No he participado en orgías ni en bacanales como en los tiempos romanos. Pero como mis pasiones –además de la sensualidad y lo etílico– comprenden lo bibliofílico, puedo afirmar que no hay ceremonia más plena de emociones que una feria de libros, donde circula toda una humanidad mirando carátulas y lomos en busca de poseerlos. El libro, en ediciones rústicas o empastadas, ese objeto que da placer a las manos que lo sostienen, al dedo ensalivado que pasa páginas, en ocasiones al olfato del papel y las gomas, a los ojos que lo repasan, a los oídos cuando se los lee en voz alta y a la conciencia que lo asimila.

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Algunos moribundos previsivos piden que se ponga un teléfono celular en su caja en caso de que despierte de su catalepsia, pero yo en cambio pediría que se me adjunte una lamparita y un ejemplar del Tibetano de los muertos para saber por dónde me enfilo. No podría permanecer en una tumba sin el sosiego de un libro. Hay quienes me tildan de megalómano por andar siempre contando lo que me pasa, aun despidiéndome del planeta con la tierra de mis vocablos.

Pues sí, y qué, sigo escribiendo en primera persona del singular como la singular persona que soy desde que decidí embocarme por el uso de las palabras para interpretar los sucesos en que me iba envolviendo, exaltándolos cuando ha sido del caso por logros de la comunidad en que nado, y condenándolos cuando han sido atentatorios contra la dignidad de la vida. Para eso cuento con tribunas de vieja data. La palabra, herramienta tan preciosa que no tiene precio, para trabajarla como los colores de las paletas, las notas musicales y las danzas rituales. Las palabras que una tras otra van armando los libros que son la vida, y que por paradoja nos impiden pasar la página. Los libros, que se manifiestan con voz propia en las bibliotecas, librerías y Ferias del Libro, que son orgías del intelecto protagonizadas por escritores, editores, diseñadores e impresores. Si alcancé a leer en la larga vida mil libros, de los 10.000 que logré adquirir, es como si hubiese vivido mil vidas en el pasado y en el presente futuro.

La palabra, herramienta tan preciosa que no tiene precio, para trabajarla como los colores de las paletas, las notas musicales y las danzas rituales.

La Feria Internacional del Libro de Venezuela se está celebrando con Colombia como invitada de honor, bajo el lema ‘Elogio de la hospitalidad’. A ella me hice presente por cortesía del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, en cabeza de Juan David Correa, a presentar Mi reino por este mundo, la reciente edición del Fondo de Cultura Económica con mis poemas de 1960 al año 2000. Lo hice en compañía de 30 escritores y artistas con los cuales se realizarán por lo menos 50 eventos. No podría citarlos a todos, pero fueron mis más cercanos Teresita Gómez, Juan Manuel Roca, Sergio Ocampo Madrid, José Luis Díaz-Granados, Vito Apushana, y apenas deben estar llegando Carolina Sanín y Pablo Montoya. El guía y conductor fue nuestro bienamado Catire Hernández de Jesús, quien hizo los honores de la mesa y de los cortejos.

Volver a Caracas, qué maravilla, a la que debo el invaluable premio de la Fundación Rómulo Gallegos, el recuerdo de los más bellos amores y de las botellas de los más finos licores. A brindar con los amigos poetas viudos que ya no beben pero continúan escribiendo con la misma saña. A ser recibidos en la inauguración con palabras amables del presidente Maduro, y luego del fiscal Tarek William Saab, del ministro de Cultura Ernesto Villegas, del gran poeta nacional Gustavo Pereira y del no menos grande Juan Calzadilla, todos emocionados con la nueva llave cultural entre los dos países. Recuperar el abrazo entre hermanos que nunca nos balearemos es algo que hay que celebrar así sea con licores bajos de alcohol. Los eventos se realizaron, y continúan, en el Parque Generalísimo Francisco de Miranda, guarnición militar tomada por una horda de libros, de editores, de libreros y de escritores.

Al regreso en el avión, me di cuenta de que todos los libros adquiridos mi mujer me los había enmaletado y no llevaba ninguno conmigo. Pero tuve el cabezazo, durante todo el trayecto, de leerme las palmas de las dos manos. Y si ustedes supieran lo que leí.

JOTAMARIO ARBELÁEZ
jotamarionada@hotmail.com

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Venezuela en el corazón

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15.11.2023

No he participado en orgías ni en bacanales como en los tiempos romanos. Pero como mis pasiones –además de la sensualidad y lo etílico– comprenden lo bibliofílico, puedo afirmar que no hay ceremonia más plena de emociones que una feria de libros, donde circula toda una humanidad mirando carátulas y lomos en busca de poseerlos. El libro, en ediciones rústicas o empastadas, ese objeto que da placer a las manos que lo sostienen, al dedo ensalivado que pasa páginas, en ocasiones al olfato del papel y las gomas, a los ojos que lo repasan, a los oídos cuando se los lee en voz alta y a la conciencia que lo asimila.

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Algunos moribundos previsivos piden que se ponga un teléfono celular en su caja en caso de que despierte de su catalepsia, pero yo en cambio pediría que se me adjunte una lamparita y un ejemplar del Tibetano de los muertos para saber por dónde me enfilo. No podría permanecer en una tumba sin el sosiego de un libro. Hay quienes me tildan de megalómano por andar siempre contando lo que me pasa, aun despidiéndome del planeta........

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