Solo en Roma podía pasar algo así, o por lo menos a las afueras de Roma: fue en un pueblo marino que se llama Ladispoli, a cuarenta kilómetros de la capital italiana –y del mundo–, donde el león ‘Kimba’, hoy ya famoso, se escapó del circo en el que estaba y empezó a deambular por las calles y los barrios, como si nada. Hay un par de videos en los que se lo ve curioso y altivo, apacible, el rey de la selva en todo su esplendor.

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Como si fuera una película del neorrealismo, justo en esa ciudad que era la locación favorita de Roberto Rossellini, que pasaba allí el verano, la gente se encerró en sus casas mientras el alcalde iba con un megáfono advirtiéndoles a todos que no salieran, quizás a la vuelta de cualquier esquina pudiera estar la fiera con sus fauces abiertas y al acecho. Un pobre león famélico y de circo, sí, pero en Roma, desde tiempos muy antiguos, todo puede ocurrir.

Cuentan de una anciana que desoyó las órdenes y los ruegos del alcalde y salió a la calle; parece ser que ni siquiera dio tiempo a que su familia le explicara a gritos la gravedad de la situación, pues ya estaba afuera cuando se cruzó con ‘Kimba’ y ambos se saludaron con respeto y reverencia: no se sabe, dice un periódico local, cuál de los dos estaba más feliz de ver al otro, y lo que hubiera podido acabar en tragedia fue apenas una escena más de la vida italiana.

Pero una cosa es el león como figura política y del arte, de la religión, del pensamiento y el poder, y otra muy distinta es verlo en una calle al caer la tarde, paseando por ahí cual hijo de vecino.

Según el Diccionario de los símbolos de Chevalier y Gheerbrant, el león encarnó siempre las virtudes del poder y la nobleza, la luz solar, la fuerza que comparten por igual Buda, Vishnu y Jesús, por eso es una de las cuatro figuras que arrastran el carro en el que Yahvé desciende de los cielos según el profeta Ezequiel. Lo mismo pasa con los evangelios, uno de cuyos autores, San Marcos, está asociado con el león rampante que hoy ondea en las banderas de Venecia.

Pero una cosa es el león como figura política y del arte, de la religión, del pensamiento y el poder, y otra muy distinta es verlo en una calle al caer la tarde, paseando por ahí cual hijo de vecino, a ver si hay alguien con quien hablar. Repito: una cosa es el león como metáfora, son miles las estatuas en el mundo que lo tienen enjaulado en su bronce o en su mármol, y otra cosa muy distinta es un león de circo caminando por la vida.

“¿Qué haría usted si se encuentra a un león por la calle?”, se preguntan varios usuarios italianos de TikTok en encuestas improvisadas y virales. Las respuestas son todas tan delirantes y surreales como la pregunta misma, aunque ya sabemos que en Italia el surrealismo es la forma más perdurable de la realidad, por eso me encantó que alguien dijera allí, mitad en serio y mitad en chiste: “Lo importante es que corran los cristianos…”.

El gran, el magnífico e insuperable Ferdinand Gregorovius (quizás el historiador más riguroso y desmesurado de todos los tiempos, un absoluto y verdadero poeta del pasado), contaba en alguna parte que nada había más común y recurrente en la vida romana, desde la Antigüedad, que ver a un león caminando por las calles. Como en la historia de Androcles, que le sacó una espina de las garras a un pobre león que gemía en un bosque.

Y como Androcles era gladiador, una vez tuvo que enfrentarse a los leones en el Circo Máximo, donde la multitud vio que uno de ellos se le acercaba a defenderlo con cariño y gratitud: era el mismo al que había salvado del dolor en aquel bosque. Desde entonces se hicieron íntimos, un espectáculo que todo el mundo quería ver, “Androcles y el León”. Esa historia se cristianizó luego en la vida de dos santos: San Jerónimo, nada menos y nada más, y San Gerásimo.

Creo que ‘Kimba’ es ese mismo león buscando a su dueño en las calles de Ladispoli. Por qué no, es la misma fábula. En Roma todo puede ocurrir.

JUAN ESTEBAN CONSTAÍNwww.juanestebanconstain.com

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16.11.2023

Solo en Roma podía pasar algo así, o por lo menos a las afueras de Roma: fue en un pueblo marino que se llama Ladispoli, a cuarenta kilómetros de la capital italiana –y del mundo–, donde el león ‘Kimba’, hoy ya famoso, se escapó del circo en el que estaba y empezó a deambular por las calles y los barrios, como si nada. Hay un par de videos en los que se lo ve curioso y altivo, apacible, el rey de la selva en todo su esplendor.

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Como si fuera una película del neorrealismo, justo en esa ciudad que era la locación favorita de Roberto Rossellini, que pasaba allí el verano, la gente se encerró en sus casas mientras el alcalde iba con un megáfono advirtiéndoles a todos que no salieran, quizás a la vuelta de cualquier esquina pudiera estar la fiera con sus fauces abiertas y al acecho. Un pobre león famélico y de circo, sí, pero en Roma, desde tiempos muy antiguos, todo puede ocurrir.

Cuentan de una anciana que desoyó las órdenes y los ruegos del alcalde y salió a la........

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