¿Cuándo está una sociedad de verdad en decadencia? ¿Cuándo podemos decir que la percepción subjetiva pero también colectiva de que todo se fue o se está yendo al carajo no es solo eso, una percepción sino un hecho objetivo de dimensiones históricas insoslayables? La pregunta no es fácil y la humanidad lleva siglos respondiéndola y además escenificándola, porque siempre ha habido quienes creen que su tiempo es el peor y el más triste de todos.

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San Ambrosio, por ejemplo, decía que su época, el siglo IV después de Cristo, era una suma de calamidades y desgracias sin cuento, pestes, horrores, catástrofes, lo cual era una dicha para un cristiano como él que en plena lucha contra los paganos se veía reafirmado en la promesa escatológica de su fe: el fin del mundo estaba cerca, por fin, y había que confiar en la vida eterna al lado del Señor. Los demás sí que siguieran bailando reguetón en el infierno, mejor.

Fue San Ambrosio quien asoció esa idea de la decadencia con el ocaso, con el crepúsculo del atardecer cuando se muere el día y llega la noche, como decía, más o menos, el padre García Herreros en El minuto de Dios. Aunque ya antes otros autores, con menos contundencia, habían dicho lo mismo: hay épocas –la suya, todas– que son como ese instante en el que el cielo se tiñe de un ocre nostálgico y pasajero mientras llega la oscuridad.

Las épocas que sí están sufriendo una crisis muy profunda y un deterioro irreversible de todos los indicadores de la vida.

En los años veinte del siglo pasado hubo un autor alemán, hoy ya por completo olvidado, Oswald Spengler, que concibió una interpretación de la historia universal a partir de esa idea crepuscular de los ocasos y la decadencia de las civilizaciones, como si la humanidad fuera un cuerpo vivo y pudiera analizarse desde las leyes de la biología y los ciclos vitales. Su libro se llama La decadencia de Occidente y durante décadas fue un oráculo infalible para muchos.

Lo más interesante, a veces, es que en cambio las épocas que sí están sufriendo una crisis muy profunda y un deterioro irreversible de todos los indicadores de la vida y la cultura no se dan cuenta de que algo así está pasando e incluso las caracteriza un optimismo y una arrogancia enternecedores: la idea de que nunca antes las cosas habían estado mejor. Como dijo el magnífico Arnaldo Momigliano, pocos se dieron cuenta de que Roma se estaba cayendo.

Además porque la decadencia es un fenómeno de larga duración, a veces pasan siglos mientras se va cocinando, como la fábula de la rana que entra en una olla con agua tibia sin darse cuenta de que alguien está subiendo la temperatura y la va a matar. Pero hay un dato clave a la hora de entender la decadencia de las sociedades, y no es el arte porque muchas veces cuanto peores son los tiempos mayor es la creatividad, la belleza, la lucidez como un refugio.

Ese dato clave son las clases dirigentes, la gente que gobierna y que manda, también la que ‘influye’, como se dice ahora, aunque no se me ocurre peor retrato de la decadencia que un mundo en el que millones de personas, sin ningún talento, sin ningún atributo particular salvo la desvergüenza o el fanatismo, se autoproclaman ‘influencers’ y lo peor es que sí llegan a serlo. Ya eso nos sitúa de lleno en un tiempo aterrador, sin salida.

Y también quienes nos gobiernan. Pero no hablo en general de la miseria de los políticos, que también es una queja tan vieja como el mundo. No. Me refiero al hecho inquietante y gravísimo de que adonde miremos hoy, en todas partes, el panorama es como de comedia con mal libreto, una producción sin presupuesto ni pudor. Basta ver lo que serán las elecciones en los Estados Unidos, para no hablar de nosotros, y ahí está dicho todo: es increíble, devastador.

Sería cómico sino fuera trágico: es la decadencia de la decadencia, a eso hemos llegado.

JUAN ESTEBAN CONSTAÍNwww.juanestebanconstain.com

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Decadencia de la decadencia

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22.02.2024

¿Cuándo está una sociedad de verdad en decadencia? ¿Cuándo podemos decir que la percepción subjetiva pero también colectiva de que todo se fue o se está yendo al carajo no es solo eso, una percepción sino un hecho objetivo de dimensiones históricas insoslayables? La pregunta no es fácil y la humanidad lleva siglos respondiéndola y además escenificándola, porque siempre ha habido quienes creen que su tiempo es el peor y el más triste de todos.

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San Ambrosio, por ejemplo, decía que su época, el siglo IV después de Cristo, era una suma de calamidades y desgracias sin cuento, pestes, horrores, catástrofes, lo cual era una dicha para un cristiano como él que en plena lucha contra los paganos se veía reafirmado en la promesa escatológica de su fe: el fin del mundo estaba cerca, por fin, y había que confiar en la vida eterna al lado del Señor. Los demás sí que siguieran bailando reguetón en el infierno, mejor.

Fue San Ambrosio quien........

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