Bienaventurada la generación en la que me tocó desenvolverme desde que asumí el uso de la sinrazón en el arte y la poesía y el comportamiento desacompasado en los albores de la sesentena. Generación es algo muy amplio que comprende tendencias varias, por eso nos constituimos en un clan algo clandestino que pretendió rearmar el mundo que le había quedado mal hecho al creador y a los formuladores de sistemas sociales y religiosos. A puro pulso y sólo con la fuerza de la palabra categórica cargada con las balas de la protesta. Sobrevivimos a las incomprensiones del siglo pasado incorporados dentro de las variantes de la demencia por haber esbozado entre otras propuestas el arte feo y la poesía descomprometida como el amor. Aparte de Malmgren Restrepo de Medellín y de Kat y de Leandro Velasco de Cali, que fueron nuestros iniciales paradigmas en la pintura, aparecieron tres monstruos que en su veintena fueron bendecidos por la papisa de la crítica Marta Traba: Norman Mejía, Pedro Alcántara y Álvaro Barrios. Hoy ya no están Marta, ni Norman, ni Kat que desapareció sin consagración, ni Leandro ni Malmgren a quienes se los tragó Nueva York hasta que encontremos cómo recuperarlos.

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Este año que está acabando y que tantas albricias me trajo, me propició el reencuentro, pasadas décadas, con el discípulo que hubiera amado Marcel Duchamp, Álvaro Barrios, en su exposición La multiplicación de los cuadros, en la Galería El Museo, consistente en la apropiación ingeniosa de las obras icónicas Canción de cuna de Beatriz González y el grafismo Colombia con las letras de Cocacola, de Antonio Caro, a los que agrega su toque. Barrios hizo parte del nadaísmo inicial del grupo de Barranquilla con el otro Álvaro, Medina, quien se firmaba como José Javier Jorge, quien acaba de publicar una novela colosal, Sol marchito. De las paredes de mi sala en la Montaña mágica pende la serie de dibujos que hizo Barrios en el 66 para ilustrar el libro de poemas del caleño Jan Arb, que solo vino a editarse en 2016, por Caza de libros. De los dos Álvaros arenosos también encontré un par de collages surrealistas del 65 que aproveché para hacerles firmar. Y recordé que una versión del Testamento de Gonzalo Arango, quien tan orgulloso se sentía de su aporte termina, más que legándole, encomendándole a Álvaro Barrios el porvenir del arte pictórico. El reencuentro fue una fiesta por los salones de la espectacular galería, donde mi hijo Salvador hizo tomas para manifestaciones futuras.

Aunque no era nadaísta declarada sí nadaba con nosotros en el enfrentamiento a una sociedad que nos rechazaba, y en especial a ella por el color de su frente.

El otro personaje fuera de serie que me recuperó el 23, en la Feria del Libro de Caracas adonde nos llevó el nuevo Ministro de la Cultura, las Artes y los Saberes, como participantes en el Elogio de la Hospitalidad, fue la muy amada y admirada por multitudes Teresita Gómez, quien se lució con un recital de piano en el Centro de Acción Social por la Música que dejó pasmados de asombro a los asistentes. La he escrutado y evocado en el libro con su nombre que escribió Beatriz Helena Robledo sobre su andar y sus pesadumbres, pero también sobre cómo se encumbró a gran estrella. Y refiere sobre su encuentro con los nadaístas en la cafetería Versalles de Medellín, donde intimó sobre todo con Gonzalo Arango y el Negro Billy, cantante, con quien hizo un primer concierto de Negro Spirituals. Aunque no era nadaísta declarada sí nadaba con nosotros en el enfrentamiento a una sociedad que nos rechazaba, y en especial a ella por el color de su frente. La historia de su vida devino en leyenda. Vulnerada, humillada, menospreciada, merced a su arte de pianista ha logrado ser el orgullo de Colombia, como lo ha logrado el otro morenazo con su pintura, aunque éste desde siempre fue valorado.

No veía a Teresita desde 1984, cuando participamos en el Encuentro Colombiano de Arte y Poesía organizado por Ovidio Gómez. Ella venía de Berlín ataviada como una princesa pues ocupaba el cargo de Agregada cultural de la embajada en reconocimiento a su arte del presidente Belisario. Fue la ocasión para hacer los brindis con el cuerpo y con el alma en celebración de la vida.

Qué belleza es el reencuentro con las personas amadas.

(Lea todas las columnas de Jotamario Arbeláez en EL TIEMPO, aquí)

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Álvaro Barrios y Teresita Gómez

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27.12.2023

Bienaventurada la generación en la que me tocó desenvolverme desde que asumí el uso de la sinrazón en el arte y la poesía y el comportamiento desacompasado en los albores de la sesentena. Generación es algo muy amplio que comprende tendencias varias, por eso nos constituimos en un clan algo clandestino que pretendió rearmar el mundo que le había quedado mal hecho al creador y a los formuladores de sistemas sociales y religiosos. A puro pulso y sólo con la fuerza de la palabra categórica cargada con las balas de la protesta. Sobrevivimos a las incomprensiones del siglo pasado incorporados dentro de las variantes de la demencia por haber esbozado entre otras propuestas el arte feo y la poesía descomprometida como el amor. Aparte de Malmgren Restrepo de Medellín y de Kat y de Leandro Velasco de Cali, que fueron nuestros iniciales paradigmas en la pintura, aparecieron tres monstruos que en su veintena fueron bendecidos por la papisa de la crítica Marta Traba: Norman Mejía, Pedro Alcántara y Álvaro Barrios. Hoy ya no están Marta, ni Norman, ni Kat que desapareció sin consagración, ni Leandro ni Malmgren........

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