A raíz de una errónea noticia acerca de mi muerte reciente, que fue ampliamente rectificada, se piensa que no morí. Y por las calles amigos, examadas, lectores y desconocidos admiradores me abrazan alborozados como a un Lázaro perfumado por la existencia y por una loción vivificadora. Yo mismo he llegado a sentirme vivo ante esas muestras de afecto que han llegado lo más profundo de mi corazón nocherniego. Pero debo confesar que soy un fantasma que se desplaza por las calles con sus dos piernas. Más propiamente lo que llaman un muerto vivo. No un zombi, pues mantengo mi figura impecable, el esqueleto bien erguido, la dentadura completa, el cabello reinjertado en su sitio y los cojones a discreción, a pesar de que estoy a un tiro de los consagratorios 83.

(También le puede interesar: El infierno y sus maravillas)

Vivo –y aquí acudo al eufemismo– en un territorio que regentaba la diosa Bachué y en una casa con toque mediterráneo que me construyó Edmundo Moure, en las afueras de Maravilla de Leyva, donde vino a templar el precursor Antonio Nariño y por donde pasó el sabio Humboldt con su marido clasificando especies botánicas. Allí me acompañan Claudia mi mujer y mis perros Dina y Monje, Aleja la que vela por nuestros antojos, más los miles de libros de mi biblioteca, cuadros de las paredes, discos en la victrola y las incontables hojas escritas en 65 años de mecanógrafo. La mayoría en espera de ser pasadas a limpio.

Podría decirse que a pesar de estar pisando tierra y ladrillo debo considerarme en la gloria, prometida justamente a los que hicieran lo que les fue destinado. Me metí por la cueva de la poesía y puede encontrar la Luz al final del túnel. Casi todos mis libros fueron premiados, o todos porque recibí tres galardones a la Vida y a la Obra de México, España y Colombia. En estos momentos presento por donde pase la edición del FCE de Mi reino por este mundo: Los poemas de la vida, inicialmente publicado completo por la Universidad del Valle y que vengo promoviendo en casi todas las Ferias del Libro en Colombia, y ahora salgo para la de Venezuela.

El FCE me ha tratado como un bienaventurado, se me han hecho homenajes en varias ferias, en talleres como el de Gloria Luz Gutiérrez, Telepacífico me está grabando una película en la que quién sabe si aparecerá mi figura como ya casi no me refleja el espejo, Rafael del Castillo me dedicará la revista Ulrika con testimonios de escritores que en mí repararon. Qué más le podría pedir al Cielo si ya ni sé en dónde estoy.

Podría decirse que a pesar de estar pisando tierra y ladrillo debo considerarme en la gloria, prometida justamente a los
que hicieran lo que les fue destinado.

Mi religión es Cristo solito y no el cristianismo. Y disfruto de la dirección y protección de mis actos de san Nicolás de Tolentino y Agustín de Hipona, quienes por 56 años, luego de haberme visto pisar los infiernos terrestres, me reclutaron para su causa y me han llevado de la mano por caminos de luz y benevolencia. Como mantengo también en el bolsillo trasero al dios ateo, a Gautama Buda, de quien me han surgido los textos de Zen y santidad y Ceniza.

Toda la vida, mientras me las tiraba de galante por los salones o en mis viajes de castillo en castillo imitando a Rilke, andaba en mi mochila con dos pequeños volúmenes que hoy mantengo sobre mi mesa de noche: El libro tibetano y El libro egipcio de los muertos. La muerte a cuestas. No porque pensara que me fuera a tocar vivirla, sino por la belleza de sus instrucciones al cambiar de orilla.

No me cansé de cantar los tres placeres terrenales que me hicieron casi que celestial –algunos la calificarían de diabólica– la vida: las mujeres, los libros y los licores. Fui un mil amores, un mil libros y un mil licores. Pero después de mi muerte aparente puedo repetir que se convirtió en real. Mi mujer me cortó los servicios no sé si como castigo o como remedio, y mi doctora me recetó para evitar que me volvieran los trombos un anticoagulante llamado Warfarina, que me impide ingerir esos licores que me permiten dedicarme a mi pasión y visión como son la inspirada escritura de libros y su lectura. De modo que cesaron mis impulsos vitales. Estas oraciones las estoy escribiendo con ayuda del ángel. A ver si mi señora y mi doctora me cambian la fórmula.

JOTAMARIO ARBELÁEZ
jotamarionada@hotmail.com

(Lea todas las columnas de Jotamario Arbeláez en EL TIEMPO, aquí)

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Vivo muerto

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01.11.2023

A raíz de una errónea noticia acerca de mi muerte reciente, que fue ampliamente rectificada, se piensa que no morí. Y por las calles amigos, examadas, lectores y desconocidos admiradores me abrazan alborozados como a un Lázaro perfumado por la existencia y por una loción vivificadora. Yo mismo he llegado a sentirme vivo ante esas muestras de afecto que han llegado lo más profundo de mi corazón nocherniego. Pero debo confesar que soy un fantasma que se desplaza por las calles con sus dos piernas. Más propiamente lo que llaman un muerto vivo. No un zombi, pues mantengo mi figura impecable, el esqueleto bien erguido, la dentadura completa, el cabello reinjertado en su sitio y los cojones a discreción, a pesar de que estoy a un tiro de los consagratorios 83.

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Vivo –y aquí acudo al eufemismo– en un territorio que regentaba la diosa Bachué y en una casa con toque mediterráneo que me construyó Edmundo Moure, en las afueras de Maravilla de Leyva, donde vino a templar el precursor Antonio Nariño y por donde pasó el sabio Humboldt con su........

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