta la propia justicia. ¿No deberíamos, más bien, ponernos de acuerdo como país en que las vías de........

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